La opinión de un Torquemada reprobador

El cardenal Burke con la cauda

La cuaresma pandémica del coronavirus Covid-19 tiene ahora mismo genuflexa, por no decir presa de pánico, a media humanidad, obligada por las circunstancias a permanecer recluida en sus hogares. Suele decirse que el miedo es libre, pero el peligro de contagio impone también añadir que, en no pocos casos, la procesión va por dentro, pues el miedo guarda la viña incluso en aquellos que por fuera sólo desean poner cara de póquer.

No sé hasta qué punto sea cierto lo que algunos dan ya como seguro: que esta maldita pandemia marcará un antes y un después en la sociedad, un cambio de época. El tiempo lo dirá y lo que sea sonará. No me fío yo mucho de esas frases rotundas.

De hacer caso a la improvisación y a la demagogia, cabría decir que en estos veinte años de siglo XXI vamos cambiando de época cada fin de semana, o sea cada dos por tres, venga o no venga a cuento: primero, que si las Torres Gemelas; luego, que si la Guerra en Siria; y siguiendo la corriente, que si el fenómeno de la emigración, que si los atentados terroristas en Madrid, en Londres, en París, etc. El lenguaje no da abasto ya a la creciente manía de añadir palabras y más palabras novedosas: modernidad, postmodernidad, posverdad. Y por ahí seguido.  

Estos días de obligado confinamiento dan, por el contrario, más que sobrados márgenes para meditar, pensar, repensar y hasta desvariar: el que no te sale de pronto con un chiste o te ofrece un bulo, te cuenta cuando menos te lo esperas una milonga. Peor aún: como quiera que el quedarse en casa conlleva no poder ir a la iglesia, porque las iglesias están ahora mismo cerradas, o casi, pues no dejan de salir y salir por ahí en los medios, dale que te pego, artículos, comentarios, referencias, dimes y diretes sobre clérigos, obispos, cardenales y hasta el Papa.

Joaquín Luis Ortega, servidor de la palabra

Cuando no es la corbata de mi buen amigo y paisano, que en paz esté, Joaquín Luis Ortega, imprevista soga con la que monseñor Tagliaferri habría ahorcado su probable ascenso a la mitra -lástima de nuncio confundiendo «episcopología» con estética- es el obispo de Jerez, monseñor José Mazuelos.

Aludo a una noticia reciente relativa al obispo de Asidonia-Jerez, esa que pinta a un monseñor José Mazuelos expidiendo certificados oficiales para impedir que aquellos fieles que decidan acudir a misa sean multados por la Policía.

Además de obispo, monseñor Mazuelos es médico, lo que hace semejante ocurrencia todavía más extraña y punto menos que incomprensible. Muy divertido, señor Obispo, sí señor, siga usted así hasta tener la catedral llena.

Aquello, claro es, no fue sino el pistoletazo de salida. Las redes se encargaron luego de hacer el resto. De modo que monseñor Mazuelos no tuvo más remedio que darle al ordenador y rectificar: «donde dije digo, digo Diego». Porque propagación de tales papeles, figúrate, cantidad…, más que el coronavirus.  Ya que el «bicho»  nos deja este año sin pasos de Semana Santa, que por ganas no quede.

Monseñor Mazuelos

Así que el final resultó elocuente: «No quiero que se extiendan estos certificados indiscriminadamente a nuestros feligreses y deseo que animéis a todos a permanecer en sus hogares en estos tiempos difíciles en los que hemos de ser los primeros en cumplir la normativa vigente». O sea que, quietecito y calladito, nuestro ocurrente monseñor habría estado mejor.

Pero donde la cosa ha salido que ni pintiparada es en las declaraciones del cardenal Raymond Leo Burke. La verdad es que, cada vez que este hombre habla sube el pan. Es quien más alto ha puesto el listón pasándose de listo.

A poca memoria que uno tenga, no le será difícil recordar al alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, católico proabortista y sobre todo del candidato a la Casa Blanca por los demócratas John Kerry, también él «pro choice», o sea de la misma camada, a quien el entonces arzobispo de St. Louis, Raymond Burke, le negó en 2004 la comunión, mientras otros obispos se comportaron de manera diferente.  

Que no decaiga el ánimo y que la «coherencia pastoral» cunda, hombre, que eso le imprime a la Iglesia melodía, caramba, carambita, carambola …

Los medios se han encargado ahora de adornar adecuadamente la información a base de fotos muy acordes con el extravagante personaje, con más púrpura en la cauda que fósforo en la cabeza. Da la casualidad que el pasado domingo (22.03.2020), era el del ciego de nacimiento (Jn 9, 1-41).

Los discípulos de Jesús, influidos por la farisaica mentalidad del tiempo, preguntan extrañados al divino Maestro si la ceguera de nacimiento de aquel desventurado mendigo era consecuencia de un pecado suyo o de sus padres (tesis de los fariseos). Cómodo análisis, a la postre, sin duda. Pero también el más torpe y facilón, calco del que habían usado los apáticos tres amigos de Job (Jb 42,7-9).

Tampoco es que en este capítulo se hayan registrado notables avances desde entonces, que se oyen a veces por ahí comentarios de vergüenza y con la insoportable matraca del… «algo habrá hecho para recibir en vida esos castigos de Dios». Jesús, por el contrario, no contento con rechazar semejantes prejuicios, afirma: «Ni este pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios» (Jn 9,3). Todo el gran consuelo que estas palabras de Jesús proporcionan, tanto que nos hacen escuchar la viva voz de Dios, Padre misericordioso, se tornan en el caso del cardenal Burke aviso a navegantes y garrote al que se desmande.

Dicen que los cardenales estadounidenses no comulgan del todo con la línea del papa Francisco. No es para menos, después de haber dejado a algunos para el desguace jerárquico. Y si no que se lo pregunten al cardenal de Washington (2001-2006), Theodore Edgar McCarrick.  El antiguo arzobispo de Boston y luego arcipreste de Santa María la Mayor, Bernard Francis Law, ya fallecido, tampoco se vio exento de problemas.

El caso es que Burke, anti-Francisco visceral, contestatario y peleón, nos sale ahora con una carta fechada el 21 de marzo de 2020, no sin antes haberla preparado «durante días». Su contenido, la verdad, no pasa de ser el parto de los montes: «Estos montes, que al mundo estremecieron, un ratoncillo fue lo que parieron».

El cardenal Burke, el peor enemigo del papa Francisco

De modo que, animando a desobedecer las órdenes de confinamiento para ir a misa y comulgar, Burke contradice a la Iglesia, la cual, para prevenir contagios, hace días que suspendió las celebraciones y dispensó a los fieles de la recepción de la comunión.«Hay quienes dentro de la Iglesia -precisa criticón- se refieren a la tierra como nuestra madre». Pero eso no es todo.

Después de tildar al catolicismo pan-amazónico de «paganismo», concluye al más genuino estilo de los Torquemadas y Savonarolas redivivos, y hasta de los fariseos aquellos que acabaron por expulsar de la sinagoga al ciego de nacimiento y al propio Jesús, con esta frase que lo dice todo y, en consecuencia, no precisa de mucho comentario: «Los grandes males como la peste son efecto de nuestros pecados actuales». ¡Toma ya!

La frase, «sin duda» alguna dicha, o sea escrita, y en medio de esta pandemia de coronavirus que padecemos ahora mismo en más de la mitad del planeta, califica por sí misma a este pintoresco personaje, consagrado obispo por san Juan Pablo II, nombrado prefecto de la Signatura Apostólica (2008-2014) y elevado luego a cardenal (20.11.2010) por Benedicto XVI, y nombrado por el papa Francisco, con suavidad porteña, patrono de la Soberana Orden de Malta.

Y ahí me parece que sigue por ahora, erre que erre, inasequible al desaliento de un Torquemada reprobador, a los pies de los caballos de tan distinguida Orden de Caballería. Sigue, sí, mas no sin problemas, por supuesto, y siempre que puede, radicalmente incapaz de la melodía del Concilio Vaticano II, obsequiando a este Papa con soberanas coces.

El cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga recordó en la homilía dominical del 22 de marzo de 2020 que «Jesús vio a un ciego de nacimiento con mirada llena de amor y de misericordia y así nos mira Jesús a toda nuestra Honduras, a toda nuestra América Latina y todo nuestro mundo, no es como piensan algunos con mentalidad pagana como dijo el arzobispo de Milán, una de las ciudades más atacadas por el virus, no es un castigo de Dios, porque Dios no castiga, nos ama y nos ve con una mirada llena de amor y misericordia».

Resulta divertido, en fin, asistir a un barrido de las cámaras de televisión en San Pedro, por ejemplo, y observar, digamos, una panorámica del Sacro Colegio. Advierte uno pronto las caras de unos y de otros.

Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga

De los que no precisan de muchos focos para que su púrpura luzca, porque son ellos mismos la púrpura, y, al contrario, de quienes, por muchos voltios que se apliquen al enfoque, lejos de lucir  deslucen. Es la diferencia que siempre habrá entre una estrella refulgente y un tarugo. Viene aquí por eso como nunca el consabido refrán «Aunque la mona se vista de seda, mona se queda».

Volver arriba