«La grandeza de Dios es su misericordia»

Noli me tangere – Correggio

Todavía no se ha perdido por la esquina de la calle aquel grandioso Año de la Misericordia, convocado por el papa Francisco con el laudable propósito de conocer mejor a Dios, ciencia ésta en la que muchos parecen desentrenados. Dio mucho de sí aquel memorable Kairós de 365 días en discursos, oraciones, actos litúrgicos y anejas circunstancias. Hasta los medianamente avisados en cosa de bambalinas y postureo eclesiástico tuvieron la oportunidad de advertir que no todo el monte santo de la Jerarquía es orégano misericordioso. Y es que nunca deja de haber cretinos empeñados en darle las espaldas a la misericordia para enarbolar, en cambio, el garrote y tente tieso. De igual manera que patriotas a quienes siempre les sobra media patria.

Afortunadamente el papa Francisco se marcó unos meses muy densos en hechos y palabras, y estuvo siempre al quite y pronto a la dosis balsámica del Evangelio, para que a incondicionales seguidores suyos, o sea de su línea papal, como el cardenal Kasper, por ejemplo, no acabaran de partirles la carta los del pimpampum. Por ese afán desmedido de acudir a lo inmediato, los reporteros acercaban la grabadora o el micrófono al entrevistado, quien fuera, y se olvidaban de lo esencial de las bambalinas, a menudo más bien imperceptible de puro sutil.

Dijo Francisco abriendo la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en la inauguración de aquel Año de gracia una oración preciosa, que empieza de esta guisa: «Oh Dios, que revelas tu omnipotencia sobre todo con la misericordia y el perdón». Y un poco más adelante, definiendo al Hijo de Dios hecho hombre, como «rostro resplandeciente de tu infinita misericordia… ».

Cabalmente en esta Semana de Pascua todavía en curso, pasada ya sin pasos la Semana Santa, y con la gente sin otro remedio que descorrer cada día la cortina cuando Dios amanece y ver cómo pinta el color de la mañana en tiempos de coronavirus a manta y de confinamiento inexcusable, vuelve la divina misericordia hecha Luz de Pascua y Cirio encendido a poner su nota de resplandor y célico bálsamo en los corazones desgarrados. Y tratando de darle a la caza alcance en la madrugadora mañana de la Anástasis y la piedra removida, tenemos de pronto a María Magdalena con el Resucitado: su diálogo con quien ella considera el hortelano es de una vistosidad deliciosa. Y para la teología, de una plasticidad mistérica de puro misteriosa a la hora de explicar la condición de los cuerpos gloriosos.  

La celebración de santa María Magdalena, memoria obligatoria el 22 de julio, ha sido elevada en el Calendario Romano General a la categoría de fiesta. Por expreso deseo del papa Francisco, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos así lo dispuso el 3 de junio de 2016 con el Decreto Apostolorum apostola.  La decisión –explicaba monseñor Arthur Roche, secretario del Dicasterio en Carta adjunta al Decreto, donde se incluía el prefacio proprio de la Misa de la nueva festividad – se enmarca en el actual contexto eclesial, que pide reflexionar más profundamente sobre la dignidad de la mujer, la nueva evangelización y la grandeza del misterio de la misericordia divina.

El Prefacio compuesto para su fiesta permite apreciar nuevos acentos misericordiosos cuando aclara que es «justo y necesario, es nuestro deber y salvación, aclamarte siempre, Padre todopoderoso, de quien la misericordia no es menor que el poder, por Cristo, Señor nuestro. El cual -prosigue- se apareció visiblemente en el huerto a María Magdalena, pues ella lo había amado en vida, lo había visto morir en la cruz, lo buscaba yacente en el sepulcro, y fue la primera en adorarlo resucitado de entre los muertos; y él la honró ante los apóstoles con el oficio del apostolado para que la buena noticia de la vida nueva llegase hasta los confines del mundo».

Grandes dosis de sabiduría rezuman los pasajes dichos. Evidentemente los liturgistas no partieron de cero al redactarlos. La patrística, por ejemplo, suministra valioso material en tal sentido. Uno de los puntos nodulares de san Agustín, el Doctor de la Gracia, que de tan celestial medicina algo sabía, proclama que Dios es glorificado en el hombre por su misericordia.«Si vino el Señor Jesús a perdonar al hombre los pecados, reconozca el hombre su vileza, y Dios obre su misericordia […] El hombre, pues, que quería llamar suyo a lo que no es suyo, entienda que lo ha recibido y disminuya, pues es un bien para él que Dios sea en él glorificado» (Ev. de San Juan, tr. 14, 5).

El Cirio pascual y su significado

El neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco, Viktor Frankl, fundador de la logoterapia y análisis existencial, afirma que «la esencia del hombre es ser doliente». Negar o disimular la propia fragilidad es una salida común, pero poco sabia. Las situaciones de vulnerabilidad se multiplican y los hombres y mujeres atrapados por el sufrimiento físico o moral (como ahora con el Covid-19, un suponer) nos muestran constantemente el verdadero rostro de la vida humana. Este diagnóstico no es la conclusión de una mirada hacia los demás, sino una sincera confesión personal. Y viene muy al caso de estos meses de confinamiento.

Anticipado en siglos a Viktor Frankl, había ya dicho san Agustín algo parecido, bien es cierto que añadiendo el siempre laudable argumento de la misericordia divina: «Pesada desdicha oprime al género humano y él necesita la misericordia divina». (Manual de fe, esperanza y caridad II, 7). Y es que el de Hipona vivió en su propia biografía la misericordia de Dios. Aquel eximio Pastor de almas, en efecto, se siente acogido por ella, y esta experiencia le lleva a que singulares argumentos como el del perdón o la compasión sean recurrentes en su prédicas. «El gesto más claro de la divina misericordia es que Cristo haya venido a nosotros» (Sermón 144, 3). Porque, a la postre, «¿qué mayor misericordia que darnos a su Único, no para que viviera con nosotros, sino para que muriera por nosotros? » (Comentarios al Salmo 30, II, 1, 7). Idea maestra que reaparece plástica y estimulante en el Sermón 229 E, 2: « ¡Gran misericordia y honor que el médico haga de su sangre nuestra medicina!». «A Dios se le paga su misericordia compadeciéndose de los desdichados» (Coment. al Salmo 88, 1, 25). Decir estas cosas hoy suena a comentario bien traído para el confinamiento coronavírico.

« ¿Qué es la misericordia, sino cierta compasión de nuestro corazón por la miseria ajena, que nos fuerza a socorrerlo si está en nuestra mano? » (La ciudad de Dios IX, 5). «Se habla de misericordia cuando la miseria ajena toca y sacude tu corazón» (Sermón 358 A). San Agustín utiliza muchas veces la expresión “obras de misericordia”. «Ponerlas en práctica equivale a comportarse como quien reconoce el señorío de Dios» (Comentarios al Salmo 146, 15).

El aprendizaje de la propia debilidad, por ejemplo la del náufrago o la del esclavo, es escuela y espuela de misericordia hacia el prójimo: «Ahora, en este tiempo de fatigas, mientras nos hallamos en la noche, mientras no vemos lo que esperamos y caminamos por el desierto hasta que lleguemos a la Jerusalén celestial, cual tierra de promisión que mana leche y miel; ahora, pues, mientras persisten incesantes las tentaciones, obremos el bien. Esté siempre a mano la medicina para aplicarla a las heridas prácticamente cotidianas, medicina que consiste en las buenas obras de misericordia. En efecto, si quieres conseguir la misericordia de Dios, sé tú misericordioso». (Sermón 259, 3).

La gente es frágil y acercarse con mano blanda a los demás es ejercer el arte de la misericordia. Tiene apariencia de una palabra dulzona y paternalista, pero exige talla humana, madurez de espíritu, sensibilidad crecida. Un problema compartido queda dividido por dos. Por el contrario, masticar a solas una contrariedad produce empacho y dolor añadido. «Los dramas de la sociedad humana –la de ayer, hoy, siempre– hacen necesario y urgente que ahora sea el tiempo de la misericordia» (Comentarios al Salmo 2, II, 1, 10).

Vengamos a cuentas, pues, y dejémonos de tener por oráculos a tantos botarates sueltos. Los barómetros de los economistas dicen que la expansión anual del PIB se modera, en vez de afirmar que decae. El caso es que se empieza a reconocer que vamos a tener que acostumbrarnos a pasarlo peor, o sea con menos dinero. La crisis de las hipotecas de alto riesgo está llamando ya a las puertas en vista del día después del coronavirus. Quiere decirse que nuestro techo económico se ha cuarteado con la pandemia y peligra, como en esas casas cuya techumbre ha ido acumulando durante  la noche kilos y kilos de nieve. Los españoles tenemos la ventaja, cuando volvemos la vista atrás, de pensar que cualquier tiempo pasado fue peor, pero nos estábamos acostumbrando a la buena vida. Más que el Mercado Común, nos ha importado siempre el mercado de nuestro barrio.  Y ese ahora, tendrá que cerrar si no intervienen a tiempo las ayudas necesarias.

El regreso voluntario a la austeridad, pues, será doloroso, qué duda cabe, sobre todo para las personas que carecen de entrenamiento. Comer menos cuando se decide adelgazar y no nos da la gana comer no es igual que no hacerlo cuando se tienen ganas de comer y no se puede.  

Dios es glorificado en el hombre por su misericordia (san Agustín)

El papa Francisco acaba de escribir un artículo en el semanario Vida Nueva titulado 'Un plan para resucitar' en el que reflexiona sobre «las graves consecuencias que estamos sufriendo por el Covid-19» y, evidentemente, la manera ideal de conjurarlas. Una hoja de ruta para «conformar la civilización del amor» frente a «la pandemia de la exclusión y la indiferencia».

Si «la grandeza de Dios es su misericordia» y el papa Francisco acaba de salir al camino con la iniciativa dicha para encontrar remedio, bueno será que secundemos sus consejos y retiremos el apoyo a los mequetrefes de turno y les demos la espalda a quienes nada quieren saber de misericordia y perdón, porque guardan sus preferencias hacia los amigos y amigotes del pimpampum.  

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