José de Segovia Los incómodos silencios de ‘Un amigo extraordinario’

Como cristiano, Mr. Rogers nos presenta un ejemplo de fe en alguien que no sólo ora por las personas y lee la Biblia de rodillas, sino que cree en un Dios encarnado, que ha tomado nuestro lugar.

Fred Rogers (1928-2003) era un ministro presbiteriano que hizo programas infantiles de marionetas en la televisión desde los años 50.

Todos conocemos personas tan buenas, que nos parecen santas. Las admiramos tanto, que quisiéramos tenerlas como Un amigo extraordinario. Lo que pasa es que cuando estamos con ellas, nos incomodan. Nos recuerdan que nosotros no lo somos. Y acaban produciendo ese molesto silencio que acompaña al personaje de Tom Hanks en la nueva película de Marielle Heller –la interesante directora de El diario de una adolescente y ¿Podrás perdonarme algún día?–.

A pesar de su protagonismo, Hanks fue nominado por este filme al Oscar como actor secundario –el año pasado, que es cuando se estrenó en Estados Unidos, aunque ahora se vea en las salas españolas, reabiertas tras el confinamiento–. La historia de Un amigo extraordinario (A Beautiful Day In The Neighbourhood) está basada en la figura real de Fred Rogers (1928-2003), que hizo programas infantiles de marionetas en la televisión desde los años 50 hasta comienzos de este siglo. Curiosamente, era también un ministro ordenado de la Iglesia Presbiteriana en Estados Unidos –aunque eso no se menciona en la película–. El relato está contado desde la perspectiva del periodista que recuperó su figura en la revista Esquire, Tom Junod.

Matthew Rhys es un periodista incapaz de perdonar a un padre, que ha abandonado a su madre, enferma hasta morir.

El protagonista es en realidad, el actor galés Matthew Rhys, que interpreta con acento americano a Junod con el nombre ficticio de Vogel. Rhys es conocido por la interesante serie The Americans, donde hace, con su esposa en la vida real, la historia de un matrimonio de espías rusos infiltrado en la América de Reagan en los 80, cuya hija se convierte al cristianismo. Ahora hace una extraña precuela de las historias del abogado Perry Mason, que tenían ya algo de ese aire de “cine negro” en la serie original de televisión. Ese ambiente es recuperado ahora en su reconstrucción de Los Ángeles en los años 20 con una predicadora parecida a la famosa Aimee Semple McPherson, fundadora de la Iglesia del Evangelio Cuadrangular –cuyo escándalo inspiró ya la película que dio el Oscar a Burt Lancaster, El fuego y la palabra, basada en la novela del primer Premio Nobel americano de literatura, Elmer Gantry –.

La infancia perdida

Si nunca ha oído hablar de Mister Rogers, no se extrañe, ni siquiera se conocía en Inglaterra cuando yo estaba allí de niño. Su programa quedó de hecho, eclipsado por Barrio Sésamo, que comenzó en la cadena pública estadounidense algo después que él comenzara el suyo en la canadiense. Lo excepcional de Rogers es que animaba a los niños a hablar con los adultos de sus sentimientos. Ayudó a varias generaciones a enfrentarse a las dificultades de la vida y traumas como el divorcio o la muerte. Todo eso en la época en que la televisión creaba un espacio común, como un “barrio” donde vivíamos todos, hasta la llegada de Internet. Hoy ya no hay “salón de estar” común. Ahora en nuestro “nicho” la experiencia de cada consumidor es diferente. Cada uno en su habitación o su tribu, es incapaz de entender al otro.

El aspecto anacrónico que presenta a veces la película con sus maquetas, marionetas y recuerdos de una televisión ya olvidada, es el escenario de contraste con la sociedad fragmentada en la que vivimos, nosotros y los personajes en la actualidad. El filme es como un episodio del programa en que Rogers nos presenta al periodista como un amigo incapaz de perdonar a un padre que ha abandonado a su madre, enferma hasta morir. Chris Cooper encarna esa figura paterna, tal y como la ve su hijo, molesta y desagradable. Lo que tiene Hanks de atractivo, lo tiene Cooper de repulsivo. El hijo no entiende a su padre, pero intenta comprender a Rogers, como buen periodista que es, profesionalmente.

El problema del perdón en la película parte de esa incapacidad que tenemos para ponernos en la piel del otro. Como cristiano, Rogers nos presenta un ejemplo de fe en alguien que no sólo ora por las personas y lee la Biblia de rodillas, sino que cree en un Dios encarnado, que ha tomado nuestro lugar. Lo que el creyente echará de menos del contenido de su fe, corresponde en realidad a la convicción de Rogers de que “no necesitas hablar claramente de religión para comunicar un mensaje”. ¿Estamos entonces, ante lo que ahora se llama un “cine de valores”?

La bondad y su verosimilitud

Si ese fuera el caso, no les estaría hablando de esta película, ya que como saben mis más fieles lectores, le tengo especial aversión a ese tipo de cine. La moralina no va mucho conmigo. Lo que me interesó y emocionó de Un amigo extraordinario es la forma cómo se enfrenta al mayor problema de la ficción, que es cómo transmitir la bondad sin parecer ridícula. Como observa Simone Weil, en las historias, el bien no nos resulta verosímil. No nos lo acabamos de creer.Nos resulta falso y artificial. Lo que nos interesa y despierta nuestra curiosidad es el mal. El villano es el personaje interesante, por su complejidad y realismo. Como judía convertida al cristianismo, Weil, cree que es así como demostramos nuestra natural atracción hacía el mal.

Rogers animaba a los niños a hablar con los adultos de sus sentimientos y enfrentarse a las dificultades de la vida, con traumas como el divorcio o la muerte.

El título original de la película es Un bonito día en el barrio, ya que Rogers comienza cada programa abriendo la puerta de su casa de decorado y diciendo que “es un bonito día”. El problema es que eso lo dice todos los días. ¿Es eso verdad? En su escenario de cartón piedra, todo está igual cada mañana. El cielo es siempre azul. El problema es que nosotros no vivimos en ese barrio, ni tampoco Vogel. Detrás incluso de esos barrios de casitas ajardinadas –que los americanos llaman “suburbios”– se esconden también oscuros secretos. Detrás de esas puertas hay “monstruos”.

Vogel recibe el encargo de escribir sobre Rogers para un reportaje de “héroes” con el desdén del que cree que está sólo asumiendo un papel. Se propone desmontarlo, cuando luego se cambian los papeles. Y es él quien se ve desnudo ante Rogers, intentando esconder las heridas del enfrentamiento con su padre. Le enseña que “perdonar es liberar a una persona de los sentimientos de ira que albergamos contra ella”. Su método es la empatía por el autoexamen que lleva a la identificación. O sea, la manera misma cómo el Autor de la vida se identifica con sus criaturas, haciéndose como una de ellas. La diferencia, por supuesto, es que en Él no hay las sombras que intuimos en Rogers.

El dolor nos hace como somos

La directora de ¿Podrás perdonarme algún día? vuelve a mostrar aquí su capacidad para expresar el lenguaje visualmente. Logra mostrar el lado oscuro de Rogers no con palabras, sino con actos. Golpeando el barro que moldea, nadando con todas sus fuerzas, o golpeando con los puños las teclas más bajas del piano, revela una violencia contenida. Como los personajes de Eastwood, “las personas excepcionales son aquellas que hacen actos extraordinarios con una mala conciencia”, como dice Richard Brody en New Yorker. Los silencios incómodos se hacen aquí más expresivos que nunca.

Cuando le pregunta por la tensa relación de Rogers con sus hijos, Hanks muestra la emoción en su rostro –la ira ante la pregunta, la dolorosa verdad–. Es entonces cuando dice esa tremenda frase de que “todo en la vida viene con dolor”. Si Vogel logra sacar esto de él, Rogers desvela el dolor que está en el fondo de la vida del periodista, que acaba confesando su herida y su ira. Si ambas son producidas por su padre, Rogers le indica que él también le ha ayudado a ser lo que es, a pesar de todas sus imperfecciones y errores. Lo que nos lleva a una profunda verdad: nuestro dolor nos ha hecho como somos.

El aspecto anacrónico que presenta la película con sus maquetas, marionetas y recuerdos de una televisión ya olvidada, es el escenario de contraste con la sociedad fragmentada en la que vivimos.

Sin contar el final, podemos decir que la película nos muestra cómo el dolor no sólo aleja a las personas, sino que las acerca. Hace que crezca la intimidad y que vuelva el amor. No un amor que cierra los ojos a la realidad, sino que se revela a pesar y por medio del dolor, que producimos o sufrimos de otros. En una de las escenas más sorprendentes de la película, Rogers le pide a Vogel en una cafetería que se queden en silencio por un minuto, para pensar en las personas que nos han hecho como somos. Durante ese largo e incómodo silencio, el rostro de Hanks se muestra inexpresivo ante la cámara, como invitando al espectador a hacer lo mismo.

¿Qué es la gracia?

En el artículo original de Junod –aparecido en la revista Esquire en 1998–, el periodista cuenta cómo Rogers le invita a una reunión de oración y siente algo de la gracia divina: “¿Qué es la gracia? No estoy seguro. Todo lo que sé es que sentí como si algo atravesara mi corazón, y se abriera en aquella habitación como un paraguas”. Es uno de esos momentos reveladores que hay en la vida, que nos muestran la realidad de lo que somos, pero también quién es ese Dios que nos habla en nuestro dolor.

En la película hay una extraña melancolía, que le da un cierto aire de irrealidad, no como una falta de autenticidad, sino todo lo contrario, como algo arraigado en la experiencia. Es así como la Gracia de Dios nos resulta demasiado bonita, para ser cierta. En el mundo del personaje de Mister Rogers conocido como Rey Viernes –soñado por el protagonista incluso en un episodio como surrealista–, hay también un elemento escatológico por el que anhelamos creer en un Reino de justicia, donde ya no habrá mal, ni dolor, cuando “todo lo triste dejará de ser verdad”.

Cuando la viuda de Mister Rogers le cuenta sus últimas palabras en su lecho de muerte, le dice que se hacía una extraña pregunta: “¿Soy una oveja?”. El lector del Evangelio se da cuenta inmediatamente de algo que el espectador normal no percibirá fácilmente. Se refiere al texto de Mateo de la separación final entre las ovejas y los cabritos (Mt. 25:31-33). Si crees, como la mayor parte de la gente, que el juicio final de tu vida es lo bueno que has sido, entiendes que su esposa Joanne le diga: “Si alguien es una oveja, ese eres tú”. No hay duda de que él era amable, generoso, paciente y preocupado por las personas, como muestra en sus palabras y oraciones. Es tan bueno, que para algunos, lo es demasiado.

Rogers le pide a Vogel en una cafetería que se queden en silencio por un minuto, para pensar en las personas que nos han hecho como somos.

Para muchos, es la persona más agradable que han visto en la vida. Sin embargo, al final, él duda si es “una oveja”. Sabe que se enfrenta al Juez cuya medida no es nuestro valor comparativo. Y se pregunta si es lo suficientemente bueno. Como buen lector de la Biblia, sabe lo que dice antes Mateo (7:21-23). A Él no podemos engañarle, ni con nuestras palabras, ni con nuestras buenas obras. Todo el que invoque su bondad delante de Él, será rechazado. Como dice Rogers, “las mismas personas que hacen cosas buenas, hacen cosas malas”.

La pregunta que le refiere la viuda al periodista es, entonces, una confesión en su lecho de muerte. No confía en el mérito de su falta de egoísmo. Y duda si es realmente “oveja”. Puesto que nadie es lo suficientemente bueno para justificar su propia vida. Se da cuenta que sólo Cristo puede hacerlo (Romanos 3:23-26). No es por tu moralidad, ni tu falta de inmoralidad, que tenemos esperanza, sino por la sola Gracia de Dios. Sabemos que “somos sus ovejas” cuando “escuchamos su voz” y confiamos en Jesús. Es así como su bondad se hace nuestra, porque ¡sólo Su bondad es suficiente!

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