Acción de gracias - 1 Acción de gracias

“No ceso de dar gracias por vosotros” (san Pablo a los Efesios)

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Iniciamos hoy una nueva andadura en este blog bajo el paraguas de la “acción de gracias”. No podíamos encontrar mejor apoyo que la confesión de Pablo a los Efesios que hemos elegido como subtítulo y que recoge la segunda lectura de la liturgia de hoy. Su argumentación no puede ser más clara y sólida: en Jesús Dios les ha hecho “hijos adoptivos” y ese es un motivo fundado para dar gracias. La liturgia entera de este domingo abunda en ese sentir: para el autor del Libro del Eclesiástico (primera lectura), la Sabiduría tiene una personalidad propia que penetra toda realidad, sea divina o humana, pues, siendo Dios, habita en Jacob e Israel es su heredad. Más directo y contundente es el inicio mismo del Evangelio de san Juan al identificarla con el Verbo que se encarna en Jesús, de quien recibimos gracia tras gracia. Ser cristiano resulta, a la postre, una gran fortuna que se nos ofrece gratuitamente y por la que no podemos menos de estar siempre agradecidos.

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Volviendo todavía una mirada dolorida a 2020 como un largo período de calamidades, deberíamos pensar que nos falta perspectiva para afirmar, como tantas veces hemos hecho, que ha sido “el año más horrible” de nuestra existencia, pues, por no fijarnos más que en la catástrofe vírica, todavía no sabemos si pasará a la historia como el año del coronavirus o el de la vacuna que ha comenzado a inmunizarnos contra él, si como el año de la pandemia causada por la covid-19 o el de la defensa frente a ella, además de otras muchas cosas también positivas, como la de ser el año de la conciencia generalizada de la fraternidad universal o de la dedicación gratuita a nuestros semejantes, con prioridad para los más vulnerables. Por otro lado, no es poco que a lo largo de 2020 hayamos comenzado a valorar mucho más la vida y a tener conciencia de que algunas nimiedades, que no son más que pequeños caprichos o placeres, pueden resultar mortales para algunos de ellos. Y, si de muertes hablamos, al llanto y a la desolación por la inconsolable desaparición de muchos seres queridos bien podríamos añadir una sentida acción de gracias por la vida de cuantos, yéndose de nuestros brazos, hemos sepultado en el corazón. En este blog ya hemos dicho más de una vez que la mejor sepultura para nuestros seres queridos es nuestro propio corazón.

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Frente a esa mirada dolorida, pero agradecida, por un tiempo que hemos vivido en medio de tantas dificultades, nace ahora la que confiadamente dirigimos al año que acaba de comenzar con la esperanza de que ponga fin a nuestro tormento y nos dé la sabiduría necesaria para “vivir” sus días, que no es lo mismo que ir “matando el tiempo”, mucho más pendientes de los que nos rodean y de sus necesidades. El dolor compartido nos hace mejores y esa es, indudablemente, una esperanza fundada que depositamos confiados en el nuevo año. Confiemos en que, tras lo vivido estos meses, cuando termine el año recién comenzado encontremos motivos suficientes para dar gracias por sus días y evitar que nos invada la horrorosa sensación de manos vacías y corazones apagados que ahora tenemos.

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De suyo, la gratitud es una mina inagotable de bienes, un gran tesoro, oro molido. Ahondando hasta las profundidades propias de la fe, la gratitud debe ser el eco, reproducido con fuerza, de la voz o gracia con que Dios nos crea, nos traza el camino de retorno y prepara la meta. La acción de gracias es, por tanto, el lenguaje humano que mejor entiende Dios y que más grato le resulta. De hecho, la oración cristiana, que debe ser el aire que respiramos los cristianos, nunca debería ser una retahíla de peticiones de todo lo habido y por haber, como si fuéramos huérfanos pordioseros, sino una sencilla y llana acción de gracias por lo mucho que cada día se nos regala. La cara apropiada para mirar a Dios de frente debe ser siempre la de una sonrisa agradecida, aunque los ojos chorreen lágrimas.

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También en la corta distancia, en las relaciones entre nosotros mismos, la gratitud es una hermosa perla que adorna nuestra personalidad. La sabiduría popular ha recogido su potencialidad en frases que enuncian verdades incontrovertibles, tales como: “la gratitud en silencio no sirve a nadie”; “el que da, se olvida, y el que recibe, debe recordar”; “ser agradecido te honra”; “la gratitud es la memoria del corazón y una flor que brota del alma”; “la gratitud está emparentada con todas las virtudes” y “si la única oración posible fuera la de dar gracias, ella sería suficiente”. Son frases que no necesitan glosa alguna por ser tan diáfanas e ir tan directamente al grano.

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Por lo que se refiere más particularmente a los cristianos, no deberíamos perder de vista nunca que la “acción de gracias” era una constante en la oración frecuente de Jesús. Los Evangelios mencionan muchos de los lugares a los que Jesús se retiraba a orar. Su misión se alimentaba de un continuo diálogo con el Padre a quien repetidamente daba gracias por todo pensamiento, sentimiento y acontecimiento. Lo vemos, por ejemplo, en la multiplicación de los panes, en la resurrección de Lázaro y hasta en el momento crucial de afrontar su implacable destino en Getsemaní. “Eucaristía”, el sacramento esencial que hace la Iglesia y que es en sí mismo la Iglesia, es, por etimología y significado, la gran “acción de gracias” de los cristianos, de tal manera que podríamos concebir el cristianismo como un camino de retorno a Dios con la única tarea de mostrarse agradecidos.

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También la mayoría de nosotros tenemos esa palabra en la punta de los labios muchas veces al día y de hecho la pronunciamos con frecuencia por pequeñas cosas o aptitudes que nos favorecen de alguna manera. La gratitud es como un hermoso espejo, mágico y ennoblecedor, que refleja un universo ordenado, no caótico; una vida bien emplazada, no un desastre; un proceder suave y pacificador, no brusco ni agresivo; un alma limpia, no embarrada, y, en resumen, una maravillosa sensación de estar a salvo, no condenados. Subrayemos de lo dicho antes que dar gracias una sola vez es razón suficiente para vivir, para agradar a Dios. Ojalá que los cristianos seamos capaces de afrontar el nuevo año con la palabra “gracias” en los labios, tras haber sido tan acrisolados y modelados a lo largo de la pandemia sufrida y que no ceja en su afán de acorralarnos. Por duro que parezca, de obrar así, seremos capaces de pronunciarla también ante quienes nos humillen o nos reprochen nuestras carencias y nimiedades, con lo que muchas riñas y enfrentamientos se desvanecerán antes de desencadenarse. Ahorraremos así fuerzas que nos vendrán muy bien para la acción fraternal y benefactora que el nuevo año nos pide a gritos. Tras la demolición costumbrista y económica que el coronavirus está llevando a efecto, el cristianismo debe erigirse en una gran fuerza constructiva.

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En este contexto, no está de más recordar que, desde hace ya tiempo, algunos seguidores de este blog nos reunimos virtualmente a las diez de la noche con el único propósito de elevar nuestra mirada al cielo (metáfora) y decir simplemente “gracias”. Es una invitación permanentemente abierta a todo el que quiera sumarse a ella. Solo cuesta un segundo hacerla y es realmente un revulsivo que emplaza la jornada transcurrida y genera mucho sosiego y paz. Dar gracias por el día transcurrido, cualquiera que haya sido su desarrollo, produce la magia de sentir que no ha sido un día perdido. “Gracias” a quien se anime a unirse al grupo. En el período de “rebajas” en que vamos a entrar no hay otra ganga tan hermosa.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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