El último, que apague la luz

Boris Johnson

Esta noche del 31 de enero de 2020 el Brexit - brexita. No dejará de oírse por los desfiladeros de la maltrecha Europa la voz unánime de los alevines de Nostradamus: El último, que apague la luz. Suele ser el grito  que aturde lo oídos cuando el barco amenaza con irse a pique. En los medios, hay opiniones para todos los gustos, desde los que aseguran que tenía que pasar, y menos mal que, por fin, pasa, hasta los que no dan crédito al, según ellos, majadero corte de mangas del Boris Johnson ese, o sea el pelirrojo primer ministro del Reino Unido con cara de niño malo.

Para no pocos articulistas la culminación del Brexit viene a ser como una patada en el bullarengue del invento europeo. Y cargan las tintas contra el Macron y la Merkel, responsables, según algunos sostienen, del compadreo que se traen entre manos en Bruselas los animadores de la jarana y del tango, sumos sacerdotes ellos de la ceremonia de la confusión y quienes, a la hora de la verdad, que en este caso sería más propio decir, momento de la mentira, se llevan la pastizara del euro a sus bolsillos adinerados de mentiras y corruptelas.

Londres deja esta noche de ser suelo europeo. El pleno del Parlamento Europeo acaba de aprobar el pasado miércoles por 621 votos a favor, 49 en contra y 13 abstenciones el acuerdo de retirada del Reino Unido de la Unión Europea. La votación tuvo lugar en el pleno de la Eurocámara, de forma solemne, y fue seguida por buena parte del hemiciclo cantando a coro el poema escocés "Auld Lang Syne", usado tradicionalmente en Nochevieja para despedir el año, pero también en funerales, e incluso para saludar el Año Nuevo. Traducido por “hace mucho tiempo”, sin que falte la versión, quizás más adecuada, “por los viejos tiempos”, dice poco de la compostura que un acto así pedía. Tal vez sea que la altura mental de los eurodiputados no daba para más, que eso nunca se sabe.

Del estrafalario Boris Johnson dijo hace poco tiempo, cuando su viaje al Reino Unido, incontables alabanzas el de la ensaimada en la cabeza, que bastante tiene con salir airoso del feo asunto de su pasada campaña electoral con el cómico presidente de Ucrania, el cual lo lleva también crudo. Ya veremos cómo el inquilino de la Casa Blanca sale del revolcón del impeachment trump. Por de pronto sus citadas alabanzas, que en su caso son más bien memeces, pueden ser la peor tarjeta de visita que le podía caer al Boris Johnson.

Puestos a compensar la balanza de recelos y reticencias, no deja de antojarse de aurora boreal el apoyo de Washington a Benjamín Netanyahu, otro que tal, del que la prensa viene largando que tenemos en él a un corrupto de tomo y lomo. Dicen que el plan de paz Trump que autoriza la anexión por parte de Israel de asentamientos de Cisjordania no tiene ni pies ni cabeza. Lógico. Basta que se parezca a su autor.

David Cameron

Pero volvamos al Brexit: que tampoco se las prometan muy felices los británicos, porque el día menos pensado les puede llegar un Coronavirus chino que los cruje. Y es que la Corona británica, según opinan expertos y hasta londinenses de pro, está para pocos trotes y la última prueba acaba de venir del príncipe Enrique -y de su esposa, Meghan Markle-, dispuestos a no usar más sus títulos monárquicos ni recibir fondos públicos a cambio de poder llevar una vida independiente, según comunicado del mismo Palacio de Buckingham.

Isabel II, la abuelona, recordará que por una espantada parecida llegó ella misma a ceñir la corona británica. De modo que ándense con cuidado en la Casa de Windsor, modérense con la ginebra y el whisky, que donde las dan las toman. Y en cuanto al Boris y sus partidarios, váyanse con el Brexit a hacer gárgaras, por si le han pegado fuerte a la citada bebida y lo necesitan, y dejen a Europa en paz, que ha sabido salir de peores atolladeros, y aquí está para contarlo.

Si acaso, pídanle cuentas al ambicioso Cameron de su inoportuno referéndum, que de aquellos polvos han venido luego estos lodos, y ya, de paso, díganles a los catalanes a qué desastrosas consecuencias pueden conducir semejantes aventuras. Aunque sólo sea, para que no sigan haciendo el payaso, y dejen de organizar la farándula del politiqueo servil y chulesco. 

El Brexit brexita, desde luego, pero ya veremos si el efecto bumerán no acaba por recebarse sobre sus partidarios. Tiempo al tiempo. Siempre me ha parecido correcto y oportuno unir, nunca separar. Y el brexiteo del Brexit acaba siendo, al fin, egoísmo, desentendimiento y división. En modo alguno regular, fortalecer y unir.

Bruselas pretende poner en marcha, en los próximos meses, la "Conferencia sobre el futuro de Europa", una suerte de ágora cuyo principal objetivo sea recopilar la visión de la UE de estados miembros, parlamentarios europeos y nacionales, agentes sociales y ciudadanos para definir una hoja de ruta para el proyecto comunitario. Ojalá sea todo ello más que palabras, porque también el Brexit ha tenido en esto su efecto-denuncia, poniendo al descubierto una política cansina, ramplona, servil y verborreica: la de los políticos incapaces de ganarse el sueldo que cobran, claro, y así no hay manera.

Donald Trump

La UE promete ahora “un nuevo amanecer” para Europa tras el Brexit. No le vamos a pedir días de vino y rosas, por supuesto, pero sí, al menos, que sus políticos hagan algo, hombre. Que se dejen de lamentos jeremíacos por la marcha de los británicos, de los que parece que, a su vez, están hartos hasta los escoceses. Quién sabe si estos señores de la Gran Bretaña no acaban recibiendo pronto de Escocia su penitencia. Que hagan algo, para que cese por fin esa tabarra del Brexit. Y sí, claro que sí, el último que apague la luz. Porque, de un tiempo a esta parte, esto venía siendo verdaderamente insufrible. Y empezaba a tener ya visos de pleonasmo y hartazón.

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