A sus 85 años, la teresiana sigue atendiendo a los más desfavorecidos Viqui Molins: “Lo primero que aprendí de los pobres es que hay que resolver el problema de hoy, y mañana será otro día”

Viqui Molins, en su piso del Raval de Barcelona.
Viqui Molins, en su piso del Raval de Barcelona.

"Hay momentos en la vida en que las palabras no sirven de nada. Entonces lo único que puedes hacer por alguien es abrazarle y callar”

“Siempre he pensado que no hay peores víctimas que las personas que son víctimas de sí mismas, porque tienen el mal en su interior"

"El Hospital de Campaña ha sido un regalo de Dios, porque una iglesia no sólo está para celebrar la liturgia sino también para acoger"

Epicentro de la heroína y el sida durante los años 80 y 90,el Raval sigue siendo en la actualidad uno de los barrios más castigados de Barcelona y un claro reflejo del cierre masivo de bares y comercios de la ciudad propiciado por la crisis pandémica. Con más de la mitad de la población inmigrante y una pobreza que se había visto atenuada en los 2000 por una economía sumergida más o menos próspera, el barrio sobrevive como puede a los azotes de una pandemia que ha aumentado, más si cabe, la desigualdad en sus calles.

En un piso del Raval vive desde hace un cuarto de siglo la monja teresiana Maria Victòria Molins (Barcelona, 1936). Es una vivienda sencilla y austera, con lo justo y necesario para vivir. Algunos galardones importantes reposan en una balda del salón. Viqui, como casi todos la llaman, siente un cariño especial por uno de ellos, la Creu de Sant Jordi que concede la Generalitat de Catalunya (“porque es Sant Jordi y porque me la entregó Puigdemont”), que recibió de manos del expresidente del Govern, hoy en el exilio. Con ella viven las hermanas Pilar y Ana, uniendo sus pensiones.

Hace tan solo unas semanas que Viqui tuvo una grave lesión cardíaca por la que estuvo hospitalizada en estado crítico. Tiene varios problemas de corazón, y uno de ellos es que lo tiene demasiado grande. El pericardio, tiene unos centímetros más que la media. Esto provocó una grave lesión y el equipo médico convino en la necesidad de colocar un stent coronario [dispositivo que se emplea para desobstruir las arterias que llevan la sangre al corazón]. 

Molins echa de menos el contacto físico, los besos y los abrazos.
Molins echa de menos el contacto físico, los besos y los abrazos.

Estuvo realmente mal, pero no estaba convencida de que moriría. Sin perder el sentido del humor ni en los momentos más aciagos, se puso en manos de Dios y le dijo: “Tenemos toda la eternidad para vernos cara a cara, así que no tengo prisa: de momento me encuentro muy bien entre mis hermanos”. Al día siguiente llegó el stent, se lo colocaron y Viqui se liberó de la muerte. 

Lo peor de la hospitalización, sin embargo, fue no poder recibir visitas. Lleva mal el imperativo de la distancia social, echa de menos el contacto físico, los besos y los abrazos. “Como soy grande físicamente, puedo abrazar a los hombres sin problemas. Una vez, un hombre se quejaba de que nadie lo quería y yo le dije se equivocaba, que Dios sí lo quería. Se lo demostré con un abrazo muy fuerte y lo entendió. Hay momentos en la vida en que las palabras no sirven de nada. Entonces lo único que puedes hacer por alguien es abrazarlo y callar”, asegura. 

La pandemia y los desheredados

El confinamiento ha sido duro, pero no le ha impedido mantener la relación y el compromiso con las personas a las que acompaña. Cada semana o cada quince días envía un vídeo por whatsapp con unas palabras de apoyo a todas ellas: presos, drogadictos, prostitutas, marginados de toda índole. Lleva tres décadas yendo a las cárceles de hombres y mujeres. Wad Ras, Quatre Camins,Brians Sud, La Modelo. Desde que estalló la pandemia, muchas veces son los mismos funcionarios quienes establecen las videollamadas desde sus teléfonos para que Viqui y las personas presas puedan comunicarse. 

Viqui Molins, una vida al servicio de los más vulnerables
Viqui Molins, una vida al servicio de los más vulnerables

Entre las muchas personas que ha acompañado, se encuentran algunas que han cometido crímenes abominables, como el violador del Eixample. Esto le ha valido a la religiosa alguna que otra crítica so pretexto del terrible daño causado por estas personas. Pero para Molins estas son justamente las personas que merecen más misericordia. “Siempre he pensado que no hay peores víctimas que las personas que son víctimas de sí mismas, porque tienen el mal en su interior. Cuando voy a las cárceles, mi máxima es no juzgar nunca a nadie. Al hablar con los presos y saber qué tipo de vida han tenido y qué los llevó a cometer unos delitos u otros, descubres que hay un sinfín de antecedentes que podrían ser atenuantes pero que nunca están considerados por un juez”.

En todos estos años ha aprendido a vivir al día. “Los más pobres y desheredados —asegura— viven al día porque sobreviven. Los demás vivimos, y cuando vives, proyectas. Sobrevivir, en cambio, te impide pensar en cosas más allá del plato de comida que te llevarás a la boca o el lecho donde dormirás la siguiente noche. Para quienes sobreviven, todo empieza y termina en un mismo día”. 

En este sentido, Viqui recuerda un caso que le impresionó mucho y le hizo cambiar el chip. “Conocí a una familia que estaba a punto de ser desahuciada y cuando llegó el día nos presentamos todos los voluntarios allí para evitarlo. ¿Qué nos encontramos? Pues que estaban tranquilamente durmiendo. Lo primero que aprendí de los pobres es que hay que resolver el problema de hoy, y mañana será otro día”. 

Mª Victòria Molins
Mª Victòria Molins

“Otra cosa aprendí —agrega— es que tu vida depende en gran medida del lugar donde has nacido. Yo fui criada en un ambiente familiar ordenado y bien planificado, con todas las oportunidades para vivir bien, pero no todo el mundo tiene la misma suerte”.

Monja de calle

La escritura ha sido fundamental en su vida. Editora de la revista pedagógica teresiana Jesús Maestro durante muchos —compaginó la labor con la enseñanza— y autora de libros como El carrer dels invisibles o El regal de la vida, Viqui escribe una columna semanal en Catalunya Cristiana desde el año 2006. Suma ya cerca de un millar de artículos en esta sección llamada ‘Finestra a la vida’. “Nunca pensé que llegaría a tanto. Al principio, un artículo semanal me parecía muchísimo, pero siempre salen cosas. La mentalidad de periodista hace que te fijes en cosas que otros no ven”, asegura. 

En sus artículos habla del mundo de la marginación que tan bien conoce y, con frecuencia, de sus ‘hijos’, porque si bien no ha sido madre biológica sí ha sido como una madre para miles de desheredados. “Esto me ha hecho ser muy feliz, porque me ha dado la oportunidad de trabajar con gente con un entorno desestructurado que carecen del afecto y la protección que solo una madre puede ofrecer”. 

Viqui Molins, premio Emmanuel Mounier 2019.
Viqui Molins, premio Emmanuel Mounier 2019.

A inicios de la década de 1980 viajó a Latinoamérica y África, “otro mundo”. Allí le cambió el chip. En Nicaragua descubrió otros modelos de vida religiosa más allá del monasterio. Las hermanas no vivían recluidas en comunidades apartadas sino en pisos, en medio de la gente. “Me di cuenta de que tenía necesidad de salir, porque al monasterio, pensé, nunca vendrán aquellos que no tienen nada. Vi que Jesús consuela más en las calles que en la sinagoga”, admite.

En el Raval conoció a Sor Genoveva Masip, que atendía a los enfermos de sida, una enfermedad sobre la cual pesaba todavía un gran desconocimiento y que estaba asociada al mundo de la droga y la homosexualidad. “Me gustaba y me gusta mucho acompañar a los jóvenes. En los años 80 y 90, antes incluso de instalarme aquí definitivamente, murieron en mis brazos más de una treintena de ellos por culpa del sida, que entonces se denominaba pneumonía atípica y muchos pensaban que era un castigo de Dios. La iglesia lo vivía con mucho recelo, de modo que tuve muchas dificultades para trabajar con los gais”. 

Santa Anna 

El pontificado de Juan Pablo II sumió a Viqui Molins en la decepción. “Fueron años de gran retroceso para la Iglesia. Con la llegada de Benedicto XVI volví a ilusionarme, pero mucho más con la de Francisco: de entrada yo quería un Papa sudamericano, y él ha sido tan diferente a todo, va haciendo poco a poco, cambiando mentalidades en esta Iglesia en salida, para los pobres”. 

Viqui Molins, una vida al servicio de los más vulnerables
Viqui Molins, una vida al servicio de los más vulnerables

Inspirada por Francisco, y con el precedente del padre Ángel y la Iglesia de San Antón de Madrid, en 2017 Molins impulsó junto con los sacerdotes Peio Sánchez y Xavier Morlans —rector y vicario de la parroquia de Santa Anna— el Hospital de Campaña de Santa Anna. Un proyecto centrado en atender a las personas sin hogar “desde la ternura, el entusiasmo y el amor”, un proyecto que hizo realidad el anhelo de convertir la Iglesia en la casa de todos. Para Molins, esta experiencia ha sido un “regalo de Dios”, porque una iglesia, afirma, no sólo es para celebrar la liturgia sino también para acoger.

Durante este último año, Santa Anna ha tenido que redoblar sus esfuerzos para dar respuesta a la crisis socioeconómica generada por la pandemia. Viqui, sin embargo, está contenta porque si algo bueno ha tenido la crisis del coronavirus es que ha disparado la solidaridad con el proyecto, que en los últimos meses ha recibido numerosas donaciones que permitirán una mejora notoria de las infraestructuras. Ya lo decía Peio Sánchez: en Santa Anna están siendo testigos de muchos milagros

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