José de Segovia ‘El Planeta de los simios’, ¿mejor que los humanos?

Hay todo un problema teológico de fondo. Los simios creen que Dios los ha creado como los dueños del planeta, lo que los hace diferentes de las otras bestias del planeta.

Hay todo un problema teológico de fondo en El planeta de los simios.

Hace cien años que nació en Japón el hijo de unos misioneros evangélicos que ha pasado a la historia de la cultura popular como el creador de la saga de El planeta de los simios. El director de cine Franklin Schaffner (1920-1989) se basó en realidad en el libro de un escritor francés que fue espía en el sudeste asiático durante la Segunda Guerra Mundial, Pierre Boulle. En ella el astronauta que interpreta Charlton Heston suspira porque “en algún lugar del universo” haya algo mejor que el ser humano”.

Nadie que haya visto la película –incluso como yo en un pequeño televisor en blanco y negro de los años 1970– olvidará su sorprendente final. La novela es muy distinta. Publicada en 1963, fueron adquiridos los derechos para el cine por un pequeño productor llamado Arthur Jacobs, que es considerado el verdadero artífice del film.

El director Franklin Schaffner era hijo de misioneros evangélicos en Japón.

El guión está escrito por el maestro de la primera edad de oro de la televisión, Rod Serling, creador de la serie The Twilight Zone (Dimensión desconocida o En los límites de la realidad), auxiliado por uno de los represaliados de la lista negra del acoso anticomunista, Michael Wilson. Aunque fue el conservador Charlton Heston, el que propuso al director de la generación de la televisión, Franklin Schaffner, para está producción de Zanuck para la Fox, que rechazaron antes varios estudios.

Doble espía

El escritor del relato original era un ingeniero nacido en Aviñón en 1912 y muerto en París en 1994, Pierre Boulle. Aunque El puente sobre el río Kwai (1954) parece la quintaesencia del honor militar británico, en realidad es obra de este autor francés. Trabajaba en Malasia para una plantación de caucho británico en los años 30, pero al comenzar la segunda guerra mundial entró en Singapur en el servicio secreto británico.

Tras varias misiones en Birmania y China, bajo el nombre falso de Rule, mandaron a Boulle en una balsa de bambú por un río a Hanoi, que estaba entonces controlado por Vichy. Apresado por los franceses, fue sentenciado a cadena perpetua de trabajos forzados, pero logró escapar casi al final de la guerra. Como tantos espías, no era de un lado, ni del otro. Lo que se ve claramente en su obra.

En El planeta de los simios (1963), una pareja de luna de miel en el espacio, se encuentra una botella que contiene un manuscrito. Es de un periodista francés que cuenta sus aventuras en un planeta dominado por simios, que tiene seres humanos como esclavos. El final no es el mismo de la película. El periodista vuelve al aeropuerto de Orly en París, donde descubre que el personal está formado ahora por monos. Y no tardamos en darnos cuenta de que la pareja en luna de miel son chimpancés... ¡genial!, ¿verdad?

Hasta los que vimos la película en un televisior en blanco y negro no olvidamos su impactante final.

De Soror a Malibú

En la novela, el periodista Ulises Mérou es acompañado por un físico llamado Levain, un profesor que atiende al nombre de Antelle y un pequeño chimpancé. En el lejano y enigmático planeta Soror encuentran vehículos, edificios altos y aviones como en la Tierra, pero están en la orbita de la estrella Betelgeuse, dominados por los simios, que tienen como esclavos a seres humanos.

La Fox tenía entonces un rancho en el arroyo de Malibú, que es ahora un parque natural del estado de California. Allí no construyeron una gran ciudad, sino un pequeño poblado primitivo. Aunque no queda nada del rancho –como el que estaba en Santa Susana, donde se rodaban también películas del Oeste y Manson tuvo a su secta justo después de que se hiciera El planeta de los simios–, se puede ver en Internet como algunos han identificado los lugares donde se hizo cada escena del film.

“La pregunta no es tanto dónde estamos, sino cuándo”, dice el astronauta afroamericano que acompaña al personaje de Heston, Taylor. La nave abandona la Tierra en 1972, pero cuando se estrellan en ese planeta, el reloj marca el año 3978. Aún así Taylor no abandona la esperanza de encontrar “algo mejor que los humanos”. Lo que encuentra, sin embargo, son unos simios que le cazan como a un animal.

¿Evolución a la inversa?

Algunos han descrito por eso El planeta de los simios como una evolución a la inversa, aunque el darwinismo nunca ha dicho que el hombre viniera del mono, sino que los simios y los humanos venían de unos primates antiguos, que ya no existen. El descubrimiento de su inteligencia muestra cómo, aunque no tienen la tecnología del siglo XX, son una imagen de la sociedad actual occidental, que no cree que nadie tenga inteligencia aparte de ellos. Lo que para algunos convierte esta historia en un primitivo discurso sobre los derechos de los animales, pero esta es una lectura demasiado simple.

Algunos han descrito El planeta de los simios como una evolución a la inversa.

Hay todo un problema teológico de fondo. Los simios creen que Dios los ha creado como los dueños del planeta, lo que los hace diferentes de las otras bestias del planeta. Su creencia se basa en unos rollos sagrados escritos por una figura religiosa como Moisés, que consideran el Legislador. Parece haber incluso señales de una controversia como la de la evolución, ya que algunos científicos como Cornelius, sospechan en secreto la “herejía científica” de que los simios vinieran de los humanos. Cuando la inteligencia de Taylor se va haciendo evidente para los simios, es llevado a un tribunal con Cornelius y Zira, presidido por el “principal defensor de la fe”, un orangután llamado Zaius.

"Este mundo, sea quién sea que reine, no tiene otra solución que el mismo Dios viniendo a salvarlo".

A estas alturas, uno empieza a sospechar que esta especie de inquisición te demuestra que El planeta de los simios (1968) no es más que una inversión de La herencia del viento (1960), la película que narra el juicio de Scopes sobre la enseñanza de la evolución en las escuelas, vuelta al revés, pero no es así. Ya que no sólo la religiosidad de los personajes es mucho más compleja –Zaius oculta un mayor conocimiento sobre los humanos y Cornelius sigue una línea de razonamiento que muestra claras contradicciones– sino que la conclusión te muestra que no se trata aquí de lo mala que es la religión y lo buena que es la ciencia...

¿Algo mejor que el ser humano?

Las primeras palabras de Taylor son la clave de la historia. Él busca “en algún lugar del universo algo mejor que el ser humano”. Si la sociedad de los simios refleja los problemas intelectuales y espirituales de los humanos, no es para decir cómo está nuestra sociedad, sino para contestar a la pregunta hipotética de qué pasaría si el papel de humanos y simios se invirtiera. Esto se ve hasta en el cambio generacional. El joven sobrino de Zira, Lucius, se queja de que “no puedes confiar simplemente en la generación anterior”.

La pregunta no es tanto donde estamos, sino cuándo, dice el astronauta afroamericano.

¿Hay algo en el universo mejor que el ser humano? La respuesta, como en toda obra de arte, es irónica y ambigua. No podemos buscar en la cultura nada más que un reflejo de nuestras preguntas. La respuesta a las cuestiones trascendentales no está en novelas, canciones o películas. Tenemos que ir para eso al Libro de la Vida, que es la Biblia.

Una buena película lo que provoca son preguntas. Lo que nos dice esta historia es que, si los simios estuvieran al control, las cosas no serían mejor. De hecho, serían exactamente igual. Los que han hecho de esta historia un alegato ecológico sobre los derechos del animal, harían bien en atender a las palabras finales que Zaius le dice a Taylor al final de la película, cuando emprende el viaje para descubrir el secreto del planeta de los simios: “¡No lo busques, Taylor! Puede que no te guste lo que encuentres...”

La esperanza del planeta

El discurso evidentemente pesimista de esta historia te muestra que la solución a nuestro problema no es la evolución, la educación, la revolución, ni el escapismo. El ser humano no mejora por la competición, el conocimiento, la experiencia o la huida de la realidad. Lo que necesita es salvación. Es por eso por lo que esta historia es un mejor punto de partida para hablar de nuestra necesidad que las llamadas “historias de redención”. Ya que lo que aquí encontramos es el problema, no la solución.

Lo que nos dice esta historia es que si los simios estuvieran al control, las cosas no serían mejor.

El problema de la Creación sólo el Autor de la Vida lo puede resolver. Al venir a este mundo nos mostró algo mejor que el ser humano tal y como fue creado. Dios no sólo le hizo bueno, sino que cuando vio su creación, observó que era “muy buena” (Génesis 1:31). Fue el ser humano quien la arruinó (Gn. 3). Tenía que venir por eso algo mejor que el ser humano tal y como ahora le conocemos. Ese nuevo hombre (Romanos 5:12-21) trae la vida, donde entró la muerte. Y por su muerte vence a la muerte, resucitando a la vida con la esperanza de una nueva creación (Ro. 8).

Este mundo, sea quien sea quien reine, no tiene otra solución que el mismo Dios viniendo a salvarlo. Por su muerte y resurrección hay un gran futuro para el planeta Tierra, que no está en los simios ni en otro humano que Aquel que, participando de la humanidad, “destruyó por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte” (Hebreos 2:14). Es Él quien nos librará de la destrucción. No tenemos ya que estar sujetos a temor, sino confiar en un humano mejor que nosotros... ¡Él es nuestra esperanza!

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