José de Segovia Cash, el hombre vestido de negro

Se reedita una autobiografía del músico que se centra en su fe cristiana, que nos cuenta cómo pasó por caminos tortuosos, para encontrar finalmente el camino a casa.

Cash, delante de la prisión de Folsom, donde grabó un concierto.

Se reedita ahora la primera autobiografía de Johnny Cash, publicada por primera vez en castellano por la editorial evangélica Clie en 1976, pero traducida ahora de nuevo por Libros Acuarela para empezar una nueva colección que llama Recorridos. Hay dos autobiografías de Cash, la que hizo con Patrick Carr en 1997, que tradujo Ignacio Juliá para Global Rhythm en 2006 –ahora en Libros Kultrum–, pero esta es la que escribió en 1975 con el título de Man In Black –publicada por Clie como El hombre vestido de negro, que ahora ha recuperado en 2021 el título en inglés en esta nueva traducción de Acuarela para su colección Recorridos–. La que ahora se reedita se centra en su fe cristiana, que nos cuenta cómo pasó por caminos tortuosos, para encontrar finalmente, el camino a casa...

La música de Cash renació tras su muerte con los seis discos póstumos que se publicaron con las sorprendentes grabaciones que hizo en su casa con Rick Rubin, antes de morir. Acosado por una enfermedad neurológica, Cash sufrió los últimos años diabetes y neumonías, pero parecía resistir los arañazos del tiempo, gracias a la fe y a la ayuda de su esposa June Carter, que le sostuvieron en medio de crisis, como la que le hundió en la droga en los años 60 y 80.

La versión que hizo Cash en 2002 de la canción Hurt (Dolor), parecía la despedida de un hombre admirado por la honestidad con que revela su debilidad. Escrita por Trent Reznor para hablar de su adicción a la heroína, Cash la convirtió en una meditación melancólica sobre su propia mortalidad. El vídeo promocional, dirigido por Mark Romanek, muestra imágenes seleccionadas de su vida pública junto a escenas de su casa abandonada, arruinada por una inundación, donde los trofeos del pasado son ahora rotos y desechados.

La expresión de Reznor, “mi imperio de basura”, recuerda a Cash las palabras de Jesús: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21).

Cash estaba muy unido a su esposa June.

En una de las escenas vemos a June al pie de una escalera, contemplando su cuerpo frágil y envejecido rostro gris, mientras canta: “¿En qué me he convertido, mi más dulce amigo? Todos los que conozco, se marchan al final”. Lo que Romanek no sabía, es que el día anterior, le habían diagnosticado a ella una condición fatal de corazón, que aterrorizaba a Cash. Él ya no tenía miedo de la muerte, pero sí de la soledad. La posibilidad de perder a June le resultaba insoportable, porque no sólo era su compañera espiritual y artística, sino que había cuidado de él en su continua debilidad con ánimo y energía. Cash no podía imaginar la vida sin ella.

En la casa de su Padre

June se fue a la Casa de su Padre en mayo del 2003. Su funeral fue en la Primera Iglesia Bautista de Hendersonville, donde iban con frecuencia, desde 1967, a escuchar al pastor Courtney Wilson, sentándose en la última fila. Se cantaron ese día sus himnos favoritos y se predicó el Evangelio que ella creía. Cash estaba en una silla de ruedas con pelo blanco, cuerpo quebradizo y casi ciego. El pastor Glenn Weekley habló de la fe de June en el amor, la gracia, la presencia, propósito y promesa de Dios. Dijo que nada le hubiera gustado más a ella que alguien que estuviera allí y no estuviera preparado para morir, llegara a la fe.

Cash fue llevado por su esposa a esa congregación, después de más de una década de estar apartado de la iglesia. El cantante había sido criado en una granja de Arkansas en los años treinta, donde iba con su madre a la Iglesia de Dios, que es una denominación evangélica pentecostal, aunque ella era metodista y su abuelo pastor bautista. El predicador de aquella iglesia le aterrorizaba porque “gritaba, lloraba y jadeaba terriblemente”. Aquel hombre joven se bajaba a menudo del púlpito para pasearse en medio de la congregación, y cuando menos te lo esperabas agarraba a alguien por las solapas y lo levantaba del asiento, vociferándole a la cara: “¡Arrepiéntete!”. Tras llevar así a alguien a rastras, no era raro que muchos les siguieran, hasta no quedar ya ningún sitio en las escalinatas del púlpito.

El músico recordaba en la iglesia ver “mujeres llorando, riendo, gritando y gesticulando con las manos levantadas”. Esas “convulsiones con que se revolcaban por el suelo, los gemidos, los temblores y los espasmos musculares de que eran objeto”, dice que le “aterrorizaban aún más”, mientras se agarraba con fuerza al banco. Lo extraño es que recuerda que el rostro de su madre “irradiaba felicidad cada vez que abandonaban la iglesia”.

Su formación fue en ese sentido, similar a las principales estrellas de rock de los años cincuenta. Educado en la iglesia bautista como Chuck Berry, Little Richard o Buddy Holly, tuvo la misma influencia pentecostal que Elvis Presley o Jerry Lee Lewis en Asambleas de Dios. Muchos de ellos grababan en la compañía Sun, donde escuchamos a Johnny cantando himnos con Elvis o Jerry Lee. Allí conoció además a su habitual colaborador, Carl Perkins, al que dio el título de uno de sus más conocidos temas de rock´n´roll, el clásico Zapatos de ante azul. Cuando era niño, la música, de hecho, era lo único que le interesaba de la iglesia. Si bien, escuchaba el Evangelio, y sabía muy bien que en la vida sólo hay dos caminos a seguir.

Cash mostró su aspecto frágil y gastado los últimos años.

El lado oscuro de la vida

La ira, inseguridad y tendencia destructiva de Cash parecen estar relacionadas con su difícil relación con su padre. Aunque en su primera autobiografía no expresa más que admiración por él, dedica el libro al padre de June, “que le enseñó a amar la Palabra”. Tras su muerte, pone en duda su conversión. Uno de sus amigos de infancia, era hijo de un pastor bautista. Iba con él dos veces al culto, cada domingo, y a un estudio bíblico, el miércoles por la noche. Aunque le daban miedo los llamamientos al frente, respondió a uno, “haciendo una decisión” a los doce años en una campaña de “avivamiento” de la iglesia bautista en 1944.

Como tantos norteamericanos, Cash siguió todos los “rituales de paso” para llegar a ser evangélico, siendo incluso “bautizado por el Espíritu Santo” en una experiencia pentecostal y bautizado varias veces en agua. Decidió volver a consagrarse, confirmando su fe en un templo de Nashville, en 1971, aunque alcoholizado, vio fracasar su matrimonio, se hizo adicto a las pastillas, intentó robar farmacias, se volvía paranoico con una pistola encima, e incluso provocaba accidentes, por lo que estuvo en la cárcel siete veces.

En un sentido, la vida de Cash es un claro ejemplo de lo vacío de una fe basada en ciertas decisiones que uno haya hecho en un momento de su vida. Ya que, como él mismo ha escrito: “En la vida, cada día es un nuevo horizonte, y a pesar de que hoy puede que te sientas a las puertas del cielo, mañana puedes estar hundido en lo más profundo”. El apasionante relato de esta odisea espiritual lo escribió ya hace tiempo en una emocionante autobiografía, que con el titulo El hombre vestido de negro editó Clie en castellano, un año después de su aparición en inglés, en 1975. La versión que publicó Global Rhythm, la hizo al final de su vida con Patrick Carr.

Él quería que su historia fuera una luz de esperanza a todos los “que han fracasado en seguir los pasos del Maestro”, porque se han “hundido en el barro y creen que ya no hay posibilidad”. Muchos entonces, como hoy, le admiran por ser un artista maldito. Por lo que le preferían ver en la cárcel, antes que en una iglesia. Pero tras años entregado a las drogas, la gracia de Dios pudo más que todos sus intentos de escapar de Él, y su vida fue finalmente transformada.

“El que quiere ser cristiano debe cambiar del todo”, dice Johnny Cash. “Perderá algunos amigos”, pero “no se puede jugar con fuego, ni nadar entre dos aguas”. Así que “cada día se hace necesario trazar muy claramente la línea divisoria entre lo que eras y lo que debes ser”. Uno de sus textos preferidos de la Biblia, era por eso: “El que piense estar firme, mire que no caiga”. Su testimonio es el de un superviviente. Lo que vale más para mí que muchas historias de éxito, que suelen entusiasmar a la gente con relatos triunfalistas de victoria, que acaban confundiendo nuestros deseos con la propia realidad.

Cash tuvo mucha relación con el evangelista Billy Graham.

Más que bonitas palabras

“El hombre vestido de negro” abandonó los escenarios al entrar en coma en 1993. Su voz cavernosa no tenía la fuerza de antes, pero seguía manteniendo el alma en vilo, al ser redescubierto por toda una nueva generación. Sus historias de miserias y amores muestran el lado oscuro del modo de vida americano, que tan bien retrató en sus baladas sobre perdedores. El suyo era un country seco, lejos de los coros melosos. Su fría mirada y viejas botas llevan el barro de haber descendido más de una vez a los infiernos. Lo que hace que su testimonio de fe sea algo más que bonitas palabras.

Cash creía en la realidad del Cielo, pero también en la del Infierno. La muerte de su hermano Jack, cuando tenía catorce años, marcó toda su vida. Sobre su tumba, puso la pregunta: “¿Me encontrarás en el cielo?” Su padre, que no iba a la iglesia, hizo entonces profesión de fe, dejando de beber por un tiempo, sin acabar de controlar su carácter violento, pero Johnny se volvió introvertido y callado. No le gustaba el deporte y casi nunca sonríe en las fotos. Tras apartarse de su educación cristiana, regresa a la fe, pero lucha con la adicción. Vuelve a la droga después de escribir Un hombre vestido de negro. Él dice que perdió el contacto con Dios, pero nunca la fe.

Cash comienza a cantar con Elvis Presley y Jerry Lee Lewis, que se habían criado como él, en la iglesia pentecostal.

Johnny vio que su “política de soledad y falta de comunión con otros cristianos consagrados, acabaría por debilitarle espiritualmente”. Él encontró al final de su vida que “hay algo muy importante en la adoración a Dios conjuntamente con otros cristianos, y perder eso nos hace presa fácil, nos convierte en vulnerables a las tentaciones y vicios destructivos que van siempre estrechamente ligados al trasfondo de la vida artística”. Pero su vida nos habla sobre todo de la verdad de un Dios de amor, perdonador, clemente, paciente y bondadoso; pero también de lo increíblemente débiles que somos. Por eso, gracias a Dios que nuestra fe no está basada en ninguna decisión emocional que un día hayamos hecho, sino en la obra perseverante de un Dios que nunca nos abandona, y cuya gracia esperamos nos lleva al final del camino. Pero mientras la lucha se hace dura, y larga la noche...

Johnny logró el propósito de su vida, mostrando el poder de la salvación. Luchó la buena batalla. Corrió la carrera. Mantuvo la fe. Tocado por la gracia, tenía una paz, a pesar de sí mismo, que Dios le dio. En medio de su dolor experimentó la redención, por la cual ya no vivió en la miseria. Se consolaba leyendo el libro de Job. Dice en el 2002: “Nunca dudé de Dios”. Sus heridas emocionales le hicieron alguien introvertido, pero el amor que no encontró en su padre lo descubrió en su Padre celestial. Su sufrimiento le hizo sensible al dolor de los demás. Ayudó a muchos con su dinero y su experiencia.

Cash se había criado en la fe de su madre, en una granja de Arkansas.

Cash entendió muy bien el conflicto del que habla el apóstol Pablo, cuando dice: “Sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Romanos 7:14-15). Su debilidad le angustiaba, cuando no podía vencer la tentación. “Lucho con la bestia que hay en mí, cada día”, dice. Su testimonio, por eso, vale más para mí, que el de muchos músicos cristianos. Habla de la realidad del perdón y el poder de la gracia, que es mayor que nuestro pecado. “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (1 Corintios 12:10).

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