El Papa Bueno concedió el título de Basílica menor al Valle de los Caídos Juan XXIII llamó “hito hacia el cielo” y “obra única y monumental” al Valle de los Caídos

Cruz del Valle de los Caídos
Cruz del Valle de los Caídos

“Esta obra, única y monumental la ha hecho construir Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España”

“En el templo, se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los Caídos en la guerra civil de España”

“La cruz extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso”

“Hito hacia el cielo”, “obra única y monumental”, “templo insigne entre los mejores”. Éstos y otros parecidos son calificativos que un Papa dirige al Valle de los Caídos. Y no fue un Papa cualquiera, sino el mismísimo Juan XXIII, el Papa Bueno, el Papa que, con el Concilio, hizo pasar a la Iglesia de la Edad Media a los tiempos modernos.

Era el año 1960 y la jerarquía española escenificaba públicamente el matrimonio del altar con la dictadura franquista. No había, entonces, conferencia episcopal y regía la Iglesia la Junta o Conferencia de Metropolitanos, cuyo último presidente fue el cardenal de Toledo, Plá y Deniel.

Los metropolitanos acordaron, con el inestimable concurso del Nuncio Ildebrando Antoniutti, pedir a Roma que concediese a la Iglesia de Santa Cruz del Valle de los Caídos la dignidad de basílica menor. Y Juan XXIII, recién llegado al solio pontificio, no sólo le concedió la petición, sino que en la carta apostólica, firmada por el entonces Secretario de Estado, cardenal Tardini, se deshace en elogios al templo, a la abadía, a la cruz e, incluso, a su emplazamiento.

“Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del caminar de la vida terrena, y a la vez extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso”. Así comienza la carta apostólica del Papa Juan.

Y tras las alabanzas a la enorme cruz, la descripción del templo, “excavado en inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre amplísimo templo”. Un templo en el que, según Roma, “se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los Caídos en la guerra civil de España, y allí, acabados los padecimientos, terminados los trabajos y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la nación española”.

Y continúan las loas al monumento y, por supuesto a su constructor, al que designa como “Caudillo de España”. Eso sí, sin el añadido de 'por la gracia de Dios'. “Esta obra, única y monumental, cuyo nombre es Santa Cruz del Valle de los Caídos, la ha hecho construir Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España”, reza la carta, que concreta que le añadió “una Abadía de monjes benedictinos de la Congregación de Solesmes, quienes diariamente celebran los Santos Misterios y aplacan al Señor con sus preces litúrgicas”.

EL prior del Valle de los Caídos
EL prior del Valle de los Caídos

Y sigue una descripción detallada de las 'bellezas' del monumento que causa “no pequeña admiración a los visitantes”. En primer lugar, “un pórtico, capaz para concentraciones numerosas”. Después, “en el frontis ya del templo subterráneo se admira la imagen de la Virgen de los Dolores que abraza en su seno el cuerpo exánime de su Divino Hijo, obra en que nos ha dejado el artista una muestra de arte maravilloso”.

“A través del vestíbulo y de un segundo atrio, y franqueando altísimas verjas forjadas con suma elegancia, se llega al sagrado recinto, adornado con preciosos tapices historiados; se muestra en él patente la piedad de los españoles hacia la Santísima Virgen en seis grandes relieves de elegante escultura, que presiden otras tantas capillas”, continúa la descripción de la carta apostólica.

Hasta llegar al corazón de la basílica.

“En el centro del crucero está colocado el Altar Mayor, cuya mesa, de un solo bloque de granito pulimentado, de magnitud asombrosa, está sostenida por una base decorada con bellas imágenes y símbolos. Sobre este altar, y en su vértice, se eleva, en la cumbre de la montaña, la altísima Cruz de que hemos hecho mención. Ni se debe pasar por alto el riquísimo mosaico en que aparecen Cristo en su majestad, la piadosísima Madre de Dios, los apóstoles de España Santiago y San Pablo y otros bienaventurados y héroes que hacen brillar con luz de paraíso la cúpula de este inmenso hipogeo”.

Valle de los Caídos

Y concluye el Papa Bueno calificando al templo de “insigne” y noble”. “Es, pues, este templo, por el orden de su estructura, por el culto que en él se desarrolla y por sus obras de arte, insigne entre los mejores, y lo que es más de apreciar, noble sobre todo por la piedad que inspira y célebre por la concurrencia de los fieles”.

Por eso, atendiendo “a las preces” del Abad del Valle de los Caídos, Juan XXIII decide: “Elevamos al honor y dignidad de Basílica Menor la iglesia llamada de Santa Cruz del Valle de los Caídos, sita dentro de los límites de la diócesis de Madrid, añadiéndola todos los derechos y privilegios que competen a los templos condecorados con el mismo nombre. Sin que pueda obstar nada en contra”.

Un privilegio concedido a perpetuidad y contra el que no cabe revocación:

“Esto mandamos, determinamos, decretando que las presentes Letras sean y permanezcan siempre firmes, válidas y eficaces y que consigan y obtengan sus plenos e íntegros efectos y las acaten en su plenitud aquellos a quienes se refieran actualmente y puedan referirse en el futuro; así se han de interpretar y definir; y queda nulo y sin efecto desde ahora cuanto aconteciere atentar contra ellas, a sabiendas o por ignorancia, por quienquiera o en nombre de cualquiera autoridad”

Y, como es preceptivo, la carta apostólica concluye con la fecha y la firma: “Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día siete del mes de abril del año mil novecientos sesenta, segundo de nuestro Pontificado. D. Card. Tardini”.

Papa Juan

Texto íntegro de la carta

CARTA APOSTÓLICA
SALUTIFERAE CRUCIS*
DE SU SANTIDAD
JUAN XXIII
CON LA QUE SE ELEVA AL HONOR Y DIGNIDAD DE BASÍLICA MENOR
LA IGLESIA DE SANTA CRUZ DEL VALLE DE LOS CAÍDOS

Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del caminar de la vida terrena, y a la vez extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso. Este monte sobre el que se eleva el signo de la Redención humana ha sido excavado en inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los Caídos en la guerra civil de España, y allí, acabados los padecimientos, terminados los trabajos y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la nación española. Esta obra, única y monumental, cuyo nombre es Santa Cruz del Valle de los Caídos, la ha hecho construir Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, agregándola una Abadía de monjes benedictinos de la Congregación de Solesmes, quienes diariamente celebran los Santos Misterios y aplacan al Señor con sus preces litúrgicas.

Es un monumento que llena de no pequeña admiración a los visitantes: acoge en primer lugar a los que a él se acercan un gran pórtico, capaz para concentraciones numerosas; en el frontis ya del templo subterráneo se admira la imagen de la Virgen de los Dolores que abraza en su seno el cuerpo exánime de su Divino Hijo, obra en que nos ha dejado el artista una muestra de arte maravilloso. A través del vestíbulo y de un segundo atrio, y franqueando altísimas verjas forjadas con suma elegancia, se llega al sagrado recinto, adornado con preciosos tapices historiados; se muestra en él patente la piedad de los españoles hacia la Santísima Virgen en seis grandes relieves de elegante escultura, que presiden otras tantas capillas. En el centro del crucero está colocado el Altar Mayor, cuya mesa, de un solo bloque de granito pulimentado, de magnitud asombrosa, está sostenida por una base decorada con bellas imágenes y símbolos. Sobre este altar, y en su vértice, se eleva, en la cumbre de la montaña, la altísima Cruz de que hemos hecho mención. Ni se debe pasar por alto el riquísimo mosaico en que aparecen Cristo en su majestad, la piadosísima Madre de Dios, los apóstoles de España Santiago y San Pablo y otros bienaventurados y héroes que hacen brillar con luz de paraíso la cúpula de este inmenso hipogeo.

Es, pues, este templo, por el orden de su estructura, por el culto que en él se desarrolla y por sus obras de arte, insigne entre los mejores, y lo que es más de apreciar, noble sobre todo por la piedad que inspira y célebre por la concurrencia de los fieles. Por estos motivos, hemos oído con agrado las preces que nuestro amado hijo, el Abad de Santa Cruz del Valle de los Caídos, nos ha dirigido, rogándonos humildemente que distingamos este tan prestigioso templo con el nombre y los derechos de Basílica Menor. En consecuencia, consultada la Sagrada Congregación de Ritos, con pleno conocimiento y con madura deliberación y con la plenitud de nuestra potestad apostólica, en virtud de estas Letras y a perpetuidad, elevamos al honor y dignidad de Basílica Menor la iglesia llamada de Santa Cruz del Valle de los Caídos, sita dentro de los límites de la diócesis de Madrid, añadiéndola todos los derechos y privilegios que competen a los templos condecorados con el mismo nombre. Sin que pueda obstar nada en contra.

Esto mandamos, determinamos, decretando que las presentes Letras sean y permanezcan siempre firmes, válidas y eficaces y que consigan y obtengan sus plenos e íntegros efectos y las acaten en su plenitud aquellos a quienes se refieran actualmente y puedan referirse en el futuro; así se han de interpretar y definir; y queda nulo y sin efecto desde ahora cuanto aconteciere atentar contra ellas, a sabiendas o por ignorancia, por quienquiera o en nombre de cualquiera autoridad.

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día siete del mes de abril del año mil novecientos sesenta, segundo de nuestro Pontificado.

D. Card. Tardini

Abadía del Valle de los Caídos

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