Desayuna conmigo (miércoles, 25.3.20) Ave, María, llena de gracia

Padre nuestro que estás en los cielos

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Dos hermosos acontecimientos se dan cita esta mañana en torno a la mesa de nuestro desayuno. Hoy, cuando faltan exactamente nueve meses para la próxima Navidad, la Iglesia celebra, con mayor o menor repercusión social, la bonita fiesta de la concepción de Jesús, el día de la Virgen de la Encarnación. Sea mito o no la Anunciación del Ángel que los evangelios nos refieren sobre el inicio de la vida de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad entre los hombres mediante la fecundación milagrosa de una virgen por la acción del Espíritu Santo, la tercera de las personas de la Trinidad, tal como ha quedado grabado a fuego en el dogma católico, lo cierto es que el singular personaje que fue Jesús de Nazaret, como cualquier otro ser humano, tuvo que ser concebido en un momento determinado de la historia y que ello convertía no solo en su madre a María, sino también en inicio de una magna “obra de salvación”. Ella es, por tanto, la “llena de gracia”, término que hoy entendemos mejor si la vemos con la perspectiva de la “gratuidad” (solo la gratuidad levantará un muro infranqueable al avance del mortífero coronavirus) que entraña el “he aquí la esclava del Señor”, término este de esclava que no denota sumisión a un tirano, sino colaboración con la voluntad de un Señor que reparte gracia a raudales.

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Haríamos mal en dejarnos embeber hoy por el misterio sin apenas fijarnos en el hecho. Para calibrar bien lo ocurrido, deberíamos recordar el maravilloso momento en que una mujer comunica a su marido, a sus padres, a sus hermanos y demás familiares y amigos que está embarazada. Todo son parabienes y alegrías, abrazos y besos, salvo en los casos en que el hecho rompe una férrea política de control de la natalidad o el embarazo es producto de alguna violación y plantea una solución expeditiva.

Por extraño que pudiera parecerle a algún lector, este es un día apropiado para pensar a fondo en el aborto y en los miles de niños que nunca llegarán a ver la luz. Ya he expresado repetidas veces mi opinión sobre que, en cuanto a abortos se refiere, mejor cien que mil; mucho mejor diez que cien y, desde luego, lo óptimo sería cero. Y, sin embargo, se producen muchos abortos a los que llamamos “naturales” por entender que no dependen de la voluntad de la mujer sino de la evolución del feto en su vientre. La aceptación sosegada y tranquila de esos abortos, que no incomodan a nadie ni nadie cuestiona, me lleva a pensar que tan naturales son los fallos del vientre de la gestante como los que se producen en un cerebro que se cierra en banda a la aceptación de un feto valorado solo como intruso. Todo aborto provocado es un drama cuya valoración ética debe hilar muy fino para no cometer un error de bulto.

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El día de hoy nos invita a celebrar el inicio de un embarazo, el de María, llevado a buen término y, por ello, con una Virgen convertida también en madre nuestra, porque su gestación la hace acreedora a toda la obra de salvación realizada por su hijo. Por ello, “la felicitarán todas las generaciones”, incluida la nuestra, que es lo que hacemos hoy al celebrar su Anunciación.

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Por otro lado, el papa Francisco, atento a la tensión del momento y sensibilizado con quienes padecen una enfermedad tan despiadada y mortífera como la del coronavirus, ha pedido que hoy recemos en todo el mundo un “Padre nuestro” a la hora del “ángelus”, en armonía con la festividad del día. Este debe ser un gran acontecimiento mundial que conciencie con el “danos hoy nuestro pan de cada día” la conciencia de solidaridad universal que está exigiendo el virus de marras. A ese propósito, el papa ha dicho: “Queremos responder a la pandemia del virus con la pandemia de la oración, de la compasión y de la ternura”. La gravedad del momento hace que todos busquemos el abrigo de los mejores brazos que puedan protegernos, los de unos padres que nos consuelen en la tribulación y nos ayuden a salir adelante. Me refiero a los débiles brazos de una mujer, cuya maternidad universal celebramos este día, y a los fornidos de un padre que empuña todos los resortes de la fuerza y del poder para ayudarnos, pero que es sumamente sabio para conducirnos incluso por caminos que no entendemos.

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“Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte” y “Padre nuestro, que estás en los cielos…, líbranos del mal”. Sin duda, habrá quien sonría al poner nuestras vidas en manos diseñadas por nuestra mente y nuestro corazón, como sonríen cuando se hacen rogativas por la lluvia en tiempos de sequía. Están en su derecho de hacerlo, pero nunca alcanzarán a entender y menos a medir la confianza de quienes así procedemos. Cuando menos, rezar como es debido nos crea una gran confianza y nos ayuda a entender el decurso de acontecimientos que siempre ocurren para nuestro bien, aunque a veces se trate de un bien lleno de tensiones y lágrimas.

El día hace memoria de otras efemérides interesantes: hoy celebramos el día internacional de solidaridad con el personal detenido y desaparecido de la ONU para impulsar la adopción de medidas, exigir justicia y reforzar nuestra decisión de proteger a sus funcionarios y al personal de mantenimiento de la paz, pertenezcan a su ámbito o al de organizaciones no gubernamentales o al de la prensa.

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También hoy se celebra el día internacional del recuerdo de las víctimas de la esclavitud y la trata transatlántica de esclavos para homenajear y recordar a aquellos que sufrieron y murieron a manos del brutal sistema de la esclavitud. Su objetivo es generar conciencia sobre los peligros del racismo y los prejuicios que siguen vivos en la actualidad.

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Finalmente, un día como hoy de 1939 era elegido papa el cardenal Pacelli, Pío XII, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento el 9 de octubre de 1958. En estos momentos, algunos están intentando restaurar la envergadura de la personalidad de un gran papa de nuestro tiempo, cuestionada por una supuesta pasividad en la defensa de los judíos que padecieron el holocausto nazi. Que esta simple evocación nuestra sirva ya de homenaje a quien fue, sin duda, un gran papa de la Iglesia católica.

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Dentro solo de unos minutos (escribo esto a las 11.30 horas de hoy) nos sumaremos a la iniciativa de otro gran papa, el papa Francisco, para rezar junto con millones de seres humanos, una oración que haga brotar de nuestras entrañar la advocación de “padre”, dirigida al Dios que dirige nuestras vidas y que es todo en todos nosotros. En sus manos estamos, como lo estuvo María en la Anunciación, y a su voluntad encomendamos nuestro destino en esta hora difícil y en cualquiera otra. Amén.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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