El obispo y doctor de la Catequesis don Daniel

Daniel Llorente y Federico,  Obispo emérito de Segovia, Ejemplar en virtudes sacerdotales. En ciencia principalmente de tema catequístico verdaderamente preclaro, Amantísimo maestro de los niños. Descansó en el Señor  El 27 de febrero del año 1971  R.I.P.

Portada del libro

Ahora que tanto se habla de obispos que en su diócesis lo fueron todo, y a los que se despide con reconocida gratitud, universal aplauso e imborrables recuerdos de buen hacer, bien decir y mucho gastarse y desgastarse a lo paulino en tiempos de pandemia, amazonia, emigración y apostolado por los más apartados rincones del orbe. Ahora que los medios airean también a los cuatro vientos -y para desventura del respetable-  casos de obispos flojeras y trincones, eclesiásticos rebotados y cardenales punto menos que indeseables, con sus iglesias medio vacías y las arcas llenas de pastizara vaticana -¿será verdad o sólo cortina de humo eso que largan estos días los medios con tanto lujo de detalles?-, le cabe a uno la satisfacción de rescatar del olvido a un prelado de la España inmediatamente pre y posconciliar, del que en su tiempo hablaron más todavía los hechos que las palabras.

Me refiero a monseñor Daniel Llorente y Federico, pedagogo, catequista y obispo de Segovia durante 25 años, de quien acaba de ver la luz una excelente biografía escrita al alimón por Marta y José Luis Díez (1), los cuales, llevados indudablemente de sincero afecto hacia el personaje, se han propuesto recordar al benemérito prelado segoviano que antes vivió no menos de 40 en Valladolid como ejemplar sacerdote y profesor y estudioso entregado de cuerpo y alma a la pedagogía catequística, disciplina en la que llegó a ser figura internacional.

Verdadera pastoral evangelizadora la suya, ciertamente, según reflejan con oportunidad, claridad y sencillez estas páginas, para las que sus autores han sabido recabar información de fuentes fidedignas y hasta cercanas al biografiado, bien familiares o amigos, ya profesores o intelectuales de su tiempo. Pastoral, por otra parte, ejercida según las categorías de aquella época, claro es, lo que redunda en mayor mérito de la obra recién editada, ya que suministra, para la Iglesia de España de aquel tiempo, valiosos datos a los historiadores. Pero pastoral, en definitiva, practicada con dedicación, amor, competencia y espíritu evangélico, que es lo importante, ya que la teología nunca fue ciencia irreal, ni quieta, ni aquejada de esclerosis parcial o múltiple. Tampoco un quehacer de espaldas al devenir de los días, sino materia siempre viva, cambiante a cada paso y por doquier crecedera. La teología -dejémonos de historias y de hacernos ilusiones- debe regirse en todo momento según los signos de los tiempos y siendo con ellos consecuente.

Fino conocedor del protagonista, José Luis Díez aporta numerosos testimonios personales, lo que redunda en enriquecimiento bibliográfico y eleva el mérito de la obra. Glosa en aras de una síntesis bien traída los calificativos con que este varón de Dios fue certeramente definido el día de su presentación a la diócesis: dulce, sencillo, humilde y abnegado. El tono narrativo de la obra, por otra parte, mantiene despierto el interés hasta el final.

Hay seguimiento de las andanzas prelaticias, y no pocos segovianos saldrán de su lectura más que satisfechos por haber contado en su diócesis con un obispo tan lleno de Dios, tan desentendido de la política y de las cosas temporales, y tan rico a la postre de teología intimista, experiencial y vital. Esto es más de valorar aún, y muy de alabar también, cuanto que por entonces los había que no salían de las Cortes de Franco, con gran querencia palaciega y ungidos de política hasta las cejas.

un titular de sus libros

Desfilan por el libro, en el recuento de las visitas pastorales, pueblos con iglesias de ayer, firmes aún en la España vaciada de hoy, así como señaladas fechas y acontecimientos históricos: Año Santo de 1950, Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona, Semanas, Congresos, el Catequístico Internacional de Roma sobre todo, y el Concilio Vaticano II, del que fue padre conciliar en las cuatro etapas. Le tocó, por tanto, vivir lo que se ha dado en definir como el acontecimiento eclesiástico más importante de la Iglesia católica del siglo XX.

Pedagogo, catequista y obispo de Segovia es la trilogía que los autores suben a la portada de la edición. Bajo las airosas naves góticas de la Catedral de Segovia, Dama de las Catedrales, lo proclama, no obstante, de forma si cabe más extensa y explícita todavía, el cuidado latín de la sepultura de nuestro prelado, donde se puede leer: D. Daniel Llorente y Federico, / Obispo emérito de Segovia, / Ejemplar en virtudes sacerdotales. / En ciencia principalmente de tema / catequístico verdaderamente preclaro, / Amantísimo maestro de los niños. / Descansó en el Señor / El 27 de febrero del año 1971 / R.I.P.

Aparte de la introducción y de un breve apéndice conclusivo, la obra consta de 14 breves capítulos de fácil lectura, bien trabados, por donde asoma la siempre bondadosa e inconfundible silueta del protagonista, padre conciliar en las cuatro sesiones del Vaticano II, a las que pudo asistir puntualísimo tomando notas, dibujando horizontes, sacando conclusiones: la más importante de todas, tal vez, que los esquemas de su gestión apostólica terminaban con la clausura de aquella magna cumbre dando paso al aggiornamento. Lo cual no es óbice para que ahora se le reconozca como figura insigne, pendiente de pobres y humildes, impartiendo sus incomparables catequesis a los niños. Obispo sobre todo de un Evangelio sin notas al pie de página; pastor del Buen Pastor y catequista de primera magnitud, abierto siempre el corazón y despejada la inteligencia.

Un obispo, a mi entender, con madera de santo, desdichadamente cubierto en la actualidad por el tupido velo del olvido. Me cuesta creer que no tuviera su parte y cuenta en la redacción de algunos textos del actual decreto conciliar Christus Dominus. Por ejemplo, de estas palabras del n. 13:

«Expongan [los obispos] la doctrina cristiana de manera acomodada a las necesidades de los tiempos, es decir, que responda a las dificultades y problemas que agobian y angustian señaladamente a los hombres, y miren también por esa misma doctrina, enseñando a los fieles mismos a defenderla y propagarla. Al enseñarla, muestren la maternal solicitud de la Iglesia para con todos los hombres, fieles o no fieles, y consagren cuidado peculiar a los pobres, a quienes los envió el Señor para darles la buena nueva». Estas palabras conciliares retratan con gran luminosidad y precisión el modus operandi de don Daniel.

Antes de yo entrar en el noviciado, ya me había ganado su nombre bíblico, singular y sonoro, asociado precisamente a la catequesis. Se decía por entonces que en materia  catequística era cosa fina, tanto de escribir como de oír, más fina todavía que de cuerpo, puesto que su figura no dejaba de ser la de un asceta.

Aparte del romanismo y ensoñación del Acueducto, y de la estilizada arquitectura del Alcázar -donde las Fuerzas del Régimen tenían entonces a los jóvenes militares del Arma de Artillería salidos de la Academia-, resulta que Segovia contaba con un obispo que en lo de figurar no daba casi ni el aprobado: siempre tenían que ir a por él para colocarlo en primera fila. En lo relativo a ciencia teológica y a su presencia en congresos nacionales e internacionales, por el contrario, se salía de la tabla por arriba con un redondo y holgado 10 cum Laude.

Este matiz nada baladí explica que a su muerte dejase una biblioteca extraordinariamente rica incluso de libros en francés, alemán, inglés e italiano. Biblioteca que, -¡pasa tantas veces!-, desapareció luego como por ensalmo. Los autores del libro insisten y vuelven a insistir sobre la suerte que haya podido correr dicho tesoro, enigma que los segovianos deberían esclarecer. Lo exigen la gratitud, el decoro y el haber tenido tantos años consigo a este benemérito prelado con madera de santo y ciencia de sabio. El libro, por último, se me antoja imprescindible para cualquier estudio riguroso que en adelante se haga sobre aquel hombre de Dios.

La catedral de Segovia

Considero un acierto, en fin, que los autores hayan cerrado la obra con la pluma  elegante y lírica del escritor vallisoletano Francisco Javier Martín Abril:  «D. Daniel Llorente, un santo de palo con mucha llama interior; se inclinaba para acercarse a los niños y explicarles la doctrina cristiana con palabras humildes e iluminadas, porque D. Daniel era un auténtico doctor del Catecismo […] De su boca las palabras salían ya benditas, como si antes las hubiera mojado en la pila del agua bendita de su corazón».

(1)- Marta y José Luis Díez, Pedagogo, catequista y obispo de Segovia: Don Daniel Llorente y Federico. OCRISA 2020, 171 pp.

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