El imán que tenía siempre una palabra de unidad

Detrás de Layama cerraba filas un ecumenismo interreligioso comprometido en la reconciliación y pacificación de la República Centroafricana, que había empezado a perder el rumbo.

«Mi hermano mayor es un baobab que ha caído, porque este hombre era un erudito, un hombre de sabiduría que sabía recoger, que tenía siempre una palabra de unidad en la boca, que tenía respeto y estima por el otro» (Cardenal Dieudonné Nzapalainga, arzobispo de Bangui, al dar la triste noticia de la muerte del imán Layama).

«Convocamos a católicos, musulmanes y protestantes y estuvimos hablando toda la noche. El diálogo interreligioso no era cosa de tres, sino de todo el pueblo. Había que dialogar» (Imán Omar Kobine Layama).

El imán Omar Kobine Layama

La Agencia Fides informaba días atrás de la muerte del imán Omar Kobine Layama, presidente del Consejo Superior Islámico de la República Centroafricana, fallecido en Bangui el 28 de noviembre del 2020 a la edad de 66 años. A primera vista, sin la resonancia que en su momento alcanzaron Ernesto Cardenal o Casaldáliga, por ejemplo, ni la repercusión del Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, coautor con el papa Francisco del Documento de Abu Dabi (febrero de 2019).

Lo dicho, sin embargo, no impide reconocer con gratitud y fervorosas oraciones al imán ahora desaparecido. Porque detrás de Layama cerraba filas un ecumenismo interreligioso comprometido en la reconciliación y pacificación de la República Centroafricana, que había empezado a perder el rumbo.

Su alma gemela en hacer el bien, amigo y cardenal Dieudonné Nzapalainga, arzobispo de Bangui, comentó al dar la triste noticia: «Mi hermano mayor es un baobab que ha caído, porque este hombre era un erudito, un hombre de sabiduría que sabía recoger, que tenía siempre una palabra de unidad en la boca, que tenía respeto y estima por el otro».

Layama fue uno de los fundadores de la Plataforma de Confesiones Religiosas de la República Centroafricana, que desde 2012 reunió a iglesias católicas y protestantes, así como a la comunidad musulmana a la que el imán pertenecía, y con destacado papel mediador durante la guerra civil que sacudió al país en 2013. No extrañe, pues, el Premio de Derechos Humanos de la ONU en 2015 como reconocimiento al trabajo por la paz de esta Plataforma.

Por aquello de vaya usted a saber, si surgen dudas, y puesto que no faltan  expertos batiendo plusmarcas en hablar dos veces y equivocarse tres, habrá que rendirse a la evidencia del Evangelio. Tan hermosa historia terminó por ganarme la voluntad. De ahí mi artículo «Los mellizos de Dios»: RD, 22.02.2017, donde mis lectores pueden informarse al detalle. El homenaje que días antes les había rendido la revista Mundo Negro me acabó de reafirmar en el acierto.

Del 4 al 5 de febrero, en efecto, tuvo lugar en la Residencia Amor de Dios de Madrid (Asura 90) el XXIX Encuentro África organizado por la revista española Mundo Negro y los Misioneros Combonianos, con el lema Islam y cristianismo, diálogo bajo un mismo techo. Acudieron como ilustres invitados el arzobispo de Bangui, Dieudonné Nzapalainga, y el imán de la Mezquita Central de Bangui, Omar Kobine Layama.

Faltó Nicolas Guérékoyaméné-Gbangou, presidente de la Alianza Evangélica. Cuando, en 2013, la violencia azotó Bangui, este pastor y el imán acudieron a casa del arzobispo. No eran todavía los grandes amigos en que se convertirían después –apodados en su país «los mellizos de Dios»–, pero monseñor Dieudonne supo reconocer que acababan de visitarle «dos ángeles como los de Abraham».

«Los cristianos estaban masacrando a los musulmanes y los musulmanes a los cristianos -contó el cardenal aquella tarde del premio-, teníamos que hacer algo para detenerlo. Musulmanes y cristianos siempre habíamos vivido en paz en Centroáfrica». En la Eucaristía de clausura, presidida por Nzapalainga y televisada por RTVE-2, «Día del Señor», domingo 5 de febrero 2017, estuvo presente el imán.

Los tres amigos

«Muchos musulmanes me echaban en cara que había distorsionado la fe de su imán. Él vio cómo destruyeron su mezquita y quemaron su casa. Entonces yo le acogí, junto a su mujer e hijos, durante seis meses en mi casa, en el obispado».

Este gesto, duramente criticado por las comunidades musulmana y cristiana, que no entendían esa acogida y respeto mutuo, llevó también, sin embargo, a que ambos fueran conocidos, a partir de entonces, como «los mellizos de Dios».

«El diálogo islamo-cristiano –destacó todavía Nzapalainga-- no es una teoría ni una abstracción, es una forma de vivir». Y el imán asintiendo: «Está en el fondo del Cristianismo y del Islam: porque en República Centroafricana no hay una guerra religiosa. El conflicto es militar y político, mayormente alentado por quienes dentro y fuera del país quieren adueñarse de sus “riquezas”».

Desveló el Cardenal asimismo que, juntos los tres: «también el pastor protestante de Bangui –en alusión a Nicolás Guérékoyame-Gbangou, presidente de la Alianza Evangélica de la República Centroafricana-, escribimos una Carta Pastoral Única, donde se explicaba qué pensábamos de la crisis y del peligro.

Precisamente Alindao, a 200 kilómetros de Bangassou, fue otra de las localidades centroafricanas golpeadas esos días por la violencia. Entre los casi 40 muertos están el hermano menor y el sobrino de Nicolas Guérékoyamé-Gbangou, que ha perdonado a los asesinos. El motivo pudo deberse al compromiso de Guérékoyamé con la paz.

La visita del papa Francisco a Bangui para abrir la puerta de su catedral en el Año de la misericordia (29.11.2015) dio el espaldarazo a una Iglesia joven, y a su pastor, hoy cardenal. Los - mellizos de Dios visitaron USA y Holanda. Allí fueron invitados a compartir su experiencia de unidad y ya hay comunidades ecuménicas puestas en marcha para añadir al dialogo la acción en proyectos conjuntos generadores de fraternidad.

Layama agradeció el Premio Mundo Negro a la Fraternidad, porque se lo concedían por la fraternidad creada entre ambos (primera vez que este premio se concedía ex aequo). Vivimos en un tiempo marcado por el choque de civilizaciones y pugna por abrirse camino la amistad como eje mismo de la civilización. Dos hombres de bien, dos amigos, empezaron a ser en la convulsa República Centroafricana sus apóstoles, ejemplo a seguir en un mundo de muros y alambradas, fruto de injusticia y sinrazón.

Layama denunció las atrocidades de las milicias musulmanas de la Seleka, que ocuparon el poder desde marzo de 2013 hasta enero de 2014, y aún hoy controlan grandes zonas del país. Muy discutido por sectores del Islam radical, que le atacaron en varias ocasiones, cuando Layama buscó refugio en casa del arzobispo llegó con el Corán y una alfombra para rezar, todo dentro de una bolsa. 

Junto a la ilustradora de Mundo Negro

«No tenemos armas. Los que las tenían decidieron usarlas -comentaba Layama en la tarde del premio-. Desde el poder se demonizaba a los otros como a yihadistas. Salimos hacia poblaciones inaccesibles como enviados de Dios.

Decidimos abrirnos para buscar la solución juntos. En cada población reunimos a todos los líderes de las comunidades y nos sentamos alrededor de una mesa para escucharnos unos a otros. La verdad salía cuando estábamos en grupo».

«Nuestra historia de diálogo supuso riesgos, sin duda, pero lo hicimos por el pueblo. Nos llamó el obispo de Bangassou, Juan José Aguirre, para que fuéramos a su diócesis, dada la violencia que había. Convocamos a católicos, musulmanes y protestantes y estuvimos hablando toda la noche. El diálogo interreligioso no era cosa de tres, sino de todo el pueblo. Había que dialogar. Formamos a jóvenes, enviados como mensajeros de paz. El mensaje era: “El otro no es una amenaza, es un hermano”.

El diálogo interreligioso es transmisión de vida. Y ha de pasar por las mujeres, dadoras de vida, de suerte que las mujeres se pusieron juntas a protestar, escribir y defender la vida. Quienes se repliegan sobre sí mismos, llevan la muerte; los que se abren, arriesgan, pero llevan la vida».

El de Layama fue un ecumenismo interreligioso puesto en práctica. «Continuar el camino del diálogo interreligioso empezado por el imán, el pastor y yo» -manifestó el arzobispo al semanario Alfa y Omega– es lo que le pidió el Papa tras convertirle en el cardenal más joven de la Iglesia católica. «El día del consistorio –recordó en Madrid-, había numerosos evangélicos y musulmanes en la plaza de San Pedro. Creo que este fue un mensaje fuerte para todos».

Su historia dio la vuelta al mundo cuando Francisco les puso en el centro de todas las miradas con su inesperada decisión de inaugurar el Año de la Misericordia en la modesta catedral de Bangui en noviembre de 2015.

Layama reconoció durante el acto que no había sido fácil hacer entender a la población centroafricana que, a pesar de las características religiosas y étnicas de cada grupo, «todos somos miembros de la misma familia humana». Lo que representan «los mellizos de Dios» con su loable colaboración en el movimiento ecuménico -versión interreligiosa- constituye una singular proeza en la línea de la «Nostra aetate», cuyo exhorto no tiene vuelta de hoja: 

El papa Francisco abriendo la puerta de la catedral de Bangui

«Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el sagrado concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren sinceramente una mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y libertad para todos los hombres» (n.3). Espléndida lección de diálogo interreligioso, pues, según el Concilio.

Es lo que, a mi entender, convierte tan bella historia en parábola evangélica y hace de Omar Kobine Layama, el imán que días atrás nos dejaba para siempre, un personaje inolvidable por el que dar incesantemente gracias a Dios.

Volver arriba