El don de Ciencia y la belleza de Dios

El don de Ciencia nos lleva a comprender, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su profunda relación con cada criatura.

La causa de la unidad es un maravilloso don que Dios nos ha dado para que se cuide, fomente, utilice en beneficio de la humanidad toda.

El Espíritu Septiforme nos enseña con el don de Ciencia sus verdades, permite que su luz ilumine nuestra mente, nos comunica informaciones imposibles de adquirir por conocimiento natural.

Ícono ortodoxo oriental que representa el primer Concilio ecuménico en Nicea, en 325

Aplicada la definición de los dones del Espíritu Santo al movimiento ecuménico, cabe señalar que el de Ciencia en concreto nos hace ver también la belleza de la unidad. Cuando se habla de ciencia, el análisis se dirige inmediatamente a la capacidad del hombre para conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y descubrir con menos apuro las leyes que rigen la naturaleza y el universo todo.

La ciencia que viene del Espíritu Santo, sin embargo, es otra cosa. Por de pronto no se limita al conocimiento humano, sino que se trata de un don especial, que nos lleva a comprender, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su profunda relación con cada criatura.

Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu, se abren a la contemplación divina, al esplendor de la naturaleza y a la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir que cada cosa nos habla de Dios y de su amor. Todo esto suscita gran estupefacción y profundo sentido de gratitud.

Es la genuina emoción que se siente también al admirar una obra de arte o cualquier maravilla fruto del ingenio humano y de la creatividad de los mortales: ante todo esto el Espíritu nos conduce a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en cuanto tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por los hombres.

Ahora bien, si el don de Ciencia nos hace ver la belleza de Dios y nos coloca en profunda sintonía con el Creador hasta participar en la transparencia de su mirada y hondura de su juicio; y si desde esta perspectiva logramos ver en el hombre y en la mujer el vértice de la creación, como realización de un designio de amor que está impreso en cada criatura y nos hace reconocernos como hermanos y hermanas, ¿acaso va a ser menos la unidad de la Iglesia, la armonía, consonancia, conveniencia y compostura del ecumenismo, del Ut unum sint?

El don de Ciencia, por otra parte, nos ayuda a evitar actitudes fuera de lugar. Por ejemplo, creer que el movimiento ecuménico es cosa de los hombres. O tarea de unos pocos que, al no tener en qué emplear  el tiempo, se dedican a pregonar la unión de las Iglesias. La causa de la unidad es un maravilloso don que Dios nos ha dado para que se cuide, fomente, utilice en beneficio de la humanidad toda, volcada en cariño hacia la Iglesia universal.

Por supuesto que, en este mismo orden de cosas, tampoco la unidad de los cristianos es cuestión de voluntad sin más y de cordial simpatía entre amigos de distintas confesiones. Con el don de Ciencia, el Espíritu nos ayuda a eludir estos errores. Más aún: a centrar la causa de la unidad cristiana en el corazón de Dios.

El don de Ciencia y la belleza de Dios

«La creación – se lo dijo el papa Francisco en 2014 al presidente francés Francois Hollande- es para nosotros a fin de que la aprovechemos bien; no para explotarla, sino para que la cuidemos, porque Dios perdona siempre, nosotros los hombres perdonamos algunas veces, pero la creación no perdona nunca, y si tú no la cuidas ella te destruirá».

Urge, pues, pedir al Espíritu Santo el don de Ciencia para comprender que también el ecumenismo es un hermoso regalo del Cielo. Este don hace que el hombre entienda las cosas en la forma que Dios las entiende: que penetre en la raíz de cada acontecimiento. Con él nos enseña el Espíritu Septiforme sus verdades, permite que su luz ilumine nuestra mente, nos comunica informaciones imposibles de adquirir por conocimiento natural.

Nos revela por este don acciones que Dios ya está haciendo, o situaciones y mentalidades menesterosas aún de ser transformadas, siempre, desde luego, con el fin de que se conviertan a través del poder y de la misericordia de Dios, que cura el cuerpo y el corazón. Imaginemos esto, por ejemplo, en el quehacer de las Comisiones Mixtas.

Entre las condiciones para recibir y perseverar en la vida carismática, sobresalen la simplicidad y pureza de corazón, la perseverancia en la meditación de la divina Palabra, la vida de oración y el deseo de servir a los hermanos como Jesús (Lc. 22, 27). Ningún modelo mejor en todo esto que el de María Santísima, acabado modelo de total apertura: “Hágase en mí, según Tu palabra” (Lc 1, 38).

El don de Ciencia, en fin, nos ayuda a leer la presencia y acción de Dios en la práctica de las acciones y proyectos ecuménicos. Parecido a como sucede con la lectura de los «signos de los tiempos».

Al principio del Génesis se subraya que Dios se complace de su Creación: repetidamente se indica la belleza y bondad de cada cosa. Al término de la jornada resuena como estribillo: «Y vio Dios que era bueno». Si Dios ve que la Creación es buena, si la encuentra hermosa de verdad, también nosotros habremos de asumir esta actitud.

Lo típico del don de Ciencia es, por tanto, hacernos ver esta belleza; alabar a Dios, darle gracias por habernos dado tanta hermosura. Don, en fin, el de Ciencia, particularmente necesario en esta época de crispación, pandemia y postmodernidad. Y sobre todo, para que naveguen con buen aire las relaciones ecuménicas.

El Papa y el presidente Hollande

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