De nacimientos y vocaciones

La preocupante sequía de aspirantes al sacerdocio es problema que viene de atrás sin visos de cambio a corto y largo plazo.

Le estamos dando demasiadas vueltas a lo que no tiene vuelta de hoja en esta sociedad posmoderna y globalizada, inercial y proteica, sencillamente porque  donde no hay, nada cabe esperar ya que nada puede salir.

Gran error, pues, el lamento de la escasez de vocaciones cuando España marca la tasa de natalidad más baja de toda Europa y su número de abortos asciende a casi 100.000 al año.

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El IV domingo de Pascua, conocido tradicionalmente como domingo del Buen Pastor, suele llevar aparejadas por decisión pontificia la Jornada mundial de oración por las vocaciones y  la Jornada y colecta de vocaciones nativas. Exprimido el limón de estos términos, queda la cosa vocacional reducida a la preocupante sequía de aspirantes al sacerdocio, problema que viene de atrás sin visos de cambio a corto y largo plazo.

Ya sabemos que aconsejar no empobrece a nadie, y no seré yo quien tire ahora de la manta en consejos de pobreza, por más que lo de las vocaciones también sea pobreza, al menos de cifras, porque lo que aquí preocupa concierne igualmente a conventos y casas religiosas, cuyos protagonistas dirán que también a ellos les afecta dicha sequía. De modo que mejor será tener la «fiesta» en paz y repartir, aunque sólo fuere por dar rienda suelta al refranero que dice: quien parte y reparte se lleva la mayor parte (de los disgustos en este caso, por supuesto).

Salta a la vista que cuando los tiempos son difíciles, para algunos se vuelven imposibles. Ignoro si éste será de esos casos, pero si no lo es, tampoco debe de tener lejos la frontera. Le estamos dando demasiadas vueltas a lo que no tiene vuelta de hoja en esta sociedad posmoderna y globalizada, inercial y proteica, sencillamente porque  donde no hay, nada cabe esperar ya que nada puede salir.

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Gran error, pues, el lamento de la escasez de vocaciones cuando España marca la tasa de natalidad más baja de toda Europa y su número de abortos asciende a casi 100.000 al año. Habrá que darle con más ánimo a esa manivela de traer hijos al mundo, ahora casi parada, causa principal de que tengamos en la actualidad a curas con más de quince o veinte pueblos que atender, y, si se me apura, tanta España vaciada, en la cual, más que de la Iglesia en salida, habría que pedir una Iglesia en entrada (a tantos templos sin feligreses)  dentro de una pastoral rural deseable, que no termina de llegar y desde la que tampoco, en consecuencia, se nos anuncia para cuándo.

Porque en esta España nuestra todo se deja para más tarde, sin precisar el momento de la recuperación: si será por la mañana temprano o a la hora del crepúsculo, cuando «la vehemencia naranja del poniente» consiga que las ganas de poner remedio en tales deficiencias lleguen a  buen puerto.

Bien está pedir por las vocaciones, sacerdotales sobre todo, pero mejor será que antes lo hagamos también por la natalidad, problema éste en el que precisamente no estamos para tirar cohetes. La calidad está muy bien. Pero si falta cantidad, estamos al cabo de la calle, por mucho que nos imaginemos ser la alegría de la huerta.

Habrá quien diga, en punto a calidad, que algo es algo y menos es nada. Motivos sobrados para seguir rezando con esperanza, aunque llevemos tanto tiempo engañándonos a nosotros mismos. La única ventaja que ofrecen las cosas cuando va todo mal es que cualquier viraje, aunque no llegue a cambio de rumbo, representa una mejoría. Sin nacimientos y sin vocaciones, sólo queda encomendarse al Cielo, leerse De senectute y apuntarse al Imserso.

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