Puede que la sobrecarga de platos del desayuno de hoy nos lo muestre como un tanto indigesto, pero no es así. La Magdalena nos viene a decir que Jesús se merece un amor incondicional, apasionado, decidido y de total entrega, obedeciendo la sugerencia hecha por el Maestro: “toma tu cruz, ven y sígueme”. Fernando Arrabal irrumpe en este escenario como el despropósito esquizofrénico de la presencia del mal y de todo lo escabroso en nuestras vidas. Y el cerebro humano se erige en árbitro no solo de cómo funciona nuestro organismo, sino también nuestra mente. Si a todo ello añadimos que México, en un gesto humanitario que lo honra, acogió un día como hoy a 500 niños españoles exiliados, y que España, con su flamante Constitución, inició una andadura equilibrada y de sentido común, habremos completado lo que esta mañana promete ser un muy nutritivo y sabroso desayuno.

Efectivamente, hoy celebramos la fiesta de la posiblemente más controvertida santa cristiana, María Magdalena, fiel seguidora de Jesús de Nazaret. Lamentablemente, cuanto sabemos de Jesús nos llega a través de datos y dichos bien cocinados en libros de fe, escritos para transmitir solo lo que los autores y las comunidades primitivas vivían en su ardorosa espera del pronto retorno del Señor. Su vida de predicador itinerante, con todo lo que ello implica de estructura e intendencia, salvo por lo que los libros de fe dejan entrever aquí y allá, es un completo misterio para nosotros y en él debemos emplazar por completo su relación personal con María Magdalena, orillando cuantas imaginaciones morbosas se han atrevido a ponerle carne a ese esqueleto.

A tenor de lo más plausible de esos libros de fe, María Magdalena fue una fidelísima discípula, la más pronta y predispuesta, capaz de aportar una poderosa femineidad a las más duras exigencias de quienes se veían precisados a vivir a prisa el final de los tiempos. Lo poco que podemos saber de ella, a pesar de lo mucho que aparece en los Evangelios, nos la retrata como una mujer atenta, siempre pendiente de Jesús y fiel seguidora de sus prédicas. ¡Qué gran oportunidad perdió la primitiva iglesia cristiana al no darle una importancia similar a la del apóstol Pedro! Pero nunca es tarde si la dicha es buena, es decir, si la Iglesia católica de nuestros días se decide a dar un paso que tantos piden ya a gritos, seguros de que ello equilibraría su estructura institucional y haría mucho más creíble su mensaje de salvación. Nos referimos, claro está, a la incorporación total de la mujer a las estructuras institucionales de la vida cristiana y al testimonio que todo cristiano ha de dar de Jesús. No sé a qué estamos esperando si ya el papa JPII, dirigiéndose a María Magdalena, dijo que ella era “el apóstol de los apóstoles”.

Nunca me ha gustado, a pesar de un ingenio rezongón que sorprende por doquier, lo que he leído de Fernando Arrabal, a quien traemos aquí a colación porque, un día como hoy de 1967, fue detenido bajo la acusación de blasfemia por escribir en una dedicatoria a alguien que le había pedido algo hiriente y escandaloso: “me cago en Dios, en la patria y en todo lo demás”. Su detención y condena no sirvieron más que para darle más fama y trascendencia por lo inapropiado de tomar represalias por algo que, en un momento de exaltación esquizofrénica, había escrito un deslenguado. Creo haber leído que Cela dijo de él, en su defensa, que había escrito esa dedicatoria “dormido”, porque “estaba dormido desde que nació”. De Arrabal se ha dicho que es “un libertario, un hombre que juega, un bufón lleno de contradicciones y también un sabio” y que “el universo Arrabal trasciende a su personaje, nos sitúa ante la condición humana y muestra, a lo largo de toda una vida, cómo la formación de la personalidad es siempre una defensa ante un mundo hostil donde la creatividad emerge para salvarnos".

Sin duda, estamos ante uno de los escritores españoles más prolíficos en campos como la novela, la poesía y el teatro. Ha sido muy premiado y es uno de los autores que más ocupa los teatros. Pero, en última instancia, su lenguaje provocador hasta la ofensa, tan provocador y blasfemo, no es, en mi humilde opinión, más que el afloramiento del mal humor de un niño cabreado consigo mismo por sus propios complejos. La blasfemia, por lo demás, en lo que tiene de expresividad directa, solo ensucia los calzoncillos de quien la hace, y en lo que tiene de metáfora, la boca gorda de quien la pronuncia. En definitiva, la blasfemia no viene a ser más que una rabieta lingüística por no lograr ser quien uno sueña ser. Todas las contradicciones de Arrabal son reflejo del entramado complejo de intereses del convulso mundo en que nos toca vivir, saturado de razones para blasfemar y para alabar a Dios.

El tercer plato fuerte de este desayuno nos lo sirve el hecho de que hoy se celebre el “día mundial del cerebro”, con el objetivo de crear conciencia sobre su potencial, sus riesgos y sus enfermedades. Recordemos, siquiera, que el cerebro consume un 20% de la energía y del oxígeno de todo el organismo; que en una simple partícula suya, casi microscópica, se pueden localizar alrededor de cien mil neuronas; que solo representa el 2% del peso corporal; que el 73 % de su masa es agua; que transporta la información a una velocidad aproximada de 450 kilómetros por hora y, finalmente, que su lado izquierdo se asocia con el análisis, la lógica, las matemáticas, el lenguaje y las secuencias, mientras que el derecho lo hace con la creatividad, la intuición, los sentimientos, la imaginación  y el arte.

El cerebro es, pues, el órgano rector no solo del funcionamiento de todos los demás órganos del cuerpo humano, sino también de nuestra mente. Podemos asegurar que en él está todo lo que somos. De ahí que muchos digan que incluso lo que llamamos “alma” o “espíritu” es cerebral y que, en acabándose la actividad cerebral, se acaba no solo la vida, sino cuanto somos. En cuanto a la vida, la actividad cerebral es lo más determinante, pues la “muerte cerebral” es la definitiva, por más que los ingenios sanitarios puedan mantener funcionando el resto del cuerpo, sobre todo para que no se deterioren los órganos que sirvan para trasplantes. Algo que a la sociedad actual le está costando mucho entender es que el cerebro es el órgano humano que determina incluso la orientación sexual de un individuo, a veces en contradicción con sus propios órganos sexuales.

Los cristianos sabemos, sin embargo, que la muerte no es el final del camino, pues por encima de lo que llamamos vida o alma está nuestra condición de “ser creado por Dios”, condición que jamás puede perderse, pues todo lo que es, en su dimensión divina, no tiene principio ni fin. Ciertamente, todos nacemos y morimos, pero ambas cosas están enraizadas en la eternidad.

Por lo demás, un día como hoy de 1937, México acogió a 500 niños españoles que tuvieron que salir de España por culpa de nuestra infausta guerra civil. Ello dice mucho en favor de México y denuncia crudamente la desventura de España. Ninguna guerra puede ser, de por sí, ni justa ni buena ni oportuna, por muy legítimo que sea defenderse. Y también, un día como hoy algo más tarde, en 1977, se inauguraron las Cortes Constituyentes españolas y el rey Juan Carlos I reconoció la soberanía del pueblo español. Hablamos de dos acontecimientos que provocan nobles sentimientos: el de agradecimiento a la hermana nación de México por su magnánimo gesto de acogida y el de un deseo hondo y sólido para que los españoles nunca abandonemos el camino trazado en la Constitución que surgió de esas Cortes Generales, camino que algunos pretenden hacer intransitable en nuestros días.

Resumiendo, hoy María Magdalena nos indica el camino de Jesús, camino de comprensión y colaboración comunitaria, como también lo es el camino de la Constitución española, mientras Arrabal nos sirve la mierda de la vida humana en bandeja de plata y nos divierte cual bufón superdotado y deslenguado. Afortunadamente, el cerebro está ahí como juez implacable que determina no solo lo que funciona y lo que no, sino también lo que nos conviene y lo que nos daña, mientras gestos de humanidad, como el de México con los niños españoles, alumbran todo el devenir humano.

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