Al papa Francisco le siguen creciendo los enanos

La verdad salta por los aires hecha añicos cada vez que algunos políticos, obligados a conservarla como oro en paño, se despachan cada dos por tres con mentiras a gogó.

Hace falta mucha imaginación para ver en cada persona un hermano, ya que hay demasiadas y ni siquiera las familias numerosas pueden permitirse semejante lujo. Después de todo, más vale ser hermano que hacer el primo.

El Papa recibe al cardenal Pell

Todos tenemos derecho a saber la verdad, aunque con ella no se vaya a ninguna parte, y menos en tiempos de pandemia, cuando salta por los aires hecha añicos cada vez que algunos políticos, obligados a conservarla como oro en paño, se despachan cada dos por tres con mentiras a gogó. Ya se ve que no es oro todo lo que reluce.

Francisco estrenó pontificado teniendo en los Jardines vaticanos a un colega vivo, algo que sucedía por primera vez en no sé cuántos siglos. Y la insólita circunstancia dio pie a que periodistas de baja estofa quisieran suponer enfrentamientos entre uno y otro, que luego se ha visto que eran mentira.

Los purpurados habían exigido antes de acudir con el voto a la Sixtina enterarse de los documentos secretos del ‘caso Vatileaks’. ¡Casi nada! Los cuervos suelen ser negros, sin que falte alguno blanco -así llamaban a Yeltsin en el Kremlin-, y de un tiempo a esta parte, la del Vatileaks, también hay cuervos escarlata, que eso sí que es rendir culto al colorido y pasarse del arco iris.

La dificultad mayor de los electores, ya sean de un Pontífice para suceder a San Pedro o de Perico el de los Palotes para nombrar presidente de la comunidad de vecinos, es que hay que escoger entre los que se presentan. Todos aseguran que no esperan tan alto honor, que es como decir que se tienen la cartilla aprendida. Pero lo cierto es que temen la carga que se les viene encima. Si lo hubieran descartado de arranque, cuando oyeron con toda nitidez la llamada de la vocación, no habrían proseguido sus triunfales carreras, algunas -las de los trepas sobre todo- de más alta velocidad que las de Fórmula 1.

Esto de las votaciones siempre fue un lío, y más cuando cuenta como divino intermediario nada menos que una paloma. No deja de ser una manera de delegar la responsabilidad, claro. La regla de los dos tercios no tiene muchos siglos de vigencia, ya que antes se exigía la unanimidad de los santos varones conclavistas, pero como éstos no tenían la paciencia del santo Job  retrasaban en demasía su decisión, y el remedio solía ponerse con una mesa desprovista de manjares.

El papa Francisco empezó por traer locos incluso a los agnósticos. Tuvo la feliz ocurrencia de volver, después de tantos siglos, a Jesús de Nazaret. Hace falta mucha imaginación para ver en cada persona un hermano, ya que hay demasiadas y ni siquiera las familias numerosas pueden permitirse semejante lujo. Después de todo, más vale ser hermano que hacer el primo. Ahí es nada: un papa argentino, pero además jesuita con espíritu franciscano, y no de san Francisco Javier ni de san Francisco de Borja, sino del Poverello de Asís, y para acabar de arreglarlo cree en Dios, lo que ya no fue tan usual en antiguos antecesores suyos…

El caso es que a muchos les cayó simpático, y no faltaron los que tiraron por la vía de la simplicidad y llaneza de trato con títulos como Su Santidad Paco y otros excesos de confianza, sin reparar en que era tanto como tomar su mano que bendice por el brazo que la alarga. Y ya se sabe cómo le fue a la señora asiática que lo intentó a bote pronto. El respeto exige solemnidad y distancia, no vayamos a creer que un hombre, por muy ungido que esté, o que se sienta, es como los demás hombres.

Le gustan Borges, el San Lorenzo de Almagro, la milonga del solitario y tomar mate. Es una persona, en fin. De ahí nuestra extrañeza. Un señor como nosotros, con una sonrisa que parece recién inaugurada y unos zapatos que, la verdad, hacía algún tiempo que ya estaban para tirarlos. Ahora que su zapatero se ha muerto, ya veremos a quién elige, y cuánto le cuesta al elegido hacerse con la horma de su zapato.

El peligro empezó a cundir cuando el personal cayó en la cuenta de que, por más que fuera de los nuestros, no era, sin embargo, de los suyos. Añorar una Iglesia pobre y para los pobres, una Iglesia en salida cuando tantos por ahí se muestran renuentes a verla de entrada, tiene mucho mérito si se dice desde el Vaticano. Y Francisco se vio pronto que no quería vestir el cargo, sino desnudarlo. Se le notó a la legua nada más llegar, incluso en la indumentaria, en la manera de partir el pan y de hablarles a los variopintos fieles que acuden a la plaza de San Pedro, año tras año y pase lo que pase en el mundo. Incluso las cosas que nunca debieran pasar.

El Año de la misericordia le sirvió en bandeja de plata la oportunidad de bajar al Evangelio sin notas al pie de página, mientras unos cuantos purpurados se parapetaban detrás de obsoletos cánones y abrían fuego a discreción. Comprobó entonces Francisco que también tenía junto a sí a pesos pesados en la Curia dispuestos a ejercer de Guardia pretoriana, si es que no de la Guardia suiza, y a enseñar teología verdadera a los enanos del entorno.

El cardenal Becciu y su "presunta" espía

Pero el papa Francisco había emprendido una ambiciosa reforma curial que va para largo y que se ha visto a estas alturas de la película no menos accidentada que lo del Vatileaks y las mordidas de la pederastia, con varios purpurados reducidos a pavesas.

Lo malo es que además de estas consunciones purpúreas Francisco no ha tenido más remedio que seguir pasando la garlopa con decisiones drásticas, relativas algunas a cardenales de sus consistorios, lo que demuestra que la infalibilidad no es su fuerte, pero que él, en cosa de barrer en el Vaticano, lo que le echen. Eso por lo menos ha venido a decir recientemente el cardenal Kasper, uno de sus íntimos, estrella de primera magnitud en la teología católica.

Los últimos movimientos del cardenal Pell, rehabilitado en abril por el Tribunal Superior de Australia, han venido casi a coincidir con el olor a chamusquina que empezaba a percibirse en el entorno del purpurado sardo Giovanni Angelo Becciu, el de sonrisa sardónica, ahora mismo en el esplendor del incendio. Porque el cardenal grandullón absuelto en Australia está de nuevo en Roma dispuesto a servir fría su venganza, que es cuando más daño hace.  Más le valdrá no olvidar la presunción de inocencia, que con ella (sobre todo sin ella) ha pasado en el trullo más de un año.

De 79 años, extesorero que recibió el encargo papal de limpiar las finanzas del Vaticano, el cardenal George Pell, como digo, pasó más de un año en prisión antes de ser absuelto y liberado en abril. Según medios italianos, se sospecha que el cardenal Becciu, de 72, habría tenido estómago para enviar unos 700.000 euros de fondos del Vaticano a destinatarios en Australia para sobornar a testigos y asegurar una condena por abuso sexual contra su rival Pell. ¡Qué horror!

Ahora Robert Richter, abogado del cardenal australiano, ha pedido que se lleve a cabo una investigación oficial sobre si el prelado sardo ha intervenido sardónicamente el proceso sobre abusos -a - menores.

Así que Becciu, de cardenal en la lista de papables a su caída en desgracia por malversar. Y su presunta espía Cecilia Marogna, en prisión preventiva «por riesgo de fuga» mientras se tramita su extradición al Vaticano. El Papa, pronto a no dejar la escoba, forzó esta renuncia tras acusaciones de malversación y nepotismo. Becciu y otras seis personas podrían ser juzgadas en el Vaticano por cargos de corrupción, según el diario La Repubblica. Mientras tanto, los enanos crecen -y corren- que se las pelan.

Y Francisco, dispuesto a tirar la escoba para tomar el escobón: Becciu mantendrá el título cardenalicio pero no podrá entrar en la capilla Sixtina en el caso de celebrarse un cónclave. La Santa Sede no ha dado más explicaciones de tan radical decisión, sólo tomada para casos gravísimos de abusos sexuales.

Algo parecido le ocurrió al arzobispo emérito de Edimburgo, Keith O’Brien, forzado a renunciar a los derechos al cardenalato tras ser denunciado por haber abusado de seminaristas. Un caso diferente al del estadounidense Theodore McCarrcick, el exarzobispo de Washington, que sí dejó el cargo como cardenal y hasta fue expulsado después del sacerdocio por haber sido hallado culpable de abusar sexualmente de menores y adultos.

La corrupción para Francisco es un «pecado grave». «Comienza con un sobre... ¡y después es como la droga!», dijo al principio de su pontificado. Y no le ha temblado la mano para amonestar a uno de los suyos. Porque Becciu no estaba en la lista de los opositores, al contrario, era uno de sus aliados cercanos. Fue el mismo Pontífice quien lo hizo cardenal en el 2018.

Según dijo al conocer su cese, su fidelidad al Papa no va a cambiar. Se nota que le va total la frase de que «En tiempos de turbación (o tribulación), no hacer mudanza». «Yo no le traicionaré nunca. Estoy listo para dar mi vida por el Papa», juró. Como si no hubiera leído nunca eso de «antes de que cante el gallo, me negarás tres veces».

Becciu no se fue sin expresar su malestar con un dardo envenenado: «Espero que no haya sido manipulado». Fue algo humillante, ha escrito algún periodista: Francisco despachó a Becciu en 20 minutos y le retiró los derechos como cardenal, algo que sólo había ocurrido tres veces en el último siglo.

Lo de Becciu y Pell se había convertido ya en cuestión personal, de modo que este último no dudó en celebrar públicamente la caída en desgracia de su «enemigo». Y no sólo. Su regreso a Roma con el pretexto de vaciar el piso tras su precipitada marcha tenía por objeto limpiar también su reputación. Pidió audiencia al Papa y éste se la concedió. Posaron juntos en las fotos -sin mascarilla- y, tras una charla de media hora, Francisco le habría dicho que lo «sentía mucho por el ensañamiento» que había sufrido, según recogieron varios medios italianos. 

Becciu y su presunta “espía”

En resumen, que al papa Francisco le siguen creciendo los enanos. ¡Y de qué manera, visto el caso Becciu (al que, por cierto, sigue asistiendo la presunción de inocencia)!

No se sabe hasta cuándo y cómo acabará la tremolina de tan turbia historia, pero el tiempo, que da y quita razones, lo dirá. Mientras tanto, por favor, que Francisco no deje la escoba.

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