De la llamada y del seguimiento

Los samaritanos debían mostrarse especialmente hostiles con los peregrinos de Jerusalén. De ahí que se evitase, en lo posible, pasar por su territorio. De los evangelistas, sólo Lucas y Juan mencionan el paso de Jesús por tierra cismática.

«Te seguiré adonde quiera que vayas» (Lc 9, 57) es mucho, sin duda, pero, según vamos a ver, no lo es todo, porque hay dos reacciones más que también cuentan, aunque no pocos predicadores comenten sólo la primera.

A la llamada de Dios debe corresponder nuestro seguimiento. Eliseo abandona la yunta de bueyes y sigue a Elías. San Pablo, por su parte, escribe a los Gálatas sobre la necesidad de abandonar la antigua esclavitud para seguir rumbo a la libertad y al amor viviendo según el Espíritu. Y san Lucas nos exhorta a seguir a Jesucristo buscando su interés, no el nuestro.

Te seguiré adonde quiera que vayas

A llamada y seguimiento, efectivamente, se reduce la condición de todo ser humano que llega a este mundo para convertirse con el paso de los días, a base de trabajarlo y mejorarlo, en alabanza de la gloria de Dios (Ef 1, 6), ese Laudem gloriae paulino del que santa Isabel de la Trinidad hizo lema, distintivo y paradigma de su vida carmelitana toda.

Celebrados los grandes misterios del tiempo pascual, la sagrada Liturgia nos devuelve con las primorosas lecturas de este Domingo XIII del Ciclo-C, a un régimen catequístico del tiempo ordinario, donde sobresale un evangelio de san Lucas con el capítulo 9, cuya primera parte del fragmento acotado para este domingo (9, 52-56) refiere que los samaritanos rechazaron a Jesús «porque tenía intención de ir a Jerusalén» (9, 53).

Los samaritanos, en efecto, siempre mal dispuestos con los judíos -recuérdese el diálogo de Jesús con la Samaritana (Jn 4,9)-, debían mostrarse especialmente hostiles con los peregrinos de Jerusalén. De ahí que se evitase, en lo posible, pasar por su territorio. De los evangelistas, sólo Lucas y Juan mencionan el paso de Jesús por tierra cismática. La primitiva Iglesia imitará desde muy pronto al Maestro: Felipe bajó a una ciudad de Samaria, lo cual debe entenderse no de la misma ciudad de Samaria, sino de una evangelización de los samaritanos en el sentido judío de la palabra, es decir, de los hermanos de raza y religión, pero separados de la comunidad de Israel y caídos en la herejía (Hch 8, 5-25).

Los judíos, a su vez, odiaban a los samaritanos, y llegaban incluso a explicar su origen por la inmigración forzada de cinco grupos paganos, que en parte siguieron fieles a sus dioses, simbolizados por los cinco maridos de la Samaritana (Jn 4,18).

La segunda parte del mencionado fragmento, en cambio, se centra en las exigencias de la -vocación apostólica (9, 57-62). Para no pocos predicadores y comentaristas, quedan estas reducidas a lo que supone y entraña, y no es poco, esta frase: «Te seguiré adonde quiera que vayas» (Lc 9, 57). Es mucho, sin duda, pero, según vamos a ver, no lo es todo, porque hay dos reacciones más que también cuentan.

El evangelista de la misericordia, san Lucas, se ocupa en el capítulo 9, primero del rechazo de los samaritanos, donde emerge la expeditiva resolución de Santiago y Juan, los Boanerges o hijos del Trueno sugiriendo a Jesús que baje fuego del cielo y arrase a tan inhospitalarios samaritanos; y después, de tres ejemplos que ilustran maravillosamente las antedichas exigencias de la vocación apostólica.

Rompe marcha, pues, san Lucas diciendo que Jesús resolvió dirigirse a Jerusalén. Los versículos 51-62 figuran, de hecho, titulados como La subida -a- Jerusalén. San Lucas empieza diciendo concretamente: «sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él (Jesús) se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén» (v.51). La “asunción” o “elevación” de Jesús, a la que san Lucas se refiere, abarca los últimos días de su destino doloroso y los primeros de su destino glorioso (pasión, muerte, resurrección y ascensión).  Para el mismo conjunto, en cambio, el Evangelio de Juan empleará otro término más teológico: “glorificar”. Y la crucifixión será, para Juan, una “elevación”. De modo que ya sabemos el rumbo que ha de tomar la teología interpretando esa subida a Jerusalén.

La sagrada Liturgia destaca luego, de todo el episodio, las exigencias de la vocación apostólica. La verdad es que santos Padres de la Iglesia, teólogos, predicadores, catequistas y conferenciantes suelen despachar este fragmento destacando sólo una parte del relato: aquella donde se pone de relieve que “uno” le dijo a Jesús: «Te seguiré adonde quiera que vayas» (Lc 9, 57).

Así procedió en uno de sus sermones san Agustín con su habitual sagacidad: «¿Quién más dispuesto, más resuelto, más decidido ante un bien tan excelente como es seguir al Señor adondequiera que vaya que aquel que dijo: Señor, te seguiré adondequiera que vayas? (Lc 9,57). Lleno de admiración, preguntas: ¿Cómo es esto; cómo desagradó al Maestro bueno, nuestro Señor Jesucristo, que va en busca de discípulos para darles el reino de los cielos, hombre tan bien dispuesto? Como se trataba de un Maestro que preveía el futuro, entendemos que este hombre, hermanos míos, si hubiera seguido a Cristo, hubiera buscado su propio interés y no el de Jesucristo. Pues el mismo Señor dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos (Mt 7,21).

Este era uno de ellos; no se conocía a sí mismo como lo conocía el médico que lo examinaba. Porque si ya se veía mentiroso, si ya se conocía falaz y doble, no conocía a quien hablaba […] Siendo mentiroso y soberbio no puedes seguirme. ¿Cómo puede seguir la doblez a la simplicidad?» (SA: Sermón  100,1).

Lo cierto es, sin embargo, que la segunda parte del fragmento del que aquí me ocupo refleja cómo el Señor se comportó distintamente con tres hombres. A uno que se ofreció a seguirlo, lo rechazó: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9,58). A otro que no se atrevía, lo animó a ello: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.- Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios» (Lc 9, 59-60). Por fin, a un tercero que lo difería, lo censuró: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios» (Lc 9, 61-62). Estamos, en fin, ante lo que se podría denominar Domingo de la llamada y del seguimiento.

Los samaritanos no quisieron recibir a Jesús

Llamada de Dios y llamada al Reino de Dios En la primera lectura (1Re 19, 16b.19-21) Eliseo se levantó y siguió a Elías: Dios, pues, llama por el profeta Elías y llama a Eliseo.

La segunda lectura (Ga 5.1.13-18) abunda en el sugestivo tema de la libertad cristiana y de la caridad. Dice, en efecto, san Pablo: «Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud» (Lc 9, 57). Cristo, en suma, llama a la libertad y a la caridad. En el Evangelio de Lucas, Cristo llama al Reino de Dios. Estamos, pues, ante la llamada.

Dios es el que llama. Su llamada es, indudablemente, una vocación: la vocación cristiana, religiosa, sacerdotal, matrimonial. La vocación es iniciativa suya, que nos mueve interiormente por su Espíritu: es el mensaje de la segunda lectura, es decir, de san Pablo a los Gálatas.

Tampoco es que haga falta teofanías y manifestaciones aparatosas para advertir su llamada. Dios llama y lo hace generalmente a través de lo que denominamos en teología mediaciones humanas. Llama, por ejemplo, a Eliseo a través de Elías, según he dicho arriba comentando la primera lectura.

En el Evangelio de san Lucas, Jesús es el Mediador por excelencia de la llamada que Dios nos hace. Se advierte su palabra resonando en la Liturgia de la Palabra con este imperativo: “Sígueme”.

¿Pero a qué nos llama Jesús? La cosa está clara: a compartir su camino, un camino, por cierto, que es el de la verdadera libertad, precisamente la que nos lleva a dejar a un lado  todo lo que se interponga, o sea cuanto pueda impedirnos vivir entregados al Reino de Dios.

A dicha llamada debe corresponder por nuestra parte el seguimiento: Eliseo abandona la yunta de bueyes y sigue a Elías. San Pablo, por su parte, les escribe a los Gálatas sobre la necesidad de abandonar la antigua esclavitud para seguir rumbo a la libertad y al amor viviendo según el Espíritu. Y san Lucas en el Evangelio nos pone sobre aviso de seguir a Jesucristo buscando el interés de Cristo no el propio. Hemos encontrado en estos últimos renglones, nótese, términos tan definitivos como abandono, seguimiento, búsqueda, libertad, llamada, caridad, respuesta. Hecho todo con radicalidad, sin duda, pero también con optimismo y esperanza.

Ojalá podamos responderle a Jesús con el salmo 15 de hoy: (Tú), Señor, eres el lote de mi heredad. San Agustín afirma de los justos, hermanos míos, hijos de Dios: «Poseerán conmigo la heredad; es decir, al mismo Dios. Elijan otros para sí porciones temporales y terrenas con las que se gocen; la porción de los santos es el Dios eterno. Beban otros mortíferos placeres; la porción de mi copa es el Señor. Cuando digo de mí, me uno a la Iglesia, porque donde está la cabeza allí está el cuerpo» (In Ps. 15, 5).

Jesús eligiendo discípulos junto al Lago

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