Permafrost

El anglicismo permafrost apunta a una edad geológica de más de 15.000 años. O sea, que los geólogos tienen tiempo para entretenerse.

El permafrost no es hielo, entendámonos. Es, en realidad, suelo congelado, y ocupa entre el 20 y el 24% de la superficie de la Tierra.

Ahora a cualquier apartada orilla llega el olor de los bosques quemados, mientras nos siguen hablando del permafrost que se derrite y ya nos huele también a chamusquina. 

El deshielo del permafrost

Es la palabra de moda en la coctelera de anglicismos de nuestro idioma; la que de un tiempo a esta parte se viene encaramando a las cabeceras de los medios y corona cumbres del Informe semanal. Entablar conversaciones de actualidad desconociendo qué signifique permafrost equivale a ignorar tanto por lo menos como Pedro Sánchez ignora del coronavirus, o el simplón de Fernando Simón cuando maneja cifras de la covid-19.

Podrás ir con la mascarilla puesta, o subida hasta el codo -se ha visto por ahí- como por recordar que no se debe empinar mucho. La llevarás a veces colgada de la oreja con auricular radiofónico por abstraerte del estrépito callejero; incluso tocarte con ella las narices, que ya son palabras mayores, o ser asintomático que se hace los test del PCR para creer que todo está hecho, cuando no está hecho nada. Podrás, en fin, lo que quieras, que es poder mucho: si no das con el significado de permafrost no faltará quien te diga que eres un birria y un piernas y un incapaz de distinguir entre palomo, paloma, palomera, palomita y palomeque: apellidos de las antiguas guías telefónicas.

Te darás el gustazo de saberte al dedillo las estadísticas de los contagios, ya por el informe de Simón, ya por el comunicado de la Comunidad de Madrid, que si el permafrost no te suena, irás de cráneo. Hay que estar bien preparado para que, si te atizan por sorpresa una dosis de permafrost, no te vengas abajo ni hagas el ridículo creyendo que se trata de espabilina. Deja esas confusiones para Donald Trump.

Permafrost tiene a bote pronto resonancias de farmacia. Otros nombres sustitutivos son permahielo, permacongelamiento o permagel, y gelisuelo.  La etimología de permafrost viene del inglés: permanent, permanente, y frost, helado. Es una capa que subyace debajo de la “activa” del suelo donde se desarrolla la vida que permanece congelada todo el año. Compuesta con diversas cantidades de materia inorgánica (roca y arena), mezcla de compuestos orgánicos y agua, ésta repartida en cantidades muy variables y elemento clave en la consistencia y perdurabilidad de la capa en el tiempo. El anglicismo permafrost, por otra parte, apunta a una edad geológica de más de 15.000 años. O sea, que los geólogos tienen tiempo para entretenerse.

Lo curioso es que ahora corre peligro por su continuo deshielo. La pregunta se hace inevitable: ¿Por qué ahora y no antes ni después? He ahí la cuestión. Alguien ha llegado a descubrir parentesco entre el coronavirus y el permafrost, que ya son ganas de echarle fantasía.

El permafrost no es hielo, entendámonos. Es, en realidad, suelo congelado, y ocupa entre el 20 y el 24% de la superficie de la Tierra. O sea, que si la cosa va en serio ya pueden  rezarle a san Marcos en Venecia y llevar botijos al cascote de Alaska en verano. El permafrost está, pues, en el subsuelo del planeta, pero específicamente en Siberia, Noruega, Tíbet, Canadá, Alaska e islas ubicadas en el Océano Atlántico sur.

Cráteres en Siberia: los científicos no tienen una explicación

Todo ocurrió en la década de los 60 del XX,cuando, de la noche a la mañana, los habitantes de Batagaika —ciudad en la Siberia oriental (Rusia)— notaron de pronto lo inesperado: un impresionante cráter en mitad de la nada. En seguida le pusieron nombre: la Puerta del Infierno. Así no hay descongelamiento que se resista.

Los primeros científicos llegados a la zona, puestos a investigar, concluyeron pronto que el misterio rodeaba a este impresionante accidente de la naturaleza, y el cambio climático-era el responsable. Añadieron algo más enigmático aún: que es ya oficialmente imposible que semejante cráter se pueda cerrar de manera natural. De la sobrenatural, nada dicen; eso se queda para los místicos. ¡Anda que como tengan que acudir en busca de soluciones a la escatología!

Toda la superficie terrestre de Siberia -se dice- es permafrost: o sea suelo en permanente congelación. Lo malo es que la subida de las temperaturas provocó que una determinada zona se saliera del termómetro por arriba y, en consecuencia, que-el suelo helado se convirtiese en agua. La acumulación del líquido elemento reblandeció pronto el terreno,provocando su hundimiento-y que se generara un agujero de increíbles dimensiones. Hay en Siberia poblados con algunas casas que, a fecha de hoy, están más inclinadas que la Torre de Pisa, lo que supone que sus inquilinos no saben el terreno que pisan.

El Cráter de Batagaika se siguió analizando minuciosamente, y el resultado al que se llegó es que crece entre 15 y 18 metros por año. Así que, en la actualidad tiene más de dos kilómetros de largo y unos 150 metros de profundidad. El problema estriba en que el cambio climático no solo no se ha frenado sino que sigue creciendo con los años, provocando así que la Puerta del Infierno sea cada vez más grande, fenómeno, éste, demasiado sugeridor para los profetas de calamidades que nada quieren saber de la Puerta del Cielo. La previsión es que su derrumbe sea cada vez mayor.

Han descubierto los científicos también que la antigüedad del suelo es de 200.000 / años y, en el interior del cráter, han conseguido dar con restos de grandes bisontes o mamuts desaparecidos hace miles de años de nuestro planeta. Incluso han ido más lejos: hace 125.000 años la temperatura media en la zona era superior a la actual. Y aquí salta de nuevo el enigma.

El gran cráter de Matagaika (Siberia)

Si trasantaño hacía más calor, ¿por qué el permafrost empieza a derretirse ahora? La explicación es sencilla para los que todo lo ven fácil: la deforestación. La ausencia de los árboles que existían en la zona provoca que el suelo haya perdido su / protección estructural, además de que la ausencia de vegetación evite que haya sombra, elemento, éste, fundamental para enfriar el permafrost y evitar el deshielo. La conclusión, así, es clara: la Puerta del Infierno no se cerrará nunca. ¡Mira tú por dónde, científicos y teólogos, aunque sea debido a caprichos de fonética y de prosodia, por una vez van a coincidir.

Como el Ártico, que incluye gran parte de Siberia, se está calentando al menos al doble de velocidad que el resto del mundo, el permafrost ha empezado a derretirse de modo preocupante, si es que no alarmante. El caso es que 19 millones de kilómetros cuadrados de tierras boreales y alpinas son un imponente sumidero de carbono que la humanidad no puede perder en su lucha contra el calentamiento atmosférico. Por si fuera poco, resulta que sobre esta capa congelada viven 35 millones de personas que ven peligrar la estabilidad del suelo donde se asientan sus casas y pueden exponerse a microorganismos en “hibernación” durante milenios. En tiempo de coronavirus este calor produce escalofrío.

El permafrost era un término popularmente poco conocido hasta que la ola de calor y los incendios forestales de los dos últimos veranos en zonas como Alaska, Escandinavia y Rusia, se impusieron en los medios de comunicación. Geólogos y climatólogos advierten de que, de forma similar a la del hielo del casquete ártico y de los glaciares alpinos, el planeta está perdiendo un elemento clave en el equilibrio medioambiental y en la lucha contra el incremento de los gases de efecto invernadero.

Uno de los documentos de trabajo de la COP25 en Madrid, explica que las temperaturas del permafrost han aumentado a niveles de récord desde 1980 y previene de que esta capa helada de las zonas árticas contiene entre 1.460 y 1.600 gigatoneladas (mil millones de toneladas) de carbono orgánico, casi el doble del carbono que hay actualmente en la atmósfera. De consumarse su pérdida, se puede acelerar el calentamiento atmosférico a niveles imprevisibles.

Hace décadas que los climatólogos estudian el hielo ártico que, por su edad geológica, es una valiosa fuente informativa. De hecho, buena parte de los datos sobre la acumulación de gases de efecto invernadero provienen de los análisis del hielo polar y del subsuelo helado.

Se dice, además, que un aumento global de la temperatura de unos 2ºC sobre los niveles preindustriales, supondría la pérdida de un 40% de la superficie ocupada por el permafrost. La situación preocupa, claro, pues estos valores hacen referencia a la media planetaria y, según datos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC), mientras la media planetaria que ahora se sitúa aproximadamente en 1ºC por encima de la temperatura de los años 70, el Ártico está en 3º por encima.

Los científicos, por otra parte, señalan que la descongelación del permafrost ya ha comenzado. Sólo en Alaska este año se han liberado a la atmósfera 50 millones de toneladas dióxido de carbono, una cantidad equivalente a la de todos los incendios habidos en el Ártico el pasado año.

La noticia, por último, acaba de salir a los teletipos: el papa Francisco, el de la Laudato Sí’, el de los esfuerzos incansables por cuidar la madre naturaleza, hablará el 15 de septiembre de 2020 en la ONU sobre la pospandemia y la deuda externa de los países periféricos. También, cómo no, del cambio climático y la pobreza. El permafrost, pues, podría tener su momento cuando el Papa le dé con su acento porteño a lo del cambio climático.

Ya no será cuestión de moros en la costa, porque en las costas españolas, por ejemplo, lo que tenemos son emigrantes que se la juegan cada día con o sin permafrost. Vienen en busca de consuelo, que es  un sinónimo de libertad, tal vez sin darse cuenta de que el ser humano «es un animal inconsolable». Aquí mismo, en España, se habla de «manos negras» en los incendios.

Construcciones del Ártico en peligro

Los expertos en fogatas le echan la culpa al clima, a la vegetación y al minifundio, pero es el paisanaje el que se está cargando el invento, que en este caso es el paisaje: el 70% de los fuegos son provocados por el hombre, lo que demuestra que los culpables de los incendios son casi siempre los incendiarios, esos erráticos Caínes con tea en mano para abrir fuego a discreción.

A este ritmo nos quedamos sin Reserva de la Biosfera. Ahora a cualquier apartada orilla llega el olor de los bosques quemados, mientras nos siguen hablando del permafrost que se derrite y ya nos huele también a chamusquina.

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