« El Señor me llama a “subir al monte” »

«El Señor me llama a “subir al monte”, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el cual he tratado de hacerlo hasta ahora, pero de una forma más acorde a mi edad y a mis fuerzas» (Benedicto XVI).

«De la cruz no se baja», habría afirmado Dziwisz, la persona que más cerca estuvo de Juan Pablo II hasta el mismo día de su muerte, y que vio cómo Karol Wojtyla llevó la enfermedad con gran fortaleza sin dejar el Papado (Stanislaw card. Dziwisz).

La renuncia «debilita a la Iglesia católica […] es un poco desestabilizadora [...] El gobierno no es su punto fuerte» (George card. Pell).

«Supliquemos con humildad a esta divina Luz que nos amanezca [en el alma], para que en esto que quiere decir de Él, sienta lo que es digno de Él; y […] lo publique por la lengua en la forma que debe» (Fray Luis de León).

Benedicto XVI anunciando su renuncia

El 24 de febrero del 2013 era segundo domingo de Cuaresma, el de la Transfiguración del Señor. A las 12:00h, puntualísimo, Benedicto XVI se asomó a su ventana del Palacio Apostólico para el rezo del Ángelus. La noticia de su renuncia, que había saltado a los teletipos el 11 de febrero, flotaba todavía en el aire con reacciones para todos los gustos, incluido el pésimo de algunos eclesiásticos que se fueron de la lengua. La Plaza de San Pedro, pues, registraba un llenazo a la espera de algún atisbo alusivo, o explicativo, del protagonista.

«Queridos hermanos y hermanas: ¡Gracias por vuestro afecto! Hoy, segundo domingo de Cuaresma, tenemos un Evangelio especialmente bello, el de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas pone particularmente de relieve el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive en un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28)».

Ni en aludir, por tanto, ni en explicar defraudó. A su habitual saludo dominical añadía esta vez: ¡Gracias por vuestro afecto! Era su respuesta a los aplausos que los presentes en la Plaza le dispensaban recordando su dimisión, que en esos momentos discurría contra reloj camino de hacerse efectiva el 28 de febrero. Acto seguido, no obstante, se fue directo a la Transfiguración, misterio por él ciertamente bien estudiado. Pero… ¿Y esas salidas de tono en algunos purpurados?

La respuesta llegó al hilo del fragmento apenas citado, quizás cuando algunos pensaran ya que el Papa se iba sin soltar prensa. No fue así, pues, acto seguido, se despachó en estos términos:

«Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento dirigida a mí, de modo particular, en este momento de mi vida. ¡Gracias! El Señor me llama a “subir al monte”, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el cual he tratado de hacerlo hasta ahora, pero de una forma más acorde a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa». Este fragmento conclusivo del Ángelus merece un breve comentario, siquiera fuere sólo por lo que arriba insinúo sobre irse de la lengua.

Stanislaw Dziwisz

El cardenal arzobispo de Cracovia y secretario de Juan Pablo II, Stanislaw Dziwisz, fue, según las agencias, en efecto, una de las voces discordantes con la renuncia. «De la cruz no se baja», habría afirmado Dziwisz, la persona que más cerca estuvo de Juan Pablo II hasta el mismo día de su muerte, y que vio cómo Karol Wojtyla llevó la enfermedad con gran fortaleza sin dejar el Papado. La frase entrecomillada la habría pronunciado en su día, en realidad, el propio Juan Pablo II.

 Dziwisz habló de una «enorme sorpresa», por la decisión de Joseph Ratzinger, a la vez que le agradecía el cariño mostrado a su pueblo y por la beatificación de Juan Pablo II, en mayo de 2011. Menos polémico, en cambio, fue el cardenal arzobispo de Varsovia, Kazimierz Nycz. «Muy sorprendido» también él, suponía que Benedicto XVI tendría razones importantes para esa «decisión sin precedentes».

El portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, en conferencia de prensa horas después en Roma, quitó importancia a las palabras de Dziwisz. Pidió que se leyera su mensaje completo. Así se podría ver cómo también entendía la decisión del Papa. Esa salida de Lombardi se llama templar gaitas. Tanto la entendió  Dziwisz que se pasó de rosca. ¿O respiró por la herida de no haber sabido él aconsejar a Juan Pablo II la retirada a tiempo? De la cruz no se baja uno, es cierto, pero, en ella, hay que saber estar.

La otra voz discordante llegó del cardenal australiano George Pell, crítico también él con la renuncia, porque debilita a la Iglesia católica. Sabe bien -explicó a los medios- que se trata de una ruptura con la tradición, un poco desestabilizadora. Y dándole la puntilla (a Ratzinger, se entiende): El gobierno no es su punto fuerte.

¿Cómo andan las cosas a ocho años de aquello…? Por de pronto, la figura de Dziwisz ha sido recientemente cuestionada en el informe publicado por el Vaticano donde se desvela el contexto del ascenso eclesial del exarzobispo de Washington, Theodore McCarrick, expulsado del sacerdocio en 2019, tras las acusaciones de abusos sexuales.

El informe -más de 400 páginas- deja en evidencia la mala la gestión por parte de Dziwisz de las denuncias del arzobispo de Washington. Peor aún: precisa que McCarrick escribió una carta a Juan Pablo II en la que negaba haber consumado relaciones sexuales y el Papa polaco le dio crédito, al tener las garantías de su secretario. Esto, claro es, abrió la puerta a McCarrick para ser designado en el año 2000 obispo de Washington, una de las más importantes diócesis en Estados Unidos, y al año siguiente ser creado cardenal.

Las primeras denuncias contra McCarrick llegaron en 2017, pero ya en 2006, ante las pruebas de que había abusado de un adulto, Benedicto XVI le obligó a presentar su dimisión después de la Pascua de 2006. O sea, que Ratzinger no era Juan Pablo II ni la guardia pretoriana que lideraba Dziwisz, el cual, ya entonces, repartía patentes de corso.

Antes de este informe del Vaticano, la televisión polaca TVN24 presentó el documental 'Don Estanislao. La otra cara del cardenal Dziwisz', en el que se afirma que el secretario del Papa polaco habría recibido dinero de parte del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, para encubrir los casos de abusos en la institución mexicana. También se cuestiona su gestión en un caso de abusos de 2012, ya Dziwisz arzobispo de Cracovia. Y en ello anda, el hombre. De momento, sabemos ya cómo entiende él eso de no bajar de la cruz.

George Pell

En cuanto al cardenal Pell, remito a mi artículo Al papa Francisco le siguen creciendo los enanos (RD: 17.10.2020). Allí se desprende qué hermenéutica utiliza el purpurado australiano y cuál es, a su juicio, lo que verdaderamente debilita a la Iglesia católica.

La oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como habría querido hacer Pedro en el Tabor, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. Benedicto XVI carga el acento en el imperativo del Padre en el Tabor: «Escuchadlo». Y a fe que en su pontificado no estuvo ocioso ni fuera de la cruz. Ah, se me olvidaba: Benedicto XVI fue quien levantó la liebre de la pederastia. Y no faltan analistas afirmando que, a la chita callando y sin pregonarlo, mandó a más de cien obispos a las tinieblas exteriores de la mitra…

Desde entonces ha sido Francisco el encargado de seguir manejando el escobón. No diré con el viejo tópico de los medios que esto no ha hecho más que empezar. Sí, desde luego, el otro no menos antiguo de esto lleva camino de nunca acabar. ¡Y de qué manera!

Mientras tanto, bien harán Dziwisz y Pell tentándose la ropa. El primero, por ver si aprende, al fin, qué significa eso de permanecer y bajar de la cruz. Y si aún tropieza, que se lo pregunte a Benedicto XVI. Todavía está a tiempo. ¡Y más le valdrá! El segundo, aunque absuelto por el Tribunal Supremo de Australia, que no dé al olvido el año y pico que allí estuvo en el trullo, porque los recursos sobre posibles sobornos de Becciu cuando su juicio en Australia y hasta las imputaciones al sardo por lo de Londres (para inquietud de Parolín) parece que no han dado el resultado apetecido, y el pequeño Becciu, mira tú por dónde, fino como el coral y de muy mal perder, puede atizarle al menor descuido, pese a sus ínfulas de sparring, una buena dosis de espabilina para que aprenda, él también, qué -debilita (y qué no) a la Iglesia católica.

Dejen ambos en paz, hombre, a Benedicto XVI, retirado con dignidad hace ahora ocho años al silencio de la oración tabórica. El lírico Fray Luis puede servir de ayuda: «Supliquemos con humildad a esta divina Luz que nos amanezca, quiero decir, que envíe en mi alma los rayos de su resplandor y la alumbre, para que en esto que quiere decir de Él, sienta lo que es digno de Él; y para que lo que en esta manera sintiere, lo publique por la lengua en la forma que debe» (Los nombres de Cristo, L.1).

(https://www.diariosur.es/sociedad/secretario-juan-pablo-20201113114239-ntrc.html).   https://www.abc.es/sociedad/20130212/abci-cardenales-criticos-papa-renuncia-201302121407.html

Cardenal Becciu

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