Desayuna conmigo (jueves, 17.9.20) Borrascas y…

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Ciertamente, la meteorología y el tiempo atmosférico hacen posible la tensión o contradicción que se da entre el título y el subtítulo que hemos elegido para enmarcar este desayuno, pues, mientras nos amenazan nubes que cubren los cielos de occidente a oriente, las plantas de nuestras huertas se doblegan deshidratadas y las fuentes claman por su razón de ser. Realmente, estamos necesitando agua, mucha agua, incluso en este reino de la lluvia de antaño que es Asturias, pero luego, como si nos hubiera maldecido una bruja, cuando llueve con ganas, el agua corre rauda pendientes abajo y, siendo como es oro molido, se nos escapa veloz por los cauces de los ríos, como alma que lleva el diablo, sin apenas haber refrescado el ambiente ni aliviado la sed de nuestros campos. ¡Qué gran desgracia es necesitar, tener y dejar escapar!

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Pero no, no es a la climatología a lo que apuntan los titulares de hoy, como fácilmente habrá intuido el lector, sino a la situación social, económica, sanitaria y anímica por la que estamos atravesando en el tiempo de miedos y temores que nos toca vivir. Aunque soy de natural esperanzado e incluso optimista a ultranza por creer que los seres humanos podemos dar de sí mucho más de lo que solemos hacer, lo cierto es que el coronavirus se está convirtiendo, de nuevo, en una terrible borrasca que anega nuestras huertas, nos hunde en la pobreza y se lleva por delante cada día a muchos entre los que bien podríamos estar nosotros mismos, nuestros parientes o nuestros amigos. Ante su sorpresiva primera invasión, cuando nos cogió con las defensas bajas y la mente puesta en otras cosas, solo la sacrificada reacción de los ciudadanos, sostenida por la ejemplar heroicidad del personal sanitario, pudo hacerle frente y confinarlo en sus trincheras. Mi natural optimismo me lleva a pensar que  no fuimos nosotros los confinados, sino que fuimos nosotros los que lograron confinar el virus en sus propias trincheras.

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Pero el maldito bicho del coronavirus se ha rehecho y, tras salir airoso de su reclusión, ha vuelto a invadir nuestro territorio. Como entonces, parece que nuestros dirigentes siguen a uvas y que nosotros, cansados de agazaparnos, ya no estamos por la labor de, cual sacrificados soldados, seguir dando la vida por la patria. ¿Qué va a pasar? Nadie lo sabe, pero los nubarrones oscurecen cada vez más nuestro cielo y nosotros, en plena travesía del Sinaí, tendremos que confiar en que se abran para dejar caer del cielo el poderoso maná de vacunas salvadoras. Es posible que solo así, a estacazos, logremos confinar esta vez el maldito bicho hasta que se pudra del todo en sus trincheras. ¿Lo lograremos? Ojalá, aunque nos cueste sangre, sudor y lágrimas.

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Todo lo que precede viene a cuento no solo de la climatología que nos envuelve, sino también del hecho de celebrar hoy el “día mundial de la seguridad del paciente” en un momento en el que, obviamente, todos somos pacientes. Los objetivos de esta celebración, que fue promovida el año pasado por la Asamblea Mundial de la Salud, apuntan a fomentar la comprensión en torno a la seguridad del paciente, a aumentar la participación pública en la seguridad de la atención de la salud y a promover acciones para mejorar la seguridad y evitar daños a los pacientes. Su razón de ser se cimienta en el principio básico de que la medicina, ante todo, no debe causar ningún daño al paciente.

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Ahora bien, la pandemia que padecemos “ha puesto de manifiesto las enormes dificultades a las que se enfrentan actualmente los trabajadores sanitarios en todo el mundo. El trabajo en entornos estresantes aumenta los riesgos para la seguridad de los trabajadores de la salud, entre ellos, la posibilidad de infectarse y agravar los brotes en los establecimientos sanitarios, el limitado acceso u observancia en el uso del equipo de protección personal y otras medidas de prevención y control de las infecciones y la inducción a errores, que pueden perjudicar tanto a los pacientes como a los trabajadores de la salud. En muchos países, los trabajadores de la salud se enfrentan a un mayor riesgo de infecciones, violencia, accidentes, estigmatización, enfermedad y muerte”. De ahí que este año, en particular, la OMS inste a las partes interesadas a que “defiendan la seguridad de los trabajadores de la salud”. 

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La de enfermar sanando y morir salvando vidas ha sido una sacrificada profesión. Es razonable que los sanitarios hayan recibido muchos aplausos por su heroísmo en el primer ataque en tromba del coronavirus. Pero ahora, para bien de todos, es preciso que su profesión sea salvaguardada como oro en paño. El buen funcionamiento de la sociedad requiere una sanidad competente y segura. Cuando falla la salud, todo se derrumba. Sin médicos, que puedan dar todo de sí en un ambiente de trabajo con garantías, y sin hospitales, que no sean paradójicamente focos de infección, jamás tendremos el grado de salud necesario para una mínima calidad de vida.

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El tema exige que gritemos, una vez más, que es de todo punto necesario que los ciudadanos nos esforcemos por hacer cuanto podamos para obligar al coronavirus a replegarse de nuevo. Es esta una exigencia que los predicadores del evangelio de Jesús, por ejemplo, que son los más obligados a luchar por la vida, deberían estar gritando las veinticuatro horas del día, igual que también deberían hacerlo para afear que millones de seres humanos pasen hambre y carezcan de lo más esencial para vivir. La Iglesia, que es vanguardia en tantos campos relacionados con la humanización, necesita serlo también en este para cumplir como es debido su misión de fraternidad entre los hombres.

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Por otro lado, hoy se celebra también el “día mundial del síndrome de Kleefstra” (SK), “una enfermedad genética que se caracteriza por déficit intelectual, hipotonía infantil, retraso grave en la expresión oral y una apariencia facial distintiva con un espectro de rasgos clínicos adicionales”. Aunque se trata de una enfermedad muy rara, que en España afecta a menos de veinte niños, no deja de dificultar muy seriamente la vida de los afectados y de sus familias. La Federación Española de Enfermedades Raras se suma a esa celebración contribuyendo a la sensibilización de la población y a la difusión de información sobre una patología tan engorrosa para solidarizarse con quienes la sufren.

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En resumen, el día de hoy nos trae aguas de esperanza a quienes tenemos conciencia de estar atravesando un desierto inhóspito. Desde luego, nuestros guías no nos están llevando por los mejores caminos o los menos difíciles, y nosotros mismos, hartos de tantas zozobras y desorientaciones, comenzamos a mostrar signos de cansancio viendo que caminamos en círculo o que estamos atrapados en un laberinto. ¿Habrá que armarse de fuerzas para seguir en pie o derribar tabiques para escapar? El tiempo lo dirá. Por delante tenemos una larga cuaresma de ayunos y austeridades, cosa que, de ser inteligentes, hasta podría resultarnos beneficiosa para la salud. Hoy toca esponjar la tierra que somos para hacerla permeable a la lluvia que los cielos anuncian y confiar en que, durante la próxima primavera, seamos capaces de germinar y producir.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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