En la festividad de santa Mónica

«Vivamos con dignidad. Y para poderlo conseguir, invoquemos a aquel que nos lo manda. No exijamos de Dios una recompensa terrena por nuestra vida buena» (San Agustín, Sermón 19,6).

«Dirijamos toda nuestra atención a las cosas que se nos prometen. Pongamos nuestro corazón allí donde no puede corromperse con las afecciones mundanas» (Ib.).

«Pasan todas las cosas que entretienen a los hombres; vuela todo. La misma vida humana sobre la tierra es vapor que se desvanece... El mundo es un lagar; y en él somos prensados» (Ib.).

Santa Mónica y su hijo san Agustí

Santa Mónica de Hipona, madre de san Agustín, sigue siendo ejemplo admirable de sublime santidad. He aquí un decálogo de su fecundo mensaje para la Iglesia y la sociedad de nuestro tiempo, tan necesitadas ambas de Cristo. La madre del inmortal Africano viene a decirnos también hoy: Vivid de manera que por la amistad escaléis el don hermoso de la caridad. Vivid la caridad de modo que en vosotros realicéis la Iglesia. Entrad en el desierto de vuestro corazón y dejad hablar allí al Maestro interior:   

01.- Detrás de un hombre hay siempre una mujer. Eso se suele decir, a veces con adornos añadidos de gran hombre, gran mujer, delante, detrás y al lado. Santa Mónica, por de pronto, fue modelo de virtudes en la vida familiar. Y aunque el dicho pudiera valer también para su esposo pagano Patricio, donde de lleno cuadra y en plenitud va entendido, sin embargo, es en su hijo Agustín de Hipona.

02.- Esposa y Madre. Y, como tal, brillando siempre en ella los divinos dones desde su honestidad y templanza y a base de hablarles de Dios al esposo y al hijo desde sus costumbres esponsalicias y maternales, altavoces de la divina misericordia.

03.- Mujer de fe granítica. Dulce sierva de Dios, embellecida y hermoseada por la Gracia, su lámpara encendida nunca se apagó y los destellos incesantes de su fe jamás se debilitaron. Una fe, la suya, por otra parte, de singular despliegue interior y de extraordinaria firmeza en el alma, capaz de soportar las infidelidades del marido hasta verlo ganado para Cristo.

04.- Pacífica y pacificadora. Cuando su amado hijo Agustín empezó a dar  bandazos en la fe católica, Mónica de Hipona, la apacible y aplaciente Mónica, por él lloró y oró tanto, y para él esperó de tal suerte la hora de su conversión fiada toda en Dios, que bien pudiera ser definida como uno de los más entonados y melodiosos himnos a la esperanza.

05.- Experta en humanidad y amor. Sabía templar el espíritu y abrir cauces de entendimiento en las relaciones sociales. Y cuando era preciso, afinar también la concordia para desenconar y reconciliar así a las partes discordantes.

06.- Alumna del Maestro interior: «Así era mi madre -afirma san Agustín en las Confesiones-, siendo tú su maestro íntimo en la escuela de su corazón» (9, 9, 21). Y unos renglones más adelante: «Todos los que la conocían, te alababan, honraban y amaban en ella, porque sentían tu presencia en su corazón» (9, 9, 22).

07.- Evangelizadora mediante las artes del seguimiento. No cejó en el empeño de orar por la conversión de su hijo Agustín. Lo buscó, lo encontró y por todos los medios a su alcance procuró que se pusiera al habla con el obispo  san Ambrosio.

08.- Maestra en el sublime apostolado de la oración. Santa Mónica era consciente de que nada es imposible para el corazón arrodillado ante Dios. Lloró pidiendo y pidió llorando, convencida de que si buscaba la verdad, ella sería su quietud y su descanso y la solución a todos sus males. Su mensaje para las madres de nuestros días, que ven con preocupación cómo sus hijos se alejan de la religión y de la piedad, es claro y sin vuelta de hoja: hasta las lágrimas pueden ser oraciones.

09.- Misionera del diálogo. Lo practicó conversando con san Ambrosio, acudiendo a sabios prelados para que irradiaran luz y aportaran valimiento, y sobre todo para que accediesen a dialogar con su hijo cuando éste andaba perdido. Diálogo sublime el suyo junto al hijo de tantas lágrimas, ya convertido y bautizado, durante el Éxtasis de Ostia. «Una sola razón y deseo me retenían un poco en esta vida, y era verte cristiano católico antes de  morir» (Conf. 9,10, 26).

10.- Monumento  humano a la tenacidad, al servicio y a la sencillez: «A todos nosotros, siervos tuyos, que por tu gracia nos permites hablar y que antes de su muerte ya vivíamos para ti en santa hermandad una vez recibida la gracia del bautismo, nos cuidó como si a todos nos hubiese engendrado, y nos sirvió como si de todos fuera hija» (Conf. 9, 9, 22).

Hermoso mensaje, en fin, el contenido en este decálogo de santa Mónica. Trata simplemente de buscar la verdad y ella será tu quietud y tu descanso y la solución a todos tus males. También el principio y fundamento de todos tus bienes. Y si tu corazón vacila con los malos deseos, para vencerlos invoca a Cristo.

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