El cardenal Semeraro presidió la beatificación de la joven granadina Beata Conchita, "el fruto abundante" en apenas 22 años de vida

Ceremonia de beatificación de la joven Conchita, en Granada
Ceremonia de beatificación de la joven Conchita, en Granada Vatican Media

Este 6 de mayo, el Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, presidió la celebración de la beatificación de la Venerable Sierva de Dios María de la Concepción (Conchita) Barrecheguren, en la iglesia catedral metropolitana de Granada

(Vatican News).- “Esta nueva Beata se convierte para todos nosotros en un modelo a imitar. Sobre todo, a quien se encuentra en el sufrimiento y en la prueba, la beata Conchita, con el ofrecimiento de su joven y breve existencia y con la confianza total en Dios, muestra cómo la conformación a Cristo, en el amor crucificado, transforma la sustancia de la vida, aún la más compleja y difícil”. Lo dijo el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, en su homilía en la beatificación de la Venerable Sierva de Dios María de la Concepción (Conchita) Barrecheguren, celebrada este sábado 6 de mayo, en la iglesia Catedral metropolitana de Granada, España.

La primera lectura elegida para esta celebración, le permitió al cardenal Semeraro reflexionar sobre la comparación de “los cristianos con vasijas de barro”, como lo señala el apóstol Pablo en la Carta a los Corintios. Y haciendo un breve recorrido por algunos textos bíblicos del Antiguo Testamento, el dijo que esta comparación no debería sorprendernos. Pero lo que aquí el apóstol ha querido decirnos, indicó el purpurado, es que, en esta vasija de barro, que somos nosotros, hay un tesoro inestimable y es Cristo. ¡He aquí la paradoja!

Misa presidida por el cardenal Marcello Semeraro en la Catedral de Granada
Misa presidida por el cardenal Marcello Semeraro en la Catedral de Granada Vatican Media

Y esta paradoja del misterio cristiano, señaló el Cardenal Semeraro, también lo podemos contemplar hoy en la vida cristiana de la nueva beataSu vida terrena fue breve –apenas veintidós años- y, además, señalada muy pronto por el sufrimiento y la enfermedad. ¡De verdad una vasija de barro! Pero en ella se ha cumplido lo que escribe el Apóstol: «Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados... llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 410)”.

Una vida dedicada a acoger la voluntad de Dios

En este sentido, el prefecto hizo un breve recorrido de la vida de la nueva Beata, destacando, sobre todo, su cercanía a Jesús Eucaristía y su devoción a la Virgen María.

“Nació aquí en Granada al comienzo del siglo pasado. Era hija de unos padres verdaderamente afortunados por muchos motivos… La familia en que nace Conchita, efectivamente, estaba edificada sobre las sólidas bases de la fe. Su padre, Francisco, después de la muerte de su mujer, se convertirá en religioso redentorista y ahora es Venerable. ¡Singular fecundidad de la vida de la gracia! La educación religiosa recibida de sus padres la dispuso a aceptar con serenidad y alegría las muchas molestias provocadas por una salud cada vez más gravemente comprometida. La frecuencia de los Sacramentos y particularmente la Comunión diaria, a la que nuestra beata se mantuvo siempre fiel, la sostuvo en la fatiga y la dispuso a acoger en todo, la voluntad de Dios. Le fue de gran ayuda la devoción a la Virgen María, a la que honoraba con el rezo del Rosario”.

“Ella lo iluminó todo con la sabiduría de la Cruz”

De este modo, indicó el cardenal Semeraro, la nueva beata experimentó la promesa del Señor. Por ello, Conchita ha dado fruto abundante porque ha estado siempre unida a Cristo y jamás se ha separado de él, también en las oscuras horas de la prueba.

“De hecho, tuvo que afrontar adversidades humanamente superiores a sus débiles fuerzas, como la enfermedad mental de la madre, sus propios sufrimientos físicos y, en la última fase de su existencia terrena, las provocadas de la tuberculosis... En cambio, ella lo iluminó todo con la sabiduría de la Cruz, convencida que las penas y los sufrimientos hacen que la criatura esté más cerca y se asemeje a Cristo”.

Reconocer que somos «vasijas de barro»

En este sentido, el purpurado recordó lo que había dicho en una ocasión el Papa Francisco en una de sus homilías refiriéndose a la paradoja del misterio cristiano, y dijo que el secreto para ser «muy felices» es reconocerse siempre débiles y pecadores, o sea «vasijas de barro».

“En aquella ocasión enfocó un aspecto de la condición humana, que después, especialmente en los años sucesivos con ocasión de la pandemia del coronavirus, se mostraría con mayor evidencia: ¡la vulnerabilidad, la fragilidad! Reconocerla –decía el Papa- es una de las cosas más difíciles de nuestra vida y por eso, en vez de reconocerla, tratamos de cubrirla, de disimularla para que no se vea. Esta, en realidad, es una dimensión constitutiva de lo humano y es, en cuanto tal, una dimensión que nos interpela y nos reclama respuestas, porque contiene una vocación que es una llamada a la sociabilidad en la forma de la solidaridad”.

Y es precisamente, a esta vocación –indicó Semeraro– a la que es llamado el creyente, el cual conoce al Dios que se ha hecho carne y que, haciendo propia la debilidad de la condición humana, la ha transformado en el lugar de construcción de la fraternidad, de la solidaridad, del amor.

Nuestra Beata, señaló el prefecto, ha reconocido esta vocación que llega de la vulnerabilidad, la ha aceptado y la ha vivido. Nos ha indicado también el método sobre cómo hacerlo. De hecho, escribió: «Mi amor será un Dios crucificado, mi alimento la oración, mi fortaleza la Eucaristía...».

Cristo transforma la vida más compleja y difícil

Finalmente, Semeraro dijo que, ahora, esta nueva beata se convierte para todos nosotros en un modelo a imitar. Sobre todo, a quien se encuentra en el sufrimiento y en la prueba, la beata Conchita, con el ofrecimiento de su joven y breve existencia y con la confianza total en Dios, muestra cómo la conformación a Cristo, en el amor crucificado, transforma la sustancia de la vida, aún la más compleja y difícil.

“Por esto hoy nosotros elevamos el agradecimiento al Señor, que con sus heridas ha redimido el mundo. Haciendo propias las palabras de un gran santo, animados por el ejemplo de la nueva beata y confiados también en su intercesión, rezamos: «Oh, Jesús, por las heridas que por nuestra salvación has sufrido sobre la cruz y de las que ha salido la sangre preciosa con la que hemos sido redimidos, te suplico que me hieras también con el arma ardiente y potentísima de tu infinita caridad» (S. Anselmo de Canterbury, Oratio XIX ad Christum, PL 158,90)”.

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