La Virgen María y el diálogo ecuménico (y IV): cuestiones controvertidas

Los reformadores de primera hora comprendieron el término hermanos (adelphoi) en sentido de primos. Algunas corrientes minoritarias protestantes afirman siempre la virginidad perpetua, que interpretan como consagración particular de María, mujer, madre y figura de la Iglesia.

Los dogmas de la Inmaculada y de la Asunción constituyen uno de los capítulos del contencioso ecuménico, y su contenido, fórmulas y fundamento suscitan serios debates.

El Concilio Vaticano II «exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la palabra divina a que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma al tratar de la singular  dignidad de la Madre de Dios» (LG 67).

Católicos y protestantes concuerdan en reconocer, con las Escrituras, que hay que venerar, es decir, amar, respetar, honrar a la Virgen María y alabar a Dios por ella. Que es preciso imitarla y considerarla como un ejemplo.

Nuestra Señora de Kazán

1.- Planteamiento. La consideración de la «jerarquía de verdades» (UR 11) lo pone fácil: habría que distinguir las verdades relativas al orden de los fines (Trinidad) de las que atañen al orden de los medios (estructura jerárquica de la Iglesia)]. Estas divergencias afectan a cuatro dificultades:

1:1) La «cooperación» de María en la salvación. Es uno de los puntos más complejos del contencioso doctrinal católico-protestante. Según los reformadores concierne a la justificación por la fe en Cristo, el solo Salvador, independientemente de las obras. La posible solución puede radicar en sustituir el vocablo «cooperación» por otro de análoga carga teológica y sin los matices que hoy dividen a protestantes y católicos.

La  «cooperación» de María es el fruto de una iniciativa del Padre, que mira  a «la humillación de su sierva» (Lc 1, 48). También el fruto de la  «kénosis» del Hijo que «se despojó y se abajó» (Filp 2, 7-8) para dar a la humanidad la posibilidad de responder. Y, en fin, el efecto del Espíritu, que dispuso su corazón a la obediencia: lo que se produjo en el momento del fiat. La humildad de María es la consecuencia de la humildad del Hijo (cf. Groupe des Dombes, Marie dans le dessein de Dieu et la communion des saints. II. Controverse et conversion, Bayard éditions / Centurion, París 1998, 22-28).

La cooperación de María es también un servicio al cumplimiento de la salvación. Se distingue por su objeto, pues la Virgen ha jugado, en su puesto, un rol único, en la gracia y por la fe, principalmente cuando el nacimiento y la muerte de Jesús. Este debate sobre María porta a otro más largo, según K. Barth: las consecuencias, en el hombre, de la justificación por la fe y de su capacidad para «cooperar» en la gracia y en la fe a la salvación. Es el mismo problema que concierne a la «cooperación» de la Iglesia.

1:2) La virginidad perpetua de María y la mención de los «hermanos y hermanas de Jesús» en los Evangelios. Lo plantea el Nuevo Testamento. El escándalo de católicos y ortodoxos ante una interpretación literal de la expresión proviene de su fe en la virginidad perpetua de María. Es un ataque a la teología mariana y no a la cristología.

Los reformadores de primera hora comprendieron el término hermanos (adelphoi) en sentido de primos. Algunas corrientes minoritarias protestantes afirman siempre la virginidad perpetua, que interpretan como consagración particular de María, mujer, madre y figura de la Iglesia. Pero la exégesis ha llevado a numerosos protestantes a la tesis contraria. Incluso los hay sosteniendo que no es posible fundar una afirmación de fe cierta sobre un testimonio escriturario incierto.

1:3) Los dogmas católicos de la Inmaculada Concepción y de la Asunción. Inaceptables para protestantes y ortodoxos, por definidos y precisados, dicen, de manera ilegítima en el cuadro de las opciones doctrinales del Occidente. Son recientes. Con ellos se ha pretendido traducir a doctrina lo desarrollado por siglos en la oración y alabanza de la Iglesia. Hoy constituyen uno de los capítulos del contencioso ecuménico, y su contenido, fórmulas y fundamento suscitan serios debates.

No pocos ortodoxos afirman que el de la Inmaculada carece de apoyo en la Escritura, y es en exceso deudor de la tradición occidental y de la interpretación agustiniana del pecado original, diversa de Oriente. Se apoya en una visión jurídica de la redención, según la cual María se habría beneficiado de antemano de los méritos futuros de Jesucristo. Si ellos proclaman a María como «la toda pura», y «la toda inmaculada», no es por el hecho de su concepción, sino porque Dios le ha concedido el no dejarse dominar por la naturaleza pecadora.

Madre de la Iglesia

En cuanto al final de María, los ortodoxos suelen  hablar de «Dormición», alguna vez también de «Asunción». Confiesan que María, sin dejar de pertenecer a nuestra humanidad y por su privilegio de portar corporalmente al Verbo de Dios, alcanzó el más alto grado de santidad de una criatura humana, y es la primera beneficiaria plena de la gracia que su Hijo alcanzó por su Pasión y Resurrección.

Rechazan, en resumen, ambos dogmas promulgados por la Iglesia católica, definidos sin que ninguna circunstancia exterior lo exigiese, y que el Papa sacó a flote comprometiendo la infalibilidad de su magisterio, tras la separación de las Iglesias y fuera de la vía conciliar. A juicio de los protestantes, no tienen fundamento bíblico explícito. El diálogo católico-protestante halla, pues, aquí, como concentrado, el clásico contencioso sobre la lectura de la comprensión de la Escritura en la Tradición viviente de la Iglesia, el  «sentido de la fe» de los fieles expresado por lo común a través de la piedad, la intervención del magisterio así como la «recepción» de las definiciones magisteriales.

El diálogo ecuménico será ocasión para que los católicos pongan por obra el principio de la «jerarquía de verdades» del Vaticano II: habrá de reconocerse a las doctrinas de la Inmaculada y de la Asunción una importancia no secundaria, cierto, sino según su relación a lo central de la fe cristiana. Católicos y protestante deberán afinar descubriendo lo que ambos enunciados dicen de importante a propósito de Cristo y del hombre en él salvado; y precisar los puntos de los que penden todavía divergencias; y discernir entre divergencias separadoras y compatibles con la comunión eclesial. En todo caso, el diálogo tendrá que examinar en qué medida ambos dogmas constituyen, al decir de los protestantes, «novedades», o son, según los católicos, interpretaciones de un dato de la fe cristiana basado en el testimonio escriturario.

1:4) La invocación de María. Corresponde al Magníficat: «Me llamarán dichosa todas las generaciones» (Lc 1,48). La presentan los grandes reformadores Lutero, Zwinglio, Bullinger, Calvino. Pero rehusan toda demanda de intercesión: supondría un rol de instrumento eficaz en la economía salvífica o cooperación.

Los católicos conceden que la devoción mariana ha conocido excesos que, de una u otra forma, dieron pie a creer que María fuera considerada en la fe católica igual que una diosa. Pero la invocan recabando su intercesión: así en la segunda parte del Ave-María. El Vaticano II reorientó su culto recordando que éste «se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo encarnado. Lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo» (LG 66).

«Y exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la palabra divina a que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma al tratar de la singular  dignidad de la Madre de Dios» (LG 67).

Concuerdan católicos y protestantes en reconocer, con las Escrituras, que hay que venerar, es decir, amar, respetar, honrar a la Virgen María y alabar a Dios por ella. Que es preciso imitarla y considerarla como un ejemplo. Divergen en el momento de invocarla: la tradición protestante le rehusa todo rol de intercesión, en tanto que los católicos se confían a su materna intercesión y le dicen cotidianamente: «Ruega por nosotros, pecadores».

Concilio Vaticano II

2.- Diálogo teológico. El Decreto de ecumenismo valora que los dogmas fundamentales de la fe cristiana sobre la Trinidad y el Verbo de Dios «encarnado de la Virgen María hayan sido definidos en los Concilios ecuménicos celebrados en Oriente» (UR 14: BAC 252, Madrid 1967, 5ª ed., p. 746).

Es como alegrarse de ver la mariología por la cristología desde los tiempos de la Iglesia Una e Indivisa.

El documento reconoce luego:«Los orientales ensalzan con hermosos himnos a María, siempre Virgen, a quien el Concilio ecuménico de Éfeso proclamó solemnemente Santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido verdadera y propiamente Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras»(UR 15:  p. 747s). O sea, que el título que acredita a la Virgen para ser entendida a la luz de Cristo es el de Madre de Dios.

Remata finalmente el documento: «Sabemos que existen graves divergencias con la doctrina de la Iglesia católica aun respecto de Cristo, Verbo de Dios encarnado, y de la obra de la redención, y, por consiguiente, del misterio y ministerio de la Iglesia y de la función de María en la obra de la salvación» (UR 20: p. 752s).

Además de insistir en lo anterior, precisa: 1) que tal vinculación se centra en averiguar la función de María en la obra de la salvación; 2) que al respecto existen graves divergencias con la doctrina de la Iglesia católica.

La Iglesia católica mantiene hoy un diálogo abierto, respetuoso y sereno sobre mariología con los Anglicanos, el CEI, los Luteranos, los Metodistas, las Iglesias orientales ortodoxas, el Pentecostalismo, las Iglesias Bautistas, y los Evangélicos. Los puntos a debate son:

2: A) Con el Pentecostalismo: La maternidad de María; la veneración de María; la intercesión; la doctrina de las gracias concedidas a María; la virginidad; y los dogmas de la Inmaculada y de la Asunción.

2: B) Con los Bautistas: Los dogmas marianos y el lugar de María en la fe y en la práctica.

2: C) Con los Evangélicos, en plan multilateral: María y la Iglesia; María en la salvación y redención.

2: D) En cuanto a la piedad mariana: María en la fe y la práctica según la Escritura.

San Juan Pablo II cifra en 5 los puntos que «deben ser profundizados para alcanzar un verdadero consenso de fe»: 1) Las relaciones Escritura-Tradición; 2) La Eucaristía, sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo; 3) el Orden, como sacramento; 4) el Magisterio de la Iglesia, confiado al Papa y a los Obispos en comunión con él; y 5) «la Virgen María, Madre de Dios e Icono de la Iglesia, Madre espiritual que intercede por los discípulos de Cristo y por toda la humanidad» (Ut unum sint, 75).

El 22.VII.1990 asistí en la catedral ortodoxa de San Vladimiro de Kiev a un pontifical del metropolita Filaret Denisenko. Ese día era la Virgen de Kazán, uno de los iconos más venerados de los rusos. Ahora que padecemos los horrores de la guerra desencadenada por Rusia contra Ucrania, quisiera terminar con la hermosa plegaria que allí se cantó ante una réplica del famoso icono:

«Ferviente protectora, Madre del Dios altísimo, ruega por todos a tu Hijo, Cristo, nuestro Dios y haz que se salven cuantos recurren a tu potente intercesión. Soberana y Emperatriz, defiéndenos en los peligros, en las aflicciones, en las enfermedades. Oprimidos por los pecados, te rogamos con humilde ánimo y corazón contrito acogernos ante tu icono con lágrimas y segura esperanza: líbranos de todos los males, danos tu ayuda y salva a todos, virgen Madre de Dios: pues tú eres la divina protección de tus siervos».

La Pietà de Miguel Ángel

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