Desayuna conmigo (martes, 23.6.20) Abusos no sexuales

¡A la hoguera de San Juan!

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En el transcurso de cada día, son miles las injusticias y los abusos que se cometen en todos los ámbitos de las relaciones humanas, particularmente en los ámbitos sexuales y en los eslabones más débiles de la sociedad. Se ha hablado mucho, pero no lo suficiente, de las vejaciones y explotaciones a que son sometidos los niños y los adolescentes, siempre, claro está, en beneficio de adultos depredadores: abuso sexual, explotación laboral, escudos y armas mortíferas en las contiendas bélicas. Pero hay otros colectivos de adultos que también sufren abusos y son explotados por la sociedad, que muchas veces nos pasan completamente desapercibidos.

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Que hoy se celebre el “día internacional de las viudas” nos pone delante uno de esos colectivos por cuyo abuso la sociedad debería darse muchos golpes de pecho. Es este un día que viene celebrándose desde 2011 a indicación de la ONU. En su proclama, se nos advierte que “si vives en una sociedad avanzada, quizá no pienses que el hecho de quedarse viuda en otros lugares del mundo acarrea una serie de consecuencias graves que afectan a su vida y a la de sus hijos...La pérdida de un compañero es devastadora. Para muchas mujeres esa pérdida se acrecienta por una lucha a largo plazo por sus necesidades básicas, sus derechos humanos y su dignidad. Se les puede negar los derechos de herencia sobre el terreno en el que se basaron para su sustento o ser desalojadas de sus hogares, al ser forzadas a matrimonios no deseados o a rituales de viudez traumáticos. Son estigmatizadas de por vida, rechazadas y avergonzadas. Y lo peor es que muchos de estos abusos pasen desapercibidos e incluso se normalicen”.

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En el mundo hay unos 260 millones de mujeres viudas, de las que una de cada diez vive en pobreza extrema. Son invisibles para la sociedad, pues no cuentan absolutamente nada en el mundo de la política y de la economía, y menos aún en el de la Iglesia, en la que únicamente forman parte de la letanía de menesterosos que es preciso socorrer por caridad. No es de extrañar que muchas de ellas, al sentirse muy solas, encuentren consuelo en la iglesia y sean las más asiduas a cualquier celebración litúrgica, aunque para la Iglesia sean menos que nada a pesar de ser las que más engordan la estadística de practicantes. Y, claro está, “mujeres invisibles, problemas invisibles”.

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La pandemia del coronavirus que padecemos ha venido a empeorar la situación de muchas mujeres durante los últimos meses por cebarse en ellas directamente, llevándoselas por delante, o por convertirlas en viudas al golpear a sus maridos o compañeros en situaciones económicas y emocionales muy sensibles.

De todos es sabido que, incluso en nuestro avanzado mundo occidental, el del “bienestar”, las viudas que no tuvieron una vida laboral retribuida quedan muy esquilmadas cuando muere su marido o compañero, el titular de la pensión que sostenía la unidad familiar, mientras que nada de eso ocurre a la inversa. Por otro lado, muchas de ellas, sobre todo si enviudan no siendo muy mayores, tienen que soportar el estigma social de la sospecha si intentan rehacer de alguna manera una vida de pareja.

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Un atisbo de esperanza para la valoración correcta de la mujer, que además podría englobar a muchas viudas, aunque la cosa venga de muy atrás, nos lo recuerda el hecho de que, un día como hoy de 1958, la Iglesia Reformada Neerlandesa extendiera el ministerio eclesial a las mujeres. La ordenación de mujeres en el seno de comunidades evangélicas comenzó en 1815, cuando por primera vez una mujer fue ordenada “pastora” en la Iglesia Bautista. Si algo hay que reconocer a primera vista al mundo evangélico fue el arrojo para sacudirse de sus conciencias el pesado fardo de las normativas canónicas que obedecían a intereses o conveniencias muy circunstanciales de la Iglesia católica. 

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Sin embargo, al parecer han de pasar todavía muchos años para que la iglesia católica, machista hasta la médula a pesar de sus actuales titubeantes gestos de apertura, reconozca la plena condición humana de las mujeres y las trate, en su doctrina y ordenanzas, como seres humanos completos. Sin la mejor duda, la sociedad, incluso siendo sumamente perezosa para emprender los cambios necesarios, va muy por delante del cristianismo, también del “cristianismo evangélico”, en una carrera entablada en pos del sentido común, mientras vemos que la Iglesia católica sigue todavía muy rezagada. ¡Peor para ella! Aquí sí que se ve claro lo de que “todo pecado lleva implícita la penitencia”, pues en la iglesia de Jesucristo hay dos fuerzas claras, la del Espíritu y la que viene de la carne misma, la carne sacramental en la que se encarna la divinidad, carne que es igualmente básica y valiosa en el hombre que en la mujer. Desde luego, en la Iglesia ha habido santas y doctoras que han tenido alguna influencia y trascendencia, pero ninguna de ellas ha podido desplegar su fuerza en el ámbito de la "institución", que es, en última instancia, de la que depende que las cosas vayan bien o mal, de que la Iglesia misma florezca o se agoste.

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Recordemos, de paso, que un día como hoy de 1908 el gobierno español aprobó la “ley de represión de la usura”. La usura ha sido uno de los más funestos abusos que los ricos y los poderosos han cometido con los pobres. ¡Cuántos ricos han engordado sus haciendas con los despojos de los pobres!

¡Qué tendrá el dinero que copa todo el horizonte para que muchos hombres, incluidos muchos eclesiásticos, no vean en él nada más! El Evangelio cristiano lo deja claro cuando lo cataloga como un dios cuya insaciabilidad ejerce la más cruda y fuerte de las tiranías. A lo largo de mi vida he sabido de pequeños préstamos al 25% que no podían resolverse más que con el despojo del minúsculo patrimonio del desgraciado deudor, práctica con la que muchos se alzaron con todo tipo de propiedades ajenas.

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La ley contra la usura reprime las “condiciones leoninas”  al establecer que “será nulo todo contrato de préstamo en que se estipule un interés notablemente superior al normal del dinero y manifiestamente desproporcionado con las circunstancias del caso o en condiciones tales que resulte aquel leonino, habiendo motivos para estimar que ha sido aceptado por el prestatario a causa de su situación angustiosa, de su inexperiencia o de lo limitado de sus facultades mentales”. En el mundo de las finanzas siguen imponiéndose todavía muchas condiciones leoninas. Desde luego, la situación angustiosa de algunos les ha llevado a confiar en quienes, al prestarles algunos dineros, no pretendían cobrar el interés fijado sino apropiarse de su casita o de su terrenito.

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Concluyamos hoy nuestro desayuno reuniendo las cosas que esta noche deberemos quemar en la “hoguera de san Juan”. No habrá este año por culpa de la pandemia una hermosa hoguera aquí mismo, delante de mi casa, en la abarrotada plaza del ayuntamiento de Mieres, para quemar en ella papelitos en los que se detalla todo lo que entorpece o dificulta nuestra vida o se confían al “dios fuego” nuestros mejores deseos, pero sí que lo podremos hacer de forma virtual. Es esta una noche mágica, como la del 31 de diciembre, para repasar lo acontecido y recabar sabiduría y fuerzas para encauzar lo todavía por acontecer, para repudiar lo malo vivido y hacer buenos propósitos. ¡Hermosa noche, de hermosa liturgia, en la que otros años he visto desfilar a niños delante de mi casa para arrojar ilusionados ala hoguera de san Juan el certificado de lo malos que han sido en el cole y en casa, junto con sus candorosas promesas de enmendarse y comportarse bien!

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Que la “Navidad de Juan el Bautista”, situada estratégicamente justo seis meses antes de la del Salvador, confiera hoy a nuestra vida de cristianos un hálito de seriedad, sentido común y austeridad. Teniendo a Juan el Bautista delante, nuestra querida Iglesia tendrá que quemar esta noche muchísimas cosas, la ingente cantidad de ornamentos y bagatelas que, pretendiendo embellecerla, realmente la afean. ¡Que el lector haga el listado según su propio criterio y sentir! Y, desde luego, que el fuego purificador de esta noche prenda también en nuestro propio cuerpo y, sobre todo, en nuestro interior, quiero decir en la cartera que tenemos por corazón, para que vivamos como cristianos la única realidad que nos constituye como tales, la de partir y compartir (eucaristía) nuestras propias vidas.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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