Desayuna conmigo (sábado, 22.8.20) Belleza y espiritualidad agrestes

Altar de los creyentes

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Ayer, una vez cumplidas las obligaciones matinales con este blog, nos tocó hacer un recorrido circular por los contornos del sur del a Sierra de Francia y del norte de Cáceres, a caballo entre la Sierra de Francia salmantina y Las Hurdes extremeñas. Era el primer día que nos amanecía lloviznando. El viaje, de unos 60 kms, nos prometía sensaciones inéditas debido a que las nubes envolventes concentraban nuestra mirada en lo más cercano. Rebasada La Alberca, el Portillo hundía sus casi mil trescientos metros de altura en una niebla densa, justo al comienzo del descenso brusco a las profundidades del valle de Las Batuecas. Despacito y seguros, montaña abajo, fuimos recorriendo las diez curvas en herradura que convierten la carretera en una especie de escalera recostada sobre la montaña. Nos cruzamos con muchos ciclistas, animosos ellos, que, empapados, iban ascendiendo lentamente para adentrarse en la niebla de las alturas. Alcanzada la primera meta, encontré muy cambiados los accesos al Monasterio de san José, con un pequeño parking a un kilómetro de la entrada y un sendero, la mayor parte de madera, con un hermoso merendero y una fuente de agua fresca a mitad del recorrido, junto al riachuelo de Las Batuecas.

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El acceso a la finca del monasterio estaba cerrado. Antes, cuando los coches podían llegar hasta la entrada, siempre lo había encontrado abierto. Llamé a un timbre y una amable voz femenina me informó de que la entrada solo se abría los domingos para los fieles que quisieran acudir al culto en la iglesia del monasterio, pues todo aquel recinto era un lugar de clausura, lugar santo para la oración, al mismo tiempo que me explicaba que el turismo perturbaba la paz necesaria para contemplación a que estaba destinado todo el monasterio. Habíamos hecho el recorrido del parking a la entrada a pie bajo una intensa lluvia. Resignados al no poder franquear la entrada a la finca, en la que otras veces habíamos visto los huertos primorosamente cultivados por los monjes y la iglesia del monasterio, dimos la vuelta. En ese momento, tuve dudas sobre qué lugar era allí más bello y santo, si el enclaustrado o el de sus afueras, y sobre qué favorecía más la oración y la contemplación, si las pareces de las celdas de los monjes o la abrupta y frondosa vegetación boscosa envolvente, que amansaba y acunaba el espíritu. Me vino entonces al recuerdo la claridad con que Jesús había dilucidado esa cuestión en los evangelios.  

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Recalamos un rato en Las Mestas para refrescar, en consonancia con el día, el gaznate y las entretelas del organismo, cuando ya la emoción se había apoderado de la mente y el corazón estaba enardecido. Por allí había pasado Alfonso XIII en su famoso viaje a Las Hurdes en 1922, principio de un muy lento cambio radical de unos valles anclados en la prehistoria y catapultados, en el último tercio del s. XX, a la gloria de un turismo selecto, que se extasía ante la belleza de la naturaleza, siente la presencia hiriente de unos valles palpables y se remonta a tiempos muy antiguos al departir con seres humanos muy primitivos. Ya de niño, en los años cuarenta, me acostumbré a ver hurdanos como jornaleros en mi propia casa, pues en las épocas de más trabajo, sobre todo durante la cava de los viñedos y la vendimia, se desplazaban a los pueblos serranos con sus caballerías. A los niños nos parecían como animales venidos de otro planeta y, crueles como éramos, a veces les hacíamos perrerías. Tras las faenas, los veíamos retornar felices a sus pueblos, distantes unos treinta kilómetros, con sus carteras llenas de perras y sus bestias cargadas con pellejos de vino para el propio consumo.

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En el verano de 1962, cuando estudiaba teología en Salamanca y pasaba el verano en la Peña de Francia, me tocó salir de “viaje misionero” con otro compañero. Al atardecer de un día, tras larga caminata llegamos a Riomalo de Arriba, situado en la parte más honda y escarpada del primer valle de Las Hurdes. Nunca podré olvidar la experiencia. Las cuadras de nuestros animales en la Sierra de Francia, comparadas con las casitas de aquel pequeño núcleo urbano, eran como palacios. El alcalde pedáneo del lugar y su señora nos dejaron a mi compañero y a mí su única estancia, situada encima de la cuadra, y ellos durmieron con el gano en la cuadra. Con la cabeza pegábamos en el techo de aquella reducida estancia matrimonial. Ambos nos vimos forzados a dormir de lado, con los pies colgando, en un jergón lleno de hojas de maíz.  Entendí entonces por qué los hurdanos dormían con toda naturalidad en los pajares de nuestros pueblos cuando se desplazaban a ellos para trabajar como jornaleros

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Ayer comimos en Riomalo de Abajo, un pueblo con mucho atractivo para el turismo, que es cabecera de los hermosísimos meandros de El Melero, en el extremo norte del pantano de Gabriel y Galán. Durante la comida, el cielo cambió por completo su vestimenta: depuesto el gris y desaparecida la lluvia, no tardó en encenderse de colores y llenarse de luminosos algodones caprichosos. Con tal atuendo nos acompañó durante nuestro regreso a Mogarraz, recorrido durante el que atravesamos el pueblo de Sotoserrano y pasamos al lado del de Cepeda. En la base misma del montículo que sirve de torreón a la fortaleza medieval de Miranda del Castañar, salimos de la carretera de Salamanca para serpentear por la ladera hasta nuestro destino, frente a una Sierra de Béjar, vestida ayer con sus mejores galas de luz y color, en lo que podíamos contemplar como un inmenso valle de las Batuecas, lugar santo y propicio para una contemplación mística cuya luminosa belleza agreste se transubstanciaba en sacramento de la celestial.

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Por otro lado, y quizá en connivencia con los sentimientos suscitados por el viaje de ayer, el desayuno de hoy nos trae a la consideración la celebración del “día internacional de conmemoración de las víctimas de actos de violencia motivados por la religión o las creencias”. En la declaración que la ONU hizo de este día en 2019, reconoce que la mejor lucha contra todas las formas de intolerancia y discriminación basadas en la religión o las creencias es el reconocimiento de que “la libertad de religión o de creencias, la libertad de opinión y de expresión, el derecho de reunión pacífica y el derecho de libertad de asociación son interdependientes, están interrelacionados y se refuerzan mutuamente”. Todos esos derechos están contemplados en la Declaración Universal de Derechos Humanos. La ONU denuncia que “se continúan perpetrando actos de intolerancia y violencia basados en la religión o las creencias y que incluso existe cierta focalización contra personas pertenecientes a comunidades y minorías religiosas en todo el mundo. Además, la cantidad y la intensidad de estos incidentes va en aumento, adquiriendo a menudo un carácter criminal y unas pautas repetidas a nivel internacional.

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Antonio Guterres declaró a ese respecto: “hemos visto un aumento en los ataques en contra de las personas por motivos religiosos o por sus creencias. El mundo debe aumentar los esfuerzos para acabar con el antisemitismo, anti islámicos y la persecución de los cristianos y otros grupos religiosas”. Contar con mártires parece una condena inevitable de cuantos profesan alguna religión, sobre todo en el caso de los cristianos, que tenemos como fundamento el martirio que sufrió Jesús, el más valiente reformador de la ley judía al condensarla toda ella en el amor y revestir de misericordia las entrañas del arcano Dios tonante del Sinaí. No hay espacio aquí para detenernos a analizar por qué los caminos de los creyentes pasan muchas veces por altares de inmolación, cosa que puede que ocurra para confirmar aquello de que no hay mayor amor que dar la vida por los que se ama.

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Una pauta constante del quehacer humano parece ser que unos linchen a otros por muy diferentes intereses mezquinos. Y, desde luego, la religión que realmente conecta con Dios, cualquiera que sea la forma de esa religión y de ese Dios, se convierte en un serio obstáculo para la consecución de muchos intereses bastardos. Lo más tremendo del caso se deriva de que algunos, que se dicen creyentes, traten de convencernos de que eliminan a otros creyentes pretendiendo prestarle un servicio a su supuesto Dios, cuando lo que realmente persiguen son ramplones intereses políticos o económicos. A esa categoría de trapaceros pertenecen todos los fundamentalistas que jamás entenderán que Dios, cualquier Dios que se precie, prefiere el perdón al sacrificio.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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