Presencia de san Agustín en la «Augustinum Hipponensem»

La Carta Apostólica «Augustinum Hipponensem» es acabado compendio de agustinología.

Ofrece san Juan Pablo II en ella «el pensamiento de un hombre incomparable, de quien todos en la Iglesia y en Occidente nos sentimos de alguna manera discípulos e hijos». 

Desea por eso el autor que la sabia doctrina del Obispo de Hipona se estudie y difunda para que «continúe en la Iglesia y en el mundo en beneficio de la cultura y de la fe».

San Juan Pablo II, autor de la “Augustinum Hipponensem”

Las transformaciones de posguerra incidieron decisivamente en los estudios bíblicos y patrísticos, cuyas magníficas colecciones, de estos últimos sobre todo, inician entonces su andadura. En Francia, Sources chrétiennes. En medios anglosajones algo  más tarde, The Christian Fathers. Y a finales del XIX, las monumentales prosopografías, un proyecto de la Academia de Ciencias de Berlín interrumpido a causa del primer conflicto.

Profesores jóvenes, laicos no pocos, apuestan por el redescubrimiento patrístico. En vez de invocar a los autores cristianos de la antigüedad para refuerzo apologético de la doctrina católica, prefieren contexto y circunstancias de sus obras y, de modo particular, la vivencia del mensaje que éstas ofrecen.

El XVI centenario del nacimiento de san Agustín da pie al congreso internacional agustiniano de París-1954, cuyos tres volúmenes -Augustinus Magister- ayudan mediante monografías y tesis doctorales a un mejor conocimiento del Santo. Nace también entonces Revue des Études Augustiniennes. Y los agustinos españoles, aunando esfuerzos con la BAC, ofrecen al público hispanohablante, en edición bilingüe, los primeros volúmenes de las obras de san Agustín.

El Concilio Vaticano II consagra estas iniciativas al proponer como indispensable requisito de renovación teológica el retorno a las fuentes escriturarias, patrísticas y litúrgicas. Suena la palabra aggiornamento, y se hace común el sintagma signos de los tiempos. «Cada vez que en Occidente ha florecido una renovación, tanto en el orden del pensamiento como en el de la vida (los dos órdenes están siempre unidos) -escribe a raíz del Concilio el cardenal De Lubac-, ha florecido bajo el signo de los Padres» (Les Chemins vers Dieu, Paris 1967, 7-9), frase parecida a la que, ya en 1923, había dedicado Portalié a san Agustín en el DThC I/2, 2268-2472. El cristianismo, la catequesis, la evangelización y la pastoral rinden para la Iglesia primitiva, con estos gigantes, admirables y copiosos frutos.

San Pablo VI inaugura el 4 de mayo de 1970 el Instituto Patrístico Augustinianum -de cuyo funcionamiento y dirección se hace cargo la Orden de San Agustín- y afirma, entre otras cosas, que «el retorno a los Padres de la Iglesia, en realidad, forma parte de aquella vuelta a los orígenes cristianos sin la que sería imposible actuar la renovación bíblica, la reforma litúrgica y la nueva investigación teológica auspiciada por el Concilio Ecuménico Vaticano II» (AAS 62 [1970], 424). «Los Padres -reitera san Juan Pablo II- son una estructura estable de la Iglesia, y para la Iglesia de todos los tiempos cumplen una función perenne» (AAS 72 [1980], 5-23).

San Agustín y Santa Mónica

Son los tiempos de Orbe, Congar, Grillmeier, Von Balthasar, Thonnard, Verheijen, Hamman, Studer, Trapè, Gribomont, Simonetti y un largo etcétera de ilustres figuras. Es la época de cardenales patrólogos: Daniélou, De Lubac, Pellegrino y Ratzinger, especialistas en san Agustín estos últimos. Son, en suma, las fechas posconciliares de un ecumenismo asumido por la Iglesia católica en el decreto Unitatis redintegratio y, por ende, muy distinto al que rigió en los años de posguerra.

El 26 de agosto de 1986 san Juan Pablo II hace pública su Carta Apostólica Augustinum Hipponensem (=AH), con fecha del 28, fiesta de san Agustín (AAS 79 [1987], 137-170). El miércoles 27, memoria de santa Mónica, alude en la audiencia general a este fervoroso homenaje al Obispo de Hipona en el XVI centenario de la conversión.

No faltaron celebraciones y congresos internacionales, desde el organizado por el  Augustinianum del 15 al 20 de septiembre de 1986, donde se dieron cita más de 300 estudiosos representando a unas 100 universidades del mundo, hasta las Jornadas Agustinianas de -España, promovidas en Madrid por la FAE los días 22-24 de abril de 1987.

Para estudiar AH, vendrá bien consultar: 1) El discurso de san Pablo VI en la inauguración del Augustinianum; 2) El de san Juan Pablo II, durante su visita al mismo Instituto en la tarde del 8 de mayo de 1982, verdadero programa de estudios patrísticos; 3) Lo Studio dei Padri della Chiesa Oggi, Roma 1977, y Patrologia-Patristica del P. Hamman, en el Dizionario Patristico e di Antichità Cristiane (DPAC) Marietti 1983, II GZ, 2708-2718: ofrecen ambos valiosa orientación patrística; y 4) la Carta Apostólica Patres Ecclesiae de san Juan Pablo II (2.01.1980) en el XVI centenario de la muerte de san Basilio.

Los alumnos de Trapè, fundador verdadero del Augustinianum, reconocemos su estilo en este documento. Para más preciso análisis, útil será S. Agostino, l’uomo, il pastore, il mistico, Fossano 1976, sintetizado en el excelente San Agustín de la Patrología III: BAC 422 (Madrid 1978), 405-553, y Agostino di Ippona, del DPAC I, 91-104.

El 17 de septiembre del 86, terminada la audiencia general en la Plaza de San Pedro, san Juan Pablo II se llegó al Aula Magna del Augustinianum, para saludar a los congresistas: su discurso «Agustín de Hipona, maestro y padre común de nuestra civilización cristiana» (OR, semanal 2.10.1986,13) viene a ser oportuno corolario de AH. En él re-propone «algunos pensamientos extraídos del inmenso panorama de la doctrina agustiniana, para manifestar mi estima por vuestros estudios y confirmaros en ellos, y para que el magisterio agustiniano continúe también en el futuro mediante vuestro trabajo» (p.14).

El san Agustín de AH es la figura central indiscutible. La clave de su interpretación dista mucho de ser ya la escolástica de pasados tiempos. El desarrollo sistemático de la Carta discurre con arreglo a los cánones patrísticos auspiciados por el Vaticano II. Quedan en ella recogidos la línea conciliar, sin duda, y también el fruto de los buenos estudios agustinianos del momento, así como las principales preocupaciones de san Juan Pablo II en sus discursos de más solemne circunstancia, comprendida la dimensión ecuménica, de la que fue palpable muestra hasta la concurrencia de estudiosos al ya mencionado congreso internacional de Roma.

Cuatro partes muy desiguales de extensión, además de la introducción y la conclusión, articulan el documento: I) La conversión; II) El Doctor; III) El Pastor; IV) Agustín a los hombres de hoy. La primera aborda, va de suyo, el tema central del centenario. Se trata de un fino análisis del itinerario conversional de san Agustín, en el que aparecen marcados con admirable metodología patrística los puntos esenciales de la partida y del retorno, es decir, de ese proceso de conversión que podríamos calificar con Mandouze como aventura de la razón y de la gracia.

La segunda es un esbozo de las enseñanzas agustinianas. Desarrollada en cinco puntos, resulta a la postre una perfecta trilogía agustiniana: del Agustín filósofo, del teólogo, y del místico. Puestos a resumir, cabría en ella la encíclica de Pío XI.

Entierro de san Agustín

Aunque apretada y en extremo resumida, la tercera perfila maravillosamente la faceta pastoral del Obispo de Hipona.

El solo hecho de convertir este atractivo aspecto biográfico del Santo en una sección particular, bien que reducida, deja entrever que discurrimos ya por cauces enteramente patrísticos, aquellos que expuso en acabado resumen el día de la inauguración del Instituto uno de los papas más agustinólogos: san Pablo VI.

Bien hubiera venido aquí, no obstante, alguna llamada patrística más al pie de página.

Con evidente aplicación de AH a los hombres de hoy, el Papa va destacando el estupendo mensaje que Agustín representa, desde su ejemplo y sus enseñanzas, para quien busca la verdad -asunto tan ecuménico como el de la unidad eclesial, traído también al principio-, y en biblistas, teólogos, pensadores, hombres de ciencia, políticos y estadistas, hasta cerrar el elenco con los jóvenes.

Recuerda un poco, de pronto, el famoso discurso aquel del Concilio Vaticano II a la humanidad, leído en la clausura por varios cardenales, según los gremios a los que iba dirigido.

Estamos una vez más ante un escrito papal que recoge la mentalidad de una época: los grandes problemas antropológicos, la cristología y la soteriología comparecen bien trabados para reflejar, por ejemplo, la dignidad del hombre, tema sobre el que tanto insistió san Juan Pablo II, o las verdades capitales de la encíclica Redemptor hominis.

Otro tanto cabe decir de la libertad y de la paz, doctrina a la que el Papa viene con la genuinamente agustiniana de la naturaleza y de la gracia, por un lado, y de la disputa con los donatistas, por otro. La relación del cristianismo con las culturas, querida por el Vaticano II, también es acentuada y analizada desde la Ciudad de Dios.

En la encíclica de Pío XI algunas citas agustinianas son muy largas, de casi una página de AAS. En esta de san Juan Pablo II, por el contrario, suelen ser cortas, pero muy bien traídas, por lo común para respaldar definiciones. Es el caso de las notas 68 y 79, o tantas otras que pueden ilustrar de qué manera las citas corroboran y afirman definiciones de la fe, de la caridad, del orden, de la libertad, de la paz, etc. La exposición discurre armónica. El ecumenismo se incorpora mediante los argumentos del proceso de búsqueda y de la unidad eclesial, dos cauces hoy muy socorridos.

El espíritu del Vaticano II anima el contenido desde enseñanzas agustinianas tan significativas como la de la Iglesia de comunión o la del Cristo total. La Regla es aquí, ya, Regula ad servos Dei. Incluso la mariología tiene un puesto con la nota conclusiva, en la que se hace ver que el título de Madre de la Iglesia arraiga en el Obispo de Hipona.

San Agustín, luz de Papas, Obispos y Doctores

AH, en suma, puede calificarse de verdadera carta magna de los estudios agustinianos, acabado compendio de agustinología o, como el mismo san Juan Pablo II escribe, «panorama del pensamiento de un hombre incomparable, de quien todos en la Iglesia y en Occidente nos sentimos de alguna manera discípulos e hijos».

Desea por eso vivamente el autor, dicho en síntesis, que la sabia doctrina patrística del Obispo de Hipona se estudie y difunda para que «continúe en la Iglesia y en el mundo en beneficio de la cultura y de la fe» (V. Conclusión).

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