San Agustín en el Capitolio de Washington

La Biblia forma parte de una ceremonia entre solemne y folclórica, patriótica y festivalera, en la que el nuevo inquilino de la Casa Blanca centra la imagen de las cámaras mano en alto y rodeado en ese histórico trance del íntimo cortejo de familiares, amigos y altos cargos de las administraciones entrante y saliente.

Aún flotaba en el aire el espectro de lo acontecido el 6 de enero de 2021 en el asalto al Capitolio, para sonrojo del pueblo norteamericano, claro es.

El mandatario utilizó sus creencias -algo más, sin duda, que sus credenciales…- como suasorio elemento de unión con las ideas –políticas y sociales– que pretendía transmitir.

«Hace muchos siglos, San Agustín, el santo de mi iglesia, escribió que la gente es una multitud definida por el objetivo común de su amor. Y ¿cuáles son los objetivos que nosotros amamos como estadounidenses?: la oportunidad, la libertad, el respeto, el honor... y sí, la verdad».

Asalto al Capitolio azuzados por Trump

No se podrá decir del nuevo presidente de EEUU que habló como un Santo Padre de la Iglesia, pero sí es posible reconocer que su oratoria estuvo adornada con la oportuna cita de san Agustín. El autor de la Ciudad de Dios puso en la monocorde y cansina alocución del mandatario, el inconfundible acento de sus frases inmortales.

Que Joe Biden otorgase a la Biblia un protagonismo de relieve era de esperar, no sólo ya por cumplir con la ceremonia del juramento sino también para navegar sereno por el discurso de investidura. La Biblia, además, sale en Estados Unidos hasta en los West con diligencia perseguida y apaches a galope tendido. Forma parte de una ceremonia entre solemne y folclórica, patriótica y festivalera, en la que el nuevo inquilino de la Casa Blanca centra la imagen de las cámaras mano en alto y rodeado en ese histórico trance del íntimo cortejo de familiares, amigos y altos cargos de las administraciones entrante y saliente. Esta vez, sin embargo, hubo eso y… poco más.

La pandemia obligó a simplificar el protocolo para impedir al virus recebarse, que ahora no está el horno para bollos y el bicho tampoco anda precisamente de vacaciones por aquellas latitudes. Aun así, lo fundamental del juramento quedó en pie.

O sea, nada que ver con lo que en España ocurre cuando juran el cargo nuevos ministros ante Su Majestad el Rey, tirándose algunos el nardo de salir, no diré que por peteneras pero sí con fórmulas de juramento extravagantes, incluyendo latiguillos como “juro por imperativo legal” o “por mi honor”, siendo así que de imperativo legal no hay nada y a ese honor le falta hasta la hache.

Luego estaban también desplegados por la ciudad los 25.000 soldados -reservistas incluidos- de la Guardia Nacional, ese cuerpo colocado por la fama entre los más expeditivos en repartir estopa y cortar por lo sano eventuales algaradas. Aún flotaba en el aire el espectro de lo acontecido el 6 de enero de 2021 en el asalto al Capitolio, para sonrojo del pueblo norteamericano, claro es. Y el zafio y descortés desplante del ausente, el de la ensaimada capilar, quien, para vergüenza de la clase política, no tuvo la decencia de saberse despedir. ¡Vaya trompada trumpista la de este pájaro de cuenta!

Un ejemplo, si bien se mira, no singular porque se ha repetido con ligeras variantes en otros países, pero sí bochornoso y descorazonador y desasosegante. En España vamos bien servidos con lo del Caballo de Pavía, o el del Tricornio bien calado y pistola en mano -el tejerazo, vamos-, amén del rodeo al Congreso en fechas recientes.

Quién es el hombre con gorro de cuernos

El zopenco economista, por lo que se va sabiendo, no dudó en valerse de su poderío digital para inducir a turbas atolondradas y sin control camino del Capitolio.

Los movilizados, conforme llegaban por las avenidas colindantes al imponente edificio de la Democracia americana, se fueron uniendo al tropel de correlindes y pisaverdes y cornudos vikingos que, unidos a jayanes y a bravos de germanía en el rodeo y asalto al edificio, tardaron muy poco en mostrarse propensos a la pelea y al destrozo de cristales y puertas.

Joseph Robinette Biden Jr., o sea Joe Biden, juró el cargo como 46.º presidente de los Estados Unidos, dejando atrás cuatro años del mandato de Donald Trump, plagado de polémicas, muros sin sentido, caprichos con los emigrantes y trapisondas sin cuento.

Desde la tradicional escalinata del Capitolio, el nuevo mandatario del país pronunció su primer discurso oficial, cargado de las mismas intenciones unionistas adelantadas desde su elección el 3 de noviembre. Por otra parte, su mensaje, además del sentido de unión entre todos los estadounidenses, abundó en la necesidad de sanar heridas, en lo que falta por hacer, mucho, y en cómo derrotar al coronavirus o acabar con los extremismos instalados durante los últimos años en la sociedad estadounidense, profundamente dividida.

El discurso respondió a la fe católica de Biden, probado hasta con desgracias familiares: el 18 de diciembre de 1972, su esposa Neilia Hunter y su hija Naomi de un año de edad, murieron en un accidente automovilístico mientras realizaban compras navideñas en Hockessin, Delaware. En las 2.507 palabras que dirigió al auditorio -algunos medios ya se han tomado la molestia (o el gusto) de computar los caracteres de la pieza oratoria-, Dios apareció en cinco ocasiones, y no precisamente como en el Sinaí.

El mandatario utilizó sus creencias -algo más, sin duda, que sus credenciales…- como suasorio elemento de unión con las ideas –políticas y sociales– que pretendía transmitir. Es el segundo presidente católico de EEUU -el primero fue Kennedy-, y habrá que dar tiempo al tiempo para saber hasta qué altura del catolicismo quiere subir su presidencia.

Por de pronto se asegura que en Roma el cardenal Müller, como no tiene nada que hacer y le ha tomado gusto a lo de embarrarle los caminos a Francisco, ya ha dicho alguna palabra más alta que otra sobre posibles excomuniones. Es patético y desconcertante lo de este purpurado. Puestos al chiste escénico, también se dice que el diablo, cuando no tiene  nada que hacer, mata moscas con el rabo, que, a lo que parece, es más largo que un día sin pan. Pero vengamos a cuentas.

«Querían expulsarnos de este lugar sagrado»-aclaró Biden refiriéndose a la toma del  Capitolio, para repetir acto seguido-: «No ocurrió, no ocurrirá mañana y no ocurrirá nunca jamás». Fue entonces cuando llegó puntual y oportuna la cita agustiniana. 

«Hace muchos siglos, San Agustín, el santo de mi iglesia, escribió que-la gente es una multitud definida por el objetivo común de su amor. Y ¿cuáles son los objetivos que nosotros amamos como estadounidenses?: la oportunidad, la libertad, el respeto, el honor... y sí, la verdad. Los últimos meses y semanas hemos visto mentiras que se cuentan por el poder -y por los beneficios».

Biden llama a la unidad

San Agustín, efectivamente, dejó escrito en la Ciudad de Dios, libro 19, capítulo 24: «Si la realidad “pueblo” la definimos por ejemplo: “Es el conjunto multitudinario de seres racionales asociados en virtud de una participación concorde en unos intereses comunes”, entonces, lógicamente, para saber qué clase de pueblo es debemos mirar qué intereses tiene […]

Y se tratará de un pueblo tanto mejor cuanto su concordia sea sobre intereses más nobles, y tanto peor cuanto más bajos sean éstos» (De ciu. Dei 19,24).   

Lo primero a favor de Biden es que no tergiversó a san Agustín. Algo que le honra, sin duda, y muy de agradecer. Porque no faltan, a veces donde menos se espera, juntaletras que le hacen decir lo que nunca dijo y tiran por la calle de en medio de su capricho, y no por el de la objetividad.

Por ejemplo, con «ama y haz lo que quieras», que hasta algunos políticos españoles citan (Dilige et fac quod vis) creyendo poner una pica en Flandes cuando no hacen sino distorsionar el sentido malinterpretando una frase genial del Hiponense (cf. P. Langa, Dilige, et quod vis fac, en Id., Voces de sabiduría patrística. San Pablo. Madrid 2011, p. 209).

Y ni te cuento ya cuando algunos cargan a sus espaldas (las del Santo) frases que nunca él escribió. En vista de lo cual, preciso es agradecer al cielo que no se le haya ocurrido a Pedro Sánchez hasta la fecha -Laus Deo- citar al Obispo de Hipona (de un plagiario se puede esperar cualquier cosa), porque en ese supuesto no quedaría del hijo de santa Mónica ni mitra, ni báculo, ni estaca en pared. Biden afortunadamente no tuvo que perderse en ese tremedal.

Pisó firme y con ganas por los senderos de la objetividad y se puede asegurar que el discurso le salió conciliador y lleno de promesas. Lo cual que, viniendo de quien vienen, es de esperar que no falle, aunque sólo fuere porque el pueblo norteamericano, lupa en mano, no le consentiría la tomadura de pelo a que nos tiene acostumbrados el actual presidente de los españoles, que no dice una verdad ni equivocándose.

«Voy a ser el presidente de todos los estadounidenses, y les prometo que voy a luchar todo lo que pueda por aquellos que me apoyaron, pero también por los que no lo hicieron. Con los discursos sanchistas en mano, estas frases de Biden puede que nos suenen a griego. ¿Cuándo se habrá descolgado el inquilino de La Moncloa con afirmaciones así? ¡Nunca…!

«Tenemos que acabar esta guerra entre rojos y azules, entre lo rural y lo urbano, y lo conservador contra lo liberal. Tenemos que unirnos en nuestros corazones, mostrar tolerancia y estar dispuestos a ponernos en la posición del otro […]. Estaré siempre con ustedes, defenderé la Constitución, la democracia, a los Estados Unidos. Y estaré siempre a su servicio, con todo lo que hago, pensando no en el poder, sino en las posibilidades. Juntos vamos a escribir la historia de la unidad, del amor, de la grandeza, de la bondad... ».

Sería de temer que de san Agustín se atribuyese a Biden sólo la cita de arriba. Los grandes pensamientos de la Ciudad de Dios aletean con sonoridad y altura sobre el discurso presidencial: Tenemos que unirnos en nuestros corazones, mostrar tolerancia y estar dispuestos a ponernos en la posición del otro. En agustinología esto es picar muy alto. Y en el libro 19 concretamente, como haber libado néctar agustiniano en grandes dosis.

Ya han salido por ahí quienes tachan al nuevo mandatario de figura menor. Su currículo académico y político, sin embargo, dista de reflejar eso. Y en cuanto al discurso inaugural, la verdad es que le salió redondo. Otra cosa es que más adelante se le caigan a uno los palos del sombrajo. De ilusorio y nefelibata, pues, nada de nada. El Águila de Hipona señorea en no pocas de sus frases. Para comprobarlo, basta leer despacio la Ciudad de Dios, libro 19, algo que Biden seguramente hizo a conciencia antes del 20 de enero de 2021.

San Agustín y la Ciudad de Dios

Allí tuvo que dar con fragmentos que ni pintados: «cuando falta la justicia no hay una comunidad de hombres asociados por la adopción en común acuerdo de un derecho y una comunión de intereses […] ni hay empresa común del pueblo donde no hay pueblo» (De ciu. Dei, 19,23).

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