Mi recuerdo de José María Pemán

José María Pemán

Daniel García-Pita Pemán, nieto mayor de José María Pemán, acaba de llegar a las librerías con un estudio  sobre su abuelo titulado El Caso Pemán. La Condenación del Recuerdo. Un gran libro con brillante prólogo de Bieito Rubido, director de El Debate, donde Alfonso Ussía, autor de espléndidos artículos en ese diario digital, da cuenta del hecho (cf. El genio medido: 10/06/2022).  

El nieto reivindica la figura del abuelo y desmonta jurídicamente las trampas de la llamada memoria histórica, miserable estratagema que, en contra de lo que alguien pudiera suponer, no aspira a recordar ni a estudiar el pasado, sino a utilizar sus heridas para favorecer una agenda política en el presente, dividir al pueblo español más de lo que está y destruir la transición democrática.

Una lástima que gentes desnortadas de la Tacita de plata, en vez de ensalzar al eximio escritor desde su elegancia calificando a Cádiz como Señorita del Mar, novia del Aire, hayan preferido el trampantojo de una envidiópolis que empuja a su ilustre paisano al despeñadero de la  desmemoria y del rencor. José María Pemán no fue sólo un gran escritor, de fina y bien cortada pluma. Fue sobre todo un hombre bueno, amigo de la educación, de la cortesía y la gracia irónica en persona.

Así lo demuestra, por ejemplo, en la nota de gratitud enviada al alcalde de Argamasilla de Alba con motivo de la inauguración de una calle que llevaría su nombre: «Me emociona y llena de satisfacción el honor que me hace el Ayuntamiento de Argamasilla de Alba, al dar mi nombre a una calle […] Gracias, amigos. Ya estoy con vosotros. ¿Qué les parece que hagamos juntos? ¿Gobernar, a lo Sancho, nuestra Barataria? No… Será mejor montarnos, como Don Quijote, en Clavileño. ¡Argamasilla es buena pista de despegue para volar imaginativamente a las estrellas!» (Mi calle: ABC Cultural, sábado 10-8-91).

«Pemán es el mejor articulista de la historia del Periodismo español por encima de Larra y Cavia»,  escribe Luis María Anson con frase de Francisco Umbral (Pemán: El Mundo- Canela Fina, 6/8/15). Y Jaime Campmany, saliendo al paso de tanto desdén y desentendimiento, matiza rotundo: «Lo que menos le perdonaban a Pemán era el éxito» (Pemán, ABC, 11/5/97, p. 27).

José María Sánchez Silva, el famoso autor de Marcelino, pan y vino, aporta dos citas que tal vez alumbren todavía más, si cabe, lo que ahora mismo sucede entre el escritor y sus paisanos. La primera dice relación a la posible ayuda para que el autor de «Marcelino» llegase a la Academia: «Puso obstáculos a ello en razón de sus contradictorias relaciones dentro de la Academia, que había presidido por dos veces, pero me regaló la pauta a seguir […] Y, al acompañarme cuando me iba, me dijo esta frase inolvidable: -«Nunca olvides, sobre todo, que los académicos no quieren que haya otros que ellos». La segunda, en cambio, se refiere a cuando el propio Pemán le planteó la cuestión candente del porqué «los jóvenes nos metíamos tanto con él», a lo que Sánchez-Silva repuso: -«Mire, don José María: lo que los jóvenes queremos de verdad es ser Pemán» (Pemán en su sitio: ABC, 12/9/95, p. 20).

Recuerdo aún la simpática y larga conversación con él mantenida en su casa gaditana de San Antonio 14 una tarde del verano de 1971. Desde mi especialidad patrística, que por entonces daba los primeros pasos y que luego, ya con doctorado, llegaría yo a profesar durante más de treinta años en el Instituto Patrístico Augustinianum de Roma, constaté su gran dominio del tema, particularmente al extenderse en argumentos y obras de san Agustín y de Orígenes.

Procuré aportar en la conversación A la luz del Misterio, su espléndido estudio sobre la eucaristía y la paz en el Congreso eucarístico de Barcelona. La conversación derivó luego hacia sus diplomas, y las vitrinas de su biblioteca y escritorio. Me fue explicando detalles, anécdotas, hasta las plumas con las que había escrito algunas de sus obras: recuerdo ahora mismo la utilizada para El divino impaciente. Y conservo todavía varios libros que me regaló, muy bien dedicados por cierto, con aquel humor que sabía transmitir a su prosa. En Poesía. Nueva Antología, 1917-1965, con prólogo de Manuel Machado. Editorial Escelicer, S. A., por ejemplo, así dejó plasmada mi tardanza en pedirle cita: «Al Padre Pedro Langa, ¡mi tímido amigo, que ha tomado carrera para llegar a casa! JMPemán 1971».

El Kichi

Me duele por eso, cómo no, que algunos paisanos suyos hayan llegado a la osadía / grosería de retirarle placas y calles, y de perpetrar destrozos en el teatro al aire libre del Parque genovés. Ni siquiera se ha respetado la placa de la misma casa donde nació, en la calle Isabel la Católica.

Un hombre, este sencillo y bondadoso don José María Pemán, que jamás perdió la compostura y la dignidad. Con profundo cristianismo, que algún año, durante el Paso del silencio del Vienes Santo, llegó a procesionar con los pies descalzos y arrastrando cadenas junto a otros hermanos de la Confradía. Defendió lo suyo sin ofender, que así hay que ir por la vida, y supo siempre ensalzar sin descalificar, como pide la suprema regla de la convivencia.

José María González Santos, conocido popularmente como Kichi, actual alcalde de Cádiz, es el responsable de haber retirado la placa deJosé María Pemán, diseñada en su día por José Luis Vassallo, que lucía en la fachada de la casa natal del escritor. El mismo que, por otra parte, según he podido saber, tuvo la poca vergüenza de recibir a la tripulación del buque escuela Juan Sebastián de Elcano vistiendo su extravagante atuendo de podemita, en abierto contraste con el blanco purísimo de la marinería. El que va engrosando de día en día su negativo historial como edil de la ciudad con un sinfín de tropelías y despropósitos.

José María Pemán compuso ante el Cristo de la Buena Muerte, que se conserva en la Parroquia de San Agustín (Cádiz), un poema religioso de tanta espiritualidad como belleza, de tan recogido fervor como anchura de alma, en cuya cabecera luce la siguiente dedicatoria: «Para mis hermanos todos de la Confradía del Santísimo Cristo de la Buena Muerte», y cuyo final concluye con el regalado requiebro de estos versos inmortales:

«Y a cambio de este alma llena / de amor que vengo a ofrecerte, / dame una vida serena / y una muerte santa y buena, / ¡Cristo de la Buena Muerte!». El pobre Kichi, a lo que parece, se queda desdichadamente a muchos años luz  de esta encendida alabanza pemaniana. Dicho en síntesis: sería incapaz de componer, no diré ya la poesía entera, que eso sí que resulta demasiado arroz para tan poco pollo con espolones, pero ni siquiera los versos que acabo de citar. ¡Ni aunque volviese a nacer!

Cristo de la Buena Muerte

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