Reinventarse

A Europa se la imaginan los emigrantes como un paraíso, por más que esté llena de granujas, que a menudo no dejan de ser ricos epulones negando a los pobres Lázaros del siglo XXI las migajas que regalan a sus mascotas.

No es que reinventarse resulte ninguna novedad, por supuesto, que semejante reflexivo lleva ya tiempo con su reinvento al hombro por las avenidas del castellano, pero el susodicho repunte en revistas, periódicos, radio y televisión lo ha convertido en término de moda.

Lo más importante en reinventarse es cambiar de mentalidad, crecer por dentro, someterse en lo íntimo de uno mismo a una especie de ininterrumpida catarsis.

Y no faltan en Cruz Roja, Caritas, Parroquias al límite y comedores de emergencia sobre todo, quienes, decididos a sobrevivir, cayeron pronto en la cuenta de que había que doblar el espinazo, redoblar el trabajo y estimular la imaginación. Y sobre todo, dicho en una palabra: ¡reinventarse!

reinventarse en tiempos de coronavirus

El forzado confinamiento de la pandemia está poniendo patas arriba demasiadas cosas, y no se ve a simple vista un final cortoplacista y feliz del problema. La gente no quiere que el destartalado planeta que pisamos acabe más pronto que tarde convertido en un inmenso Molokai hawaiano y, como es natural, se rebela contra lo que le parece, más que geniales ideas, estrafalarios caprichos de pandereta.

El flujo migratorio tampoco es que ayude mucho al arreglo de la cosa, y las ONG indican que si el coronavirus acusa brotes y rebrotes, escaladas y desescaladas -hay de todo-, las migraciones han experimentado de un tiempo a esta parte un aumento de embarazadas a bordo y un repunte en la llegada de pateras y cayucos a nuestras costas.

Quieren que sus hijos nazcan en Italia, aunque no hayan oído hablar jamás de Berlusconi, o en España si se tercia y es más fácil, sin que les importe ni mucho ni poco el misterio que rodea la palabra Al-Andalus o el fundado temor de que la mezquita de Córdoba encuentre el día menos pensado a un Erdogan de turno con el turbante alborotado hasta el extremo de complicar la convivencia interreligiosa en la zona.

Ellas, esas mujeres animosas hechas a la mar con lo que tienen, que es el todo de su vida porque se trata del hijo de (y en) sus entrañas, han oído decir que Italia y España son lugares donde la costumbre de comer algo un par de veces al día, no es ni un privilegio ni una extravagancia. El ser humano, aunque sea «un animal inconsolable», se consuela esperando tiempos mejores. Se consuela incluso con poco, que para eso hay pobres en abundancia por las calles en quienes ese poco ya sería mucho. Al fin y al cabo, menos da una piedra.

Pero a lo que los pobres nunca se acostumbrarán es a consolarse con nada, y la impaciencia les impide a muchos aguardar a la otra vida para tocar la felicidad, cuando tanto hay que hacer primero en esta, aunque sea corriendo el grave riesgo de quedar sepultados durante la travesía en un cementerio marino lleno de nereidas y galeones sumergidos. A Europa se la imaginan como un paraíso, por más que esté llena de granujas, que a menudo no dejan de ser ricos epulones negando a los pobres Lázaros del siglo XXI las migajas que regalan a sus mascotas.

Si cae alguno por esta España nuestra extrovertida y proteica, tendrá la oportunidad de oír a un presidente diciendo mentiras como puños, el que más por metro cuadrado en toda España a la redonda y puede que en la media Europa llamada UE. A diferencia de los náufragos de Lampedusa, a nosotros nos llega el agua sólo hasta el cuello. Aún podemos respirar, pero nos da en la nariz que el naufragio va a ser cuestión de tiempo, y no va a ser precisamente como el de san Pablo en Malta. Porque nuestro barco también está averiado, roto casi el navío, que diría el lírico Fray Luis de León.

El poder de reinventarse en tiempos de pandemia

Se explica, siendo así, que la gente confinada tenga tiempo para todo, incluso aburrirse. No deja por eso de sorprender la facundia de una sociedad española solidaria y enérgica, amiga de aportaciones lingüísticas, con más fortuna y chispa unas que otras, es cierto, pero todas, a la postre, tendentes a la fantasía léxica.

Y ello mucho más desde el confinamiento que andando libres por el tremedal. Los términos son variopintos, y no pocos con suficientes méritos etimológicos como para entrar en el Diccionario de la Real Academia Española.

Visto que el azote pandémico no amaina, la imaginación etimológica de los confinados, llevada de la curiosidad, ha empezado dale que te pego a las pesquisas virtuales de términos relacionados con  la imprevista emergencia. Las estadísticas  arrojan datos impresionantes: sólo en un mes, 84 millones de visitas (casi 3 millones diarios): cuarentena, confinar, resiliencia, epidemia, virus, triaje o cuidar son algunas de las palabras más buscadas. La gente quiere saber los significados que acompañan a esta imprevista prole de pasarela, y aspiran a palabras de aliento o a términos que ofrezcan seguridad comunicadora. Po ejemplo, médico, inocuo, remitir, solidaridad, esperanza, altruismo, resistir, etc.

El confinamiento, por otra parte, indaga también en las búsquedas con términos médicos  como: asintomático, disnea, enfermedad, infectar, intubar, afectar, hipocondría, etc. Otras  palabras más específicas, como mascarilla o pangolín, han recibido un número de visitas superior al habitual, lo que denota la indiscutible incidencia del coronavirus en el lenguaje común de los hablantes o escribientes. No quiero, sin embargo, seguir por ese rumbo de los vocablos con especial marchamo en el lenguaje. Para eso están los maestros de las letras y los escritores amigos del devenir idiomático.

Sí quiero, no obstante, detenerme en uno que, durante el confinamiento en curso, ha empezado a subir de frecuencia en los medios. Aludo a ese término, hoy de moda, de reinventarse. Por ejemplo, cómo reinventarse en tiempos de coronavirus. No es que reinventarse resulte ninguna novedad, por supuesto, que semejante reflexivo lleva ya tiempo con su reinvento al hombro por las avenidas del castellano, pero el susodicho repunte en revistas, periódicos, radio y televisión lo ha convertido en término de moda. La COVID-19 ha sido causa, me parece a mí, de que muchos, puestos a trabajar con su resiliencia (no residencia) a cuestas, afinen el oído sin ayuda de sonotones y agucen el cerebro contra cualquier atisbo de Alzheimer para salir más que airosos del duro trance pandémico en que nos encontramos, y opten, en definitiva, por reinventarse, o sea  por salir más fuertes que nunca de la precaria situación.

Reinventarse, pues, no significa tanto cambiar el que uno es -o ha venido siendo- en la vida, cuanto, más bien, la forma de ser y estar en el mundo. Para atravesar la bocana del puerto y salir a mar abierta en el empeño,  será indispensable primero que uno abandone su zona de confort, su ámbito conocido y familiar. Lo cual genera en las personas decididas a pegar el salto cualitativo un intenso miedo, dicho sea de paso, y con frecuencia incluso una desazón y angustia comparable, mutatis mutandis, a la del padre del existencialismo y melancólico pastor de Copenhagen, Søren Aabye Kierkegaard. Lo más importante en reinventarse es cambiar de mentalidad, crecer por dentro, someterse en lo íntimo de uno mismo a una especie de ininterrumpida catarsis.

Cómo reinventarse una vez que pase el coronavirus

Fue Charles Darwin quien dijo que «no es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor responde al cambio». En el fondo ese responder al cambio también es vivir, sin duda; o mejor aún: un vivir con, que,  a la postre, acaba en el puro sobrevivir. De ahí que, quién más, quién menos, unos de una manera, otros de su contraria, busquemos todos con aguda inquietud  respuestas a las inesperadas variaciones del momento. Vivimos un periodo de radicales cambios. Y para sobrevivir, son muchos los que ya no tienen otra alternativa que reinventarse.

La verdadera reinvención no consiste en cambiar las actitudes, sino en modificar las conductas. Es un cambio que también se traduce en la creación de un nuevo yo o en redescubrir facetas de la vida que creíamos olvidadas: al paso del tórrido siroco de esta crisis tampoco faltan ejemplos de personas descubriendo que pueden tener otra profesión y que han puesto su energía toda y su esperanza firme en el empeño. Y el éxito, mira tú por dónde, ha venido a coronar sus esfuerzos.

Hemos oído hasta la saciedad el tópico mantra de que crisis equivale a oportunidad. Cierto es y así lo parece, aunque no falten ocasiones en que la flauta no suena por más que el flautista lo intente con resoplidos faríngeos. La reinvención es la llave que nos permite atravesar la barrera del miedo hacia el cambio. Carlos Alonso escribe en su reciente libro Reinventarnos profesionalmente: «La sociedad actual exige reinventarnos tarde o temprano. Si finalmente se convierte en una oportunidad dependerá de nuestra altura de miras, sinceridad con nosotros mismos y de la actitud para abordarla».

Este tiempo de pandemia inconclusa está dando pie a que muchos aborden la necesidad de reinventarse orillando esos miedos y dudas que a todos nos acosan cuando la vida exige el alto riesgo de optar por un camino profesional que no se ajusta al que teníamos previsto. Y claro es que no se trata de volver la vista atrás, sino de dirigirla hacia el espacioso horizonte que nos aguarda por delante, pero de otra manera, dándole fuerte al invento del reinvento.

La crisis está dejando muchas economías, empresas y proyectos como un erial. Las célebres pymes, los autónomos, la hostelería, las terrazas a pie de acera, los que viven del hoy con lo puesto ayer y sin mucha esperanza en el mañana que Dios sabe cuándo vendrá, van a la vanguardia de este discurrir sin sentido, y todo porque intuyen que se les viene encima el alud provocado por los carentes de sentido común. Parece que del zarpazo no se librará ni Rita la cantaora.

Cierto es que no pocos han naufragado en sus costas íntimas de Lesbos y Lampedusas, pero tampoco faltan en Cruz Roja, Caritas, Parroquias al límite y comedores de emergencia sobre todo, quienes, decididos a sobrevivir, cayeron pronto en la cuenta de que había que doblar el espinazo, redoblar el trabajo y estimular la imaginación. Y sobre todo, dicho en una palabra: ¡reinventarse!

De modo que la reinvención ahí está, sobrevolando el yo y las circunstancias de una pandemia que anda jugando con las pobres criaturas hasta que llegue el señor Fleming con la vacuna. Algunos sostienen que reinventarse no se trata tanto de un “palabro” de moda, de esos que hubieran hecho las delicias de Fernando Lázaro Carreter en sus famosos libros de El dardo en la palabra; ni de un requiebro lingüístico ideal para el enceste en la caprichosa canasta del management, es decir, de la alternativa de dirección empresarial, sino, más bien, de un concepto amplio y atractivo que puede ayudarnos a encontrar una nueva senda por la que prosperar saliendo por fin del atolladero.

reinventarse en duros tiempos de pandemia

Según el Diccionario de la Lengua Española, reinventar significa volver a inventar. Si en el pasado «nos inventamos» como profesionales, a veces, en determinadas circunstancias, es recomendable un nuevo intento. Cumple avanzar con los tiempos, por más que las resistencias al cambio siempre tiendan a frenar cualquier evolución hacia un futuro que, por definición, siempre nos resultará oscuro, o sea incierto. Y en ese sentido huelga decir una vez más que la solución pasa necesariamente por … ¡reinventarse!

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