A salto de mata – 22 ¿Católicos practicantes?

Una vida al estilo de la de Jesús

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Tengo la impresión de que a gran parte de los que se consideran cristianos de ley les interesan muchísimo más, lamentablemente, los intríngulis de las relaciones de poder e influencia que acontecen en las sedes y en los ministerios eclesiales que plantearse a fondo cómo viven ellos mismos su cristianismo y cuestionarse, con humildad y sinceridad, si realmente son auténticos seguidores de Jesús de Nazaret. En otras palabras, les seduce mucho más la apariencia de grandeza ostentosa, que tanto reluce, que la fidelidad silenciosa a la forma de vida de Jesús, vida anónima de completa entrega a los hermanos. ¿En qué conocerán los hombres de nuestro tiempo que los cristianos somos discípulos de Jesús de Nazaret? Más allá de tantos intereses, ramplones y circunstanciales, esa es la cuestión que deberíamos plantearnos hoy a fondo. En consonancia con ello, los cristianos de hoy deberíamos tener la valentía osada de vivir conforme a las orientaciones que nos llegan claras de Jesús y de responder sin titubeos al requerimiento de “vende cuanto tienes, dalo a los pobres y ven y sígueme”.  En esa dirección, me parece a mí, apuntan los signos de los tiempos que vivimos.

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Dado que los católicos, visto lo que está ocurriendo con la asistencia a nuestros templos, nos catalogamos hoy como “practicantes” y “no practicantes”, deberíamos detenernos a reflexionar sobre las conductas de unos y otros. Solemos incluir entre los “practicantes” únicamente a los que, pretendiendo ser consecuentes con su fe, van a misa los domingos y reciben regularmente los sacramentos. Tales son los hechos a los que parece limitarse una práctica supuestamente consecuente que incluso alardea de fidelidad. Los “no practicantes” son, lógicamente, todos los demás, los cristianos meramente nominales, es decir, aquellos a quienes, tras haber recibido el bautismo y poco más, la fe cristiana solo les sirve como cédula de pertenencia a una determinada clase social. Llegado el caso, los "no practicantes" tal vez se animen a “casarse por la iglesia” por el atractivo del ceremonial religioso de la boda y hasta puede que, ante el duro tránsito a la otra vida, reclamen los “santos óleos” para aminorar y dulcificar en lo posible el drama. Dicho en pocas palabras, los “no practicantes” son todos los que desconectan la fe de su vida y la guardan en una especie de relicario, como si se tratara de un tesoro intelectual.  

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A resultas de lo dicho, en ambos casos reducimos la envergadura y la potencialidad de la forma de vida al estilo de Jesús a una mera formalidad, orquestada sobre una serie de elementos compartimentados: la recitación rutinaria de un listado de verdades reveladas y, de ser "practicantes", el acoplamiento de unos pocos ritos religiosos a nuestra vida social. Dado que por lo general rezamos el Credo como quien oye llover, desconectamos su carga mesiánica de la vida que llevamos y, cuando recibimos los sacramentos, lo hacemos como mero cumplimiento formal de una obligación eclesial.  Da la impresión de que los cristianos, incluso los practicantes, vivimos como si Dios no nos hubiera creado y Jesucristo no nos hubiera redimido. No es de extrañar que los ritos religiosos, incluida la misa, tan arcaicos, repetitivos y cansinos, hayan perdido fuste y no continúen siendo referencia de la vida social cristiana que fueron en otro tiempo. Aparentemente, vivimos en una sociedad que, por alejarse de la endeble praxis cristiana actual, se hunde por completo en la más absoluta indiferencia religiosa. Pero solo “aparentemente”, pues una cosa es la impresión superficial que nos produce la actual práctica religiosa y otra, discernir hasta qué punto las orientaciones y las consignas evangélicas están o no encarnadas en nuestra actual forma de vida. Ello nos lleva a sospechar que hay muchísimos más cristianos que los que se confiesan tales.

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Si creemos de veras que el cristianismo debe ser, ante todo, una forma de vida al estilo de la de Jesús, no podemos estar conformes con que su práctica se ancle a una profesión teórica de la  fe y a ser bautizado y confirmado, a oír misa los domingos, a comulgar al menos una vez al año, a confesarse de tarde en tarde, a casarse por la Iglesia, llegado el caso, o a recibir las órdenes sagradas, y a acondicionar el cuerpo con los sagrados óleos para el triple salto mortal del tiempo a la eternidad. Verdades y sacramentos no son más que realidades instrumentales para la mejora de la forma de vida cristiana que debemos llevar en todo tiempo y situación. Cabe el cristianismo, no hay más praxis posible que la de “vivirlo en plenitud”, a fondo, alimentándose de bienaventuranzas y del amor incondicional a los demás. Es lo que hizo Jesús, que siempre se preocupó de instruir a los ignorantes, de sanar a los enfermos, de dar de comer a los hambrientos, de consolar a los tristes, de descargar de pecado las conciencias humanas, de ejercer primorosamente el papel del buen samaritano y de prestar un servicio abnegado a todos los heridos y desplazados de la vida.

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Mientras todas estas cavilaciones ocupaban mi cabeza, leyendo pausadamente “Los Libros del NT” de Antonio Piñero, me he dado de bruces con los primeros versículos del último capítulo de la “Carta a los Hebreos” (págs. 1283-4). Es una Carta que tuvo gran repercusión en la estructuración del cristianismo tal como ha llegado hasta nosotros. Parece que toda ella no es más que una abigarrada homilía, muy vigorosa, aunque muy repetitiva y algo enrevesada. La exhortación que el predicador hace en los versículos aludidos no ha perdido ni un ápice de actualidad, y más a la hora de proponerse frenar el aparente declive del cristianismo que hoy tanto nos preocupa y hace sufrir, pues en ella se nos ofrecen claves bien perfiladas para reajustar hoy nuestra vida al estilo de la de Jesús.

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Por ello, los reproduzco aquí tal cual, sin glosa especial alguna, para invitar a los seguidores de este blog a tenerlos como referente de lo que realmente somos y a lo que estamos obligados como cristianos. Trato solo de atraer su atención para hacer juntos una lectura provechosa del mensaje evangélico que sea acorde con nuestro tiempo. Dicen así: Consérvese la caridad cristiana. No os olvidéis de la hospitalidad, pues gracias a ella algunos albergaron a ángeles sin saberlo. Recordad a los presos como si estuvierais presos con ellos; y a los maltratados como quienes residen también en un cuerpo. El matrimonio sea honorable en todo y el lecho conyugal, sin mancilla, pues Dios juzgará a fornicadores y adúlteros. Esté la conducta libre de avaricia; estad contentos con lo que tenéis, pues él ha dicho: “no te dejaré ni te abandonaré”, de manera que podemos decir confiadamente: “El Señor es quien me auxilia; no temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?”. Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la palabra de Dios y, considerando el final de sus vidas, imitad su fe. Jesús, el Mesías, es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Carta a los Hebreos, 13, 1-8).

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Si Jesús no cambia y hoy sigue vivo entre nosotros, aunque se oculte tras la cortina de las lágrimas que brotan de tantos ojos humanos, también en nuestro tiempo podemos servirnos de los trazos que de su personalidad y de su vida nos ofrecen los Evangelios para esclarecer el confusionismo que impera en nuestro tiempo, debido por lo general a las muy interesadas lecturas que hoy se hacen de su mensaje. Si curó, curemos; si perdonó, perdonemos; si amó, amemos; si compartió su comida, compartamos la nuestra; si consoló, consolemos; si oró, oremos; si lloró, lloremos; si sufrió, suframos; si murió entregado por completo a la voluntad de su Padre, afrontemos tan duro trance con su misma entereza. Que hoy tenga lugar en Andalucía la explosión popular, religiosa y folclórica, del Rocío y que la celebración litúrgica de Pentecostés nos recuerde que el Espíritu Santo acompañará la vida de la Iglesia hasta el final de los tiempos, son acontecimientos que no solo esclarecen cómo podemos vivir hoy al estilo de la vida de Jesús, sino también nos inyectan la fuerza necesaria para hacerlo. La “Acción católica”, cuyo día se celebra hoy, al emplear una considerable fuerza de voluntariado y de donaciones para socorrer a tantos necesitados sin condición previa alguna nos demuestra que el cristianismo sigue muy vivo en nuestros días fuera de las instituciones eclesiales y de las formalidades litúrgicas.

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