José de Segovia Salgari y la infancia recuperada

Durante mucho tiempo ignorado por los sectores literarios más cultos, ha sido en los últimos años que escritores como Umberto Eco, Fernando Savater o Juan Marsé han reivindicado su figura.

Hay un Reino perdido, por el que todavía merece la pena luchar, aunque es cierto que la travesía es larga y está llena de peligros.

Al llegar el calor del verano, uno siente una extraña añoranza por aquellas vacaciones, cuando los juegos nacían de las lecturas y películas que te llevaban a un mundo desconocido de emociones y paisajes exóticos. La editorial Cátedra recupera una de las obras más conocidas del escritor italiano Emilio Salgari (1862-1911), El corsario negro, en una edición especial conmemorativa acompañada de un estudio sobre su autor, introducida y anotada por el académico José Abad.

Salgari no sólo es responsable de algunos de los mejores relatos de aventuras que se hayan escrito jamás, sino además uno de los autores más leídos de todos los tiempos. Durante mucho tiempo ignorado por los sectores literarios más cultos, ha sido en los últimos años que escritores como Umberto Eco, Fernando Savater o Juan Marsé han reivindicado su figura, que ahora se considera una de las influencias clave en la cultura popular del siglo XX. Su estilo directo, intenso y fuertemente expresivo, marcó en gran medida el lenguaje de medios como el cine, la novela de acción y muy especialmente, el estilo eminentemente visual del cómic.

Aunque se le califica generalmente como autor de libros para niños y adolescentes, Salgari sentía una profunda antipatía por la literatura juvenil de su época, que consideraba “insulsa” y “llena de sentimentalismo”. Lo que no hacía sino “debilitar cada vez más a la juventud italiana”. Según Salgari, los jóvenes “tenían necesidad de libros que templasen en ellos el sentido viril, que los preparasen para una vida de atrevimiento, el sentimiento de la libertad personal, que les infundieran afición a los viajes, a los riesgos, a las hermosas aventuras”.

La editorial Cátedra recupera una de las obras más conocidas de Salgari en una edición especial conmemorativa acompañada de un estudio sobre su autor.

De la misma forma que, años más tarde haría Dashiell Hammetten la novela negra, Salgari construyó un universo propio, con personajes que llevan con firmeza la acción, siempre siguiendo arquetipos morales (el bien, el mal, la codicia, la generosidad, el honor). Tal y como señala el escritor español Eduardo Mendicutti a propósito de una reciente reedición de la novela Los cazadores de focas de la Bahía de Baffin, sus historias “las protagonizan piratas, cazadores, balleneros o cowboys que siempre son, según el papel que les corresponda, arrojados, valientes, feroces, fornidos, leales o implacables, pero que siempre tienen con la naturaleza una relación noble y generosa. De ahí que Salgari, hoy, no sea sólo un autor capaz de rejuvenecernos, sino capaz de rejuvenecer el mundo”.

El tigre de Verona

No es fácil saber quién fue Salgari, (empezando por el año de nacimiento, que varía de una fuente a otra, reproduciéndose el error, como suele ocurrir en Internet), aunque parece que nació en Verona (Italia), el 21 de agosto de 1863, en el seno de una acomodada familia de comerciantes. Desde pequeño fue atrapado por la pasión de la aventura, armando y desarmando colecciones de barquitos de juguete mientras se imaginaba viajes por todo el mundo. La verdad es que vivió dos vidas. Una, la real, sórdida y dramática, marcada por la desgracia. Otra, la que creó a fuerza de imaginación y sueños, que perdura todavía en cada página de sus obras.

La información que habitualmente aparece sobre su vida, así como la mayor parte de las reseñas de sus libros aseguran que el escritor nunca salió de Italia y que construyó su universo de aventuras en base a las lecturas de los viajes que se llevaron a cabo durante la segunda mitad del siglo XIX. El propio Salgari, sin embargo, asegura en su autobiografía –publicada por la desaparecida editorial catalana Maucci– que entre los 18 y los 23 años no hizo otra cosa que viajar como capitán de distintos barcos por el Pacífico y que, de hecho, sus personajes más famosos están basados en personas reales que conoció durante esos años. Más aún, él dice en sus memorias que hay que pensar en él al ver el personaje de Yáñez, el inseparable compañero portugués de Sandokán.

No hay duda de que Salgari descubre en su adolescencia el indomable deseo de vivir aventuras en el mar. Muy lejos del futuro que para él tenían planeado sus padres, el joven decide estudiar para capitán de navío, surcando en un barco escuela las costas italianas. Luego estuvo en un mercante navegando por el Adriático y parte del Mediterráneo. Así bajo el mando de un capitán borracho y pendenciero, Salgari viviría sus primeras experiencias a bordo, aunque obviamente muy lejanas a las aventuras que su exultante carácter y su poblada imaginación demandaban.

Después de un par de tormentas terribles y algunos peligros corridos como resultado de la desmedida ambición del capitán del barco, Salgari hace una pequeña escala en su hogar materno, sólo para continuar su viaje algunos meses después, enrolándose otra vez como segundo de a bordo en un velero de tres palos comandado por otro capitán difícil y violento. Después de severas discusiones con su jefe, Salgari es despedido en Bombay, en donde un misterioso personaje con quien se cruza en una taberna le ofrece empleo. En el momento de abandonar ese lugar, Salgari se percata de que su empleador está bajo peligro, por lo que, habiéndolo puesto sobre aviso, ambos la emprenden a golpes con sus perseguidores. Al decidir aceptar el empleo que le ofrece, Salgari da comienzo a la aventura más grande de su vida.

Salgari vivió dos vidas, la real, sórdida y dramática, marcada por la desgracia, pero creó otra a fuerza de imaginación y sueños.

Rumbo a Mompracem

Después de abandonar Bombay, Salgari se une a la flota de un rajá que ha sido desposeído de sus propiedades por Inglaterra. Los motivos por los cuales Salgari acepta convertirse en capitán de un barco que Occidente calificaría de pirata son varios: en primer término, la sed de aventuras y riesgos que movía al futuro novelista; segundo, un frustrado amor por una jovencita inglesa que le había llevado a odiar Inglaterra con toda su alma; y en tercer lugar, la justo de la causa que defendía. A pesar del aire “occidentalista” que impregna a sus héroes y heroínas, no es menos cierto que las potencias coloniales, especialmente Inglaterra, son mostradas en los libros de Salgari como ávidas y crueles aves de rapiña que saquean todo lugar por donde pasan.

Cuando Salgari entra en contacto con el rajá que en sus libros llama Sandokán, queda de inmediato impresionado por el aura de convicción que ese hombre despide, por lo que sus dudas sobre su papel como capitán en la flota del Tigre de Mompracem quedan atrás y comienza una serie de viajes destinados a obtener metales destinados a la fabricación de armas que dispararán contra las tropas británicas. El título de capitán de Salgari fue cuestionado por un periodista de la competencia. Lo que acabó en un duelo. No es fácil saber cuánto de auténtico hay en su biografía.

En medio de esas aventuras, que son narradas por Salgari como una más de sus novelas, conoce a Eva, una valiente joven inglesa de quien queda enamorado al instante, siendo, esta vez sí, correspondido su afecto. Trágicamente, la joven muere víctima de una fiebre tropical y otro tanto ocurre con el joven marino portugués Campoamor, que se les había unido poco tiempo antes. No es difícil ver quiénes serán ellos en la ficción: Campoamor es parte del Yañez de Salgari, que se completa con el propio escritor y sus correrías en Malasia; la joven Eva no será otra que la Mariana de quien Sandokán quedará para siempre enamorado.

Una brutal tormenta termina con el barco de Salgari y junto a su contramaestre, que en la ficción se llamará Tremal-Naik, y algunos ‘tigres’ sobrevivientes, consiguen llegar a una isla, solo para ser diezmados por las tropas inglesas y holandesas. Salgari logra escapar a duras penas, muerto de hambre y debilitado por la fiebre, logrando llegar a la costa en donde es recogido por un barco, donde Salgari pasará sus siguientes dos años, en los que no le sucedió “ninguna aventura digna de mención”. Para ese entonces, las fiebres tropicales habían minado la salud del futuro novelista hasta el punto de que su sed de aventuras casi había desaparecido. En el puerto de Marsella, Salgari se despide de su capitán y regresa a Italia.

Para mi generación, Salgari es conocido por las películas que sobre Sandokán dirigió Sergio Solima y la serie de televisión que protagonizó Kabir Bedi.

Sus libros

Al volver a Italia, con una fiebre tropical que le impedía hacer trabajos pesados, no le quedó otra alternativa que escribir para subsistir. En ese periodo empezó a escribir poesía y relatos breves, que comenzaron a aparecer en diversas publicaciones. Comenzó así su afortunada pero tormentosa carrera literaria. Sus manuscritos aparecieron primero como folletos y después fueron editados como novelas, con un enorme éxito. Pero los editores le pagaban una cifra ridícula por cada texto, y el autor tenía que escribir constantemente historias nuevas para no morir de hambre.

Las controversias que hay en torno a su biografía, no se limitan a sus fuentes, sino que se extienden a los propios libros, ya que se supone que varios de los que llevan su firma, no fueron escritos en realidad por él, sino por imitadores suyos, auspiciados por los propios editores que ansiaban sacar aún más réditos de su éxito literario. Está claro que el propio Salgari fue el mayor imitador de sí mismo, pero con el objeto de publicar bajo seudónimo y eludir así la trampa editorial en la que se encontraba, aportando algunas liras extra a su hogar.

Parece que estas maniobras fueron alentadas por sus propios editores, que sabían que, aun escribiendo novelas de segunda clase, el escritor resultaba siempre muy superior a su larga corte de imitadores. Hay la anécdota divertida por la que el crítico Olindo Giacobbe ataca duramente sus obras, comparándolas con las de un tal Guido Altieri, que no es más que un seudónimo de él, hasta que su nombre se convierte en una marca comercial.

Tras comenzar a trabajar como cronista en un diario, se ató a contratos miserables que explotaban su genio y que apenas le daban para mantener a su familia. Escribió día y noche sin salir de su cuarto, historias de aventuras, con héroes románticos y audaces que hacían todo lo que su autor no podía realizar: luchaban por ideales, en medio de las selvas y el mar, en paisajes exóticos poblados de animales salvajes. Sus libros alcanzaron un enorme éxito en Europa y América, y sin embargo Salgarijamás pudo escapar al fantasma de la miseria. Pierde manuscritos por una inundación y tiene que recurrir a dos plagios, para cumplir los plazos de entrega.

Salgari tendrá cuatro hijos con Ida, pero su matrimonio se ve afectado por la enfermedad mental de su esposa, que fue internada en un sanatorio antes de morir en 1911.

En su obra destacan algunos ciclos temáticos como la jungla, los piratas asiáticos, los corsarios del Caribe y las praderas norteamericanas. Entre su extensa producción literaria destacan Los misterios de la jungla negra, su primera novela (1889), La cimitarra de Buda (1892), El buque maldito (1894), El rey de la montaña (1895), Drama en el Pacífico (1895), Los piratas de Malasia (1896), El Corsario Negro (1898), Los tigres de Mompracem (1900), Aventuras entre los pieles rojas (1900), Sandokán el rey del mar (1906), El león de Damasco (1910) y Las maravillas del año 2000 (1910).

Sus libros se caracterizan por la simplicidad de los personajes y la viveza de la acción. Salgari escribió en total, unas ochenta novelas y un centenar de cuentos exóticos, narrados todos ellos con gran dinamismo y un estilo sencillo y directo. Aunque para mi generación es conocido especialmente por las películas que sobre Sandokán dirigió Sergio Solima y la serie de televisión que protagonizó Kabir Bedi.

Su tragedia

Tras una disputa de bar con otro periodista de un diario rival al suyo, termina en un duelo con sable. Salgari saldrá victorioso, dejando una marca indeleble en el rostro de su contendiente, pero debiendo pasar cincuenta días en la prisión de Peschiera. Después de algunas otras trifulcas de taberna e intentar tener un romance con una joven inglesa de noble cuna, en 1891 el escritor conoce a quien será su compañera de amor y futuro infortunio: Aida Peruzzi, quien era entonces una joven actriz de teatro. Después de casarse, la pareja se traslada a Turín. Tendrán cuatro hijos, pero con el paso de los años su matrimonio se ve afectado por el desequilibrio mental deIda, que fue internada en un sanatorio antes de morir en 1911. A pesar de su exuberante personalidad y su inagotable cantera de ideas, la mente de Salgari comienza a fallar, hasta el punto en que en 1910 intenta suicidarse de una cuchillada en el corazón.

Ya desde 1908 sus memorias se reducen a angustiados comentarios aislados, a razón de uno por año, no más, y sus textos e ideas inconclusas comienzan a acumularse en su pequeño estudio de Madonna del Pilone, un pueblo cercano a Turín. Seis años después de la muerte deIda, desconsolado tras el fallecimiento de su esposa y acuciado por problemas económicos, escribe tres cartas de despedida y explicación a sus hijos, a sus editores y a los diarios. Era el 25 de abril de 1911. Salgari tenía entonces 47 años cuando sube a las alturas de Val de San Martino, internándose en un bosque cercano y, como si fuera un personaje de sus novelas, se clava un puñal en el vientre, haciéndose el harakiri al estilo del seppuku japonés. Su cuerpo, desgarrado y cubierto de sangre, fue encontrado la tarde de ese mismo día, con el rostro vuelto hacia el cielo.

No hay duda de que la vida está llena de aventuras, pero no hay desafío mayor que encontrar el sentido a nuestra propia existencia.

No hay duda de que la vida está llena de aventuras, pero no hay desafío mayor que encontrar el sentido a nuestra propia existencia. Cuando recordamos nuestros días de infancia, miramos con nostalgia el tiempo pasado, porque nos sentimos de alguna forma decepcionados con nuestra vida presente. Pensamos en los sueños que teníamos de niños y añoramos la ingenuidad e inocencia de una época, cuando todo era posible, porque el futuro estaba por delante. Ahora nos sentimos cada vez más viejos y cansados, incapaces de recobrar la ilusión que esos días inflamaba nuestra vida. La llama parece que se extinguió en algún punto a lo largo del camino y no nos queda ahora sino el vacío de una existencia gris, donde ya no cabe la aventura.

Pero hay un Reino perdido, sin embargo, por el que todavía merece la pena luchar. Es cierto que la travesía es larga y está llena de peligros. Ya que las tormentas a veces nos abruman y parece que no hay salida. No ha acabado un combate, cuando comienza el siguiente. Como en las novelas de Salgari, parece que no pasa un par de capítulos sin que hayamos entrado en un nuevo conflicto. Pero como el anciano Pablo le dijo a Timoteo: “¡Pelea la buena batalla!”, la “de la fe”, y “echa mano de la vida eterna” (1 Ti. 6:12). Esa es la lucha a la que todos hemos sido llamados. ¡No te quedes en el camino! ¡Mira al Capitán! ¡Suya es la victoria!

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