El que venga detrás que arree

El anciano presidente Biden pretende justificar la vergonzosa debacle de su país en Afganistán. La cuenta que le tiene. La verdad es que no faltan medios en los que se dice que ya está gagá. Sus discursos y declaraciones a muchos historiadores les han parecido lamentables.

«Las tropas estadounidenses no pueden ni deben luchar en una guerra y morir en una guerra que las fuerzas afganas no están dispuestas a luchar por sí mismas... Les dimos todas las oportunidades para determinar su propio futuro. Lo que no pudimos brindarles fue la voluntad de luchar por ese futuro» (Biden).

Lo que verdaderamente se reprocha a Estados Unidos es no haber asegurado que las negociaciones de paz con los talibanes dieran fruto antes de su partida.

elicóptero sobrevolando la embajada de EE. UU.

La vergonzosa retirada estadounidense de Afganistán ha hecho recordar el abandono de Saigón en 1975. Los helicópteros Chinook y Black Hawk sobrevolando los tejados de la Embajada de EE. UU. en Kabul se han encargado de avivar el recuerdo: dos salidas marcadas por la sensación de urgencia y el tácito reconocimiento de la derrota, aunque la Casa Blanca lo descarte.

Veinte años de misión de combate, 83.000 millones de dólares (más de 70.000 millones de euros) invertidos en la formación de los 300.000 efectivos de las fuerzas armadas afganas, se esfuman en el umbral de un nuevo Emirato Islámico -expresión de los talibanes-, cuando el mundo apenas había logrado olvidar las atrocidades del llamado Califato del ISIS en Siria e Irak.

«Esto no es Saigón» ha subrayado el secretario de Estado, Antony Blinken a varios canales de televisión, convencido de la ofensiva talibán por más que las tropas de EE. UU. hubieran permanecido en Afganistán. Además, los objetivos de 2001 -zanjó- se han cumplido: acabar con Osama bin Laden y «yugular la capacidad  operativa de Al Qaeda», autora de los ataques del 11-S en EE. UU., el acontecimiento más determinante -y doloroso- desde Pearl Harbor, aquel sorpresivo ataque de los japoneses en el Pacífico, que acabaría llevando a Estados Unidos a la II Guerra Mundial.

El 11-S condujo, de hecho, a la guerra más larga que haya protagonizado este inmenso país en la historia. El ataque a las Torres Gemelas, el avión que se estrelló contra el Pentágono y el que lo hizo en un campo de Pennsylvania desataron el nacionalismo estadounidense.

Todo parece deberse a la retirada de lastropas de los EE.UU.que comenzó en el mandato del estrafalario Donald Trump, resuelto a poner fin a las guerras de Irak y Afganistán.Para lo cual hubo que negociar un acuerdo de paz con los talibanes en Doha a principios de 2020, en el cual estos se tenían que comprometer a formalizar conversaciones con el - Gobierno afgano, a no atacar a los EE.UU. y tampoco permitir que otros grupos, como Al Qaida, tomaran el control del territorio. A cambio, el Gobierno estadounidense se comprometía a retirar las tropas.

Lo talibanes, claro es, incumplieron el acuerdo. Con la llegada de Joe Biden, la retirada de las tropas siguió su curso sin tener tampoco en cuenta las condiciones. A medida, pues, que los soldados americanos se iban del país, los talibanes avanzaban posiciones sin oposición.

Biden aseguraba que el ejército afgano tenía la capacidad de atacar y defenderse de los talibanes en caso de revueltas, pero la realidad dice que apenas hubo resistencia. El presidente de Afganistán, Ashraf Ghani Ahmadzai, reclamó, sin éxito, ayuda internacional para paliar el avance talibán por el país. Así que puso pies en polvorosa para «evitar un baño de sangre» y que su cabeza terminara colgando del primer mástil terrorista.

El 31 de agosto del año 2021 terminó para no pocos expertos la «pax americana», establecida tras la victoria en la II Guerra Mundial por los Estados Unidos de América. Finaliza también el imperio estadounidense consolidado tras la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 cuando la antigua Unión Soviética reconoció su derrota en la guerra fría. El imperialismo de Estados Unidos coleará todavía una década, quizá menos,  pero la suerte -para no pocos analistas-, está ya echada con China, aunque el gigantesco país asiático deberá superar aún el nuevo «tiananmen» que se le viene encima tras la explosión de Hong Kong, y que tanto preocupa al presidente Xi Jin-ping y a los dirigentes comunistas de la nación de Mao Tse-tung.

El anciano presidente Biden pretende justificar la vergonzosa debacle de su país en Afganistán. La cuenta que le tiene. La verdad es que no faltan medios en los que se dice que ya está gagá. Sus discursos y declaraciones a muchos historiadores les han parecido lamentables. Cierto es que el presidente francés, Emmanuel Macron, pidió luchar contra el terrorismo y la canciller alemana Angela Merkel instó a proteger a los civiles.Joe Biden defendió enérgicamente la salida de las tropas de su país de Afganistán pese a las escenas de pánico que causó la toma de Kabul en medio de una profunda incertidumbre sobre cuál será el régimen que se implantará en el país. 

«Después de 20 años, he aprendido por las malas que nunca hubo un buen momento para retirar las fuerzas estadounidenses», afirmó el 16 de agosto en un esperado discurso desde la Casa Blanca. Insistió en las razones que lo llevaron a tomar lo que él consideró la «decisión correcta», de ejecutar la misión, lanzada por su antecesor, Donald Trump, de terminar la guerra más costosa y duradera que Estados Unidos haya liderado.

La foto lo dice todo

Biden remarcó que existen otras amenazas más allá de Afganistán: Al Shabab en Somalia, Al Qaeda en la Península Arábiga, Al Nusra en Siria, el autodenominado Estado Islámico intentando crear un califato en Siria e Irak y estableciendo filiales en varios países de África y Asia. Mal momento para mentar la soga en casa del ahorcado.

Apeló incluso a lo más íntimo del sentimiento humano y  a que retirarse es «lo correcto para nuestra gente. ¿Cuántas generaciones más de hijas e hijos de Estados Unidos me harían enviar para luchar en la guerra civil de Afganistán cuando las tropas afganas no lo harán? ¿Cuántas vidas más, vidas estadounidenses?, ¿Cuántas filas interminables de lápidas en el Cementerio Nacional de Arlington?» , cuestionó el actual mandatario norteamericano.

«Las tropas estadounidenses no pueden ni deben luchar en una guerra y morir en una guerra que las fuerzas afganas no están dispuestas a luchar por sí mismas. Gastamos más de un billón de dólares. Entrenamos y equipamos una fuerza militar afgana de unos 300.000 efectivos. Les dimos todas las oportunidades para determinar su propio futuro. Lo que no pudimos brindarles fue la voluntad de luchar por ese futuro».

Sin embargo, lo que verdaderamente se reprocha a Estados Unidos es, más bien, no haber asegurado que las negociaciones de paz con los talibanes dieran fruto - antes de su partida. Las tropas extranjeras dejaron el camino despejado para los extremistas, sin velar primero por el cumplimiento de un pacto de salida, negociado con los insurgentes. En el marco de esta operación, para la que Washington envió 6.000 soldados que la custodiaran, Biden advirtió a los talibanes que sería implacable si ciudadanos estadounidenses se veían en peligro durante la evacuación del país.

La retirada ha venido acompañada de festejos por parte de los talibanes, que salieron a las calles para celebrar con disparos al aire el fin de dos décadas de ocupación y su victoria, culminada el 15 de agosto con la toma de Kabul.

Sería incorrecto, pese a lo que antecede, responsabilizar de este descomunal marrón talibán a sólo los EE. UU. Y peor aún, sin duda, que lo hiciera Europa, con su apabullante OTAN y su socorrida Unión Europea. A cualquier analista medianamente perspicaz se le alcanza que los EE. UU. tuvieron que sacarle a Europa las castañas del fuego en las dos Guerras Mundiales del siglo XX, y luego, durante la Guerra Fría estar siempre al quite frente a la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia.

Tampoco sería de recibo el olvidarse de los charcos hollados por la bota estadounidense fuera de Europa: Libia, Siria, Irak, Vietnam, y demás escaramuzas asiáticas. Escribir de todo esto precisamente el día en que se cumplen los veinte años del 11-S, hace, si cabe, más grande y lamentable aún el recuerdo. Los ancestros de Obama por África siguen, continente dejado a su suerte precisamente por él, y así en otra latitudes del planeta. Quizás sean estos despropósitos  los que más han pesado en el dicho de que los EE. UU. gestionando las guerras son militarmente admirables, mientras que en tiempos de paz son políticamente un desastre.

Haibatullah Akhundzada, la máxima autoridad del nuevo gobierno de Kabul

El que viene esta vez arreando detrás es China, gigante asiático al que no pocos medios colocan ya como primera potencia mundial. No veo yo a Biden, en todo caso, por mucho que cite a san Agustín, aguantando impasible el envite de Xi Jin-ping, cuyo potencial se antoja de mucho arroz para tan poco pollo. Las bravatas desde la Casa Blanca durante el despegue del último avión norteamericano de Kabul vienen a resumirse en el dicho: El que venga detrás que arree. Luego, Dios dirá.

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