Audaz relectura del cristianismo (53) ¡Arriba el periscopio!

Dando la vuelta al calcetín

Periscopio para mirar el panorama

Tras ocupar este espacio algo más de un año, es momento de rebobinar. Los 52 brochazos que preceden tratan de darle la vuelta a la Iglesia como si de un calcetín viejo o de doble cara se tratara. Este prolijo desarrollo nos arrastra a un cristianismo que, tras las huellas de Jesús, se centra en el hombre para colocarlo como su epicentro. No se trata de preterir o de olvidar a Dios sino de ponerle carne y sangre a su más esplendorosa presencia. Lo único novedoso es la perspectiva, la forma de enfocar y asimilar el mensaje de salvación evangélico. ¡Arriba el periscopio!

Adoradores del Santísimo

El hombre como tarea

¿Tiene mordiente hoy una Iglesia tan centrada en la adoración y el culto divino? ¿Se adora y se rinde realmente culto a Dios centrándose en lo sagrado? El Espíritu, guía y fuerza, parece dirigir su ímpetu hacia el hombre, tan desorientado y roto, de nuestra sociedad. Debemos, por tanto, cambiar el punto de mira de la Iglesia para dirigir el amor debido a Dios al cuerpo llagado de los hombres. En otras palabras, adorar y rendir culto a Dios exige que lo hagamos en el tabernáculo viviente que es cada ser humano. Es en los hombres donde la presencia de Dios se hace palpable. El Evangelio mismo condiciona el valor de la ofrenda al perdón del hermano.

Este radical cambio de perspectiva, dejando de lado la arcaica terminología de los dogmas, inyectará carne y sangre a la fe cristiana para llenarla de servicio a los hombres. No interesa un Gobernador todopoderoso del mundo, un Juez implacable y una Trinidad atrapada en el círculo de entenderse y amarse, como si de un intrincado laberinto intelectual y amoroso se tratara. Interesa solo el Padre del hijo pródigo que somos cada uno de nosotros, el Abba a quien invocaba constantemente Jesús.

Pura necesidad

Servir, servir y servir

En una Iglesia así no hay cabida para el insensato carrerismo eclesiástico, tan denostado por el mismo papa Francisco, sino solo para el servicio. La Iglesia nos exige compartir tiempo, haberes y hasta la vida, como le ocurrió a Jesús de Nazaret. No procede una Iglesia clerical de mandones ni un Derecho Canónico que encorsete incluso la acción iluminadora y vivificadora del Espíritu Santo. Para acomodarse a todas la culturas y formas de vida, debemos predicar un Evangelio libre de ropajes circunstanciales. El despliegue de la fuerza del Evangelio debería asentarse solo sobre una mínima estructura social como soporte de la empresa humana que ello implica. Resumiendo, ser un cristiano de ley exige solo negarse a sí mismo (Mt 16:24)), llamar Abba a Dios y servir a los hermanos. Todo lo demás es circunstancial, prescindible

Demasiada fantasía

Valor y contravalor

El admirable sistema de pensamiento del dominico Chávarri nos abre una hermosa perspectiva para caminar seguros. No somos víctimas involuntarias de una lucha titánica entre el Bien y el Mal, sino seres humanos libres que podemos elegir entre el bien real y el aparente, entre el que nos enriquece (valor) y el que nos deteriora (contravalor).  No hay un Dios necesitado de una caterva de colaboradores para ganar la partida a un General en jefe, muñeco de cartón piedra, que le hace frente con una cuadrilla de diablillos, sino hombres que aciertan en su elección o anteponen el placer y la riqueza a su destino. En el campo del Bien juegan Dios y cuantos reciben su gracia; en el imaginario campo del Mal solo hay vacío existencial y un fugaz reflejo tenue de los tibios comportamientos egoístas.

El “valor” o “bien” y el “contravalor” o “mal” se insertan en la vida de cada cual como beneficioso el primero y perjudicial el segundo. Saberlo llena los pulmones de oxígeno y el espíritu, de optimismo. Somos hijos del Bien. Frente a Dios solo cabe la “nada” monda y lironda, un concepto dialéctico vacío.

Las Bienaventuranzas

Cómo es mi fe

Creo en el cristianismo del mensaje evangélico, recogido en el Padrenuestro que nos comunica con el Dios Abba de Jesús y, por ello, en una fraternidad universal ajustada al programa de las Bienaventuranzas. Todos necesitamos de todos, sea comida, vestido, afecto o compañía. El Dios Abba hace que todos, sin excepción, seamos hermanos. De hecho, en la Eucaristía todos somos comida y comensales.

Que haya un papa con mando absoluto en plaza, elegido por cardenales que dicen ser dóciles herramientas en manos del Espíritu Santo; que ese mando pueda ser compartido o colegiado; que quienes se encarguen de administrar los sacramentos de la gracia sea un ejército de sacerdotes célibes o que lo hagan también hombres casados y mujeres, consagradas o casadas, son cuestiones perentorias, dependientes solo de circunstancias y situaciones sociales variables.

Toda la ley se condensa en el amor a Dios y a nuestros semejantes, siendo lo segundo signo de lo primero. De ahí que la fuerza del Evangelio se centre en la potenciación del mandato de las Bienaventuranzas, cuyo cumplimiento nos faculta para llamar Abba a Dios, y que, para encontrarse con Dios, no haya más posibilidad de hacerlo que a través del hombre. Insisto, la reconciliación fraternal debe preceder a la ofrenda sacrificial.

Tal es la relectura del cristianismo aquí pretendida. Ni el Credo, ni la Jerarquía eclesiástica, ni el Derecho Canónico ni el ritual de los Sacramentos nos hacen cristianos, sino el amor que nos tiene el Dios Abba y nuestro consiguiente comportamiento como hermanos.  

Mil veces me he referido a la Eucaristía como rito central del cristianismo. Pero ella no deja de ser un “esto” (cosa) frente al hombre necesitado que es un “este” (persona), en palabras de Jesús. Resulta incongruente “adorar” al Cristo-sacramento teniendo comportamientos depredadores con el Cristo-viviente, el que se identifica con cada hombre necesitado. Hay gran diferencia entre “esto es mi cuerpo” y “este soy yo”. Es preciso subir el periscopio de las cosas a las personas para contemplar la panorámica de la amorosa obra benefactora de Dios.

Fraternidad efectiva

Conclusión

Ser cristiano exige salir de sí mismo, llamar Abba a Dios y ayudar a los hermanos. Tres hermosos compromisos, muy perfilados en los Evangelios: 1º) Salir de sí mismo: achicar el orgullo para tomar sin renuencias la cruz de la propia vida; 2º) Llamar Abba a Dios: orar como se nos enseña en el Padrenuestro;3º) Ayudar a los hermanos: hacerse Eucaristía, comida, cumpliendo las Bienaventuranzas. Todo lo demás es absolutamente accesorio, secundario.  La mejor morada de Dios es el ser humano, en el que debemos buscar su rostro bonancible, su mirada sonriente y su paternidad protectora.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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