Desayuna conmigo (sábado, 31.10.20) Ciudadanos modélicos y ahorradores

Halloween y el Juicio Final

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Cuando los primeros grupos humanos, que fueron agrandándose poco a poco por crecimiento vegetativo y comunidad de intereses, dejaron de ser cazadores para convertirse en agricultores, se acondicionaron mejor las cuevas y comenzaron a construirse los primitivos techos, que dieron origen después a acomodos más amplios que los puros refugios familiares. Nuestro cerebro y nuestra imaginación nunca han dejado de crecer, el primero para alcanzar la capacidad de que hoy gozamos y la segunda para acomodar a comunidades que eran más ventajosas cuanto más grandes. Así nos fuimos adueñando poco a poco de este planeta nuestro en el que apenas quedan ya tierras por descubrir, ocupar o explotar. Hasta podría decirse que lo hemos parcelado de tal manera que apenas quedan ya espacios sin “registrar”.

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Viene esto a cuento de que hoy celebramos el “día mundial de las ciudades”, entendiendo por tales los grandes asentamientos de población en contraposición a los núcleos más pequeños, esparcidos por todo el territorio y conocidos por ello como “poblaciones rurales” o simplemente “pueblos”. Se trata de una celebración reciente, establecida por la ONU en 2014, que surgió de la iniciativa de darle carácter urbano a todo este mes, el “octubre urbano”, para poner de relieve los desafíos urbanísticos como parte del proyecto de “desarrollo sostenible”. La conveniencia que ya hemos apuntado, en el sentido de que cuanto más grande sea el poblado, mejor para los pobladores, hace que hoy vivan ya en las ciudades casi cinco mil millones de seres humanos, bastante más de la mitad de la población mundial.

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Pero, si bien las ciudades aportan a sus habitantes una oportunidad de desarrollo y se convierten en un hervidero de ideas y en centros de comercio, de cultura, de ciencia y de comunicación, también plantean problemas de desarrollo sostenible, de recursos, de infraestructuras y de contaminación. De ahí la enorme importancia que tiene una buena “planificación urbana” para fomentar la diversidad y la cohesión social entre diferentes clases, culturas, etnias y religiones. Necesitamos no solo ciudades que faciliten los movimientos de sus habitantes, su desarrollo interno, sino también que estén preparadas para resistir los posibles desastres naturales y hasta pandemias como la que estamos padeciendo, que ha venido a sacar a la luz que muchas viviendas son una auténtica cárcel cuando uno se ve obligado a permanecer confinado en ellas un largo período de tiempo. Si el año pasado se perseguía con esta celebración planificar “ciudades inteligentes”, este debemos poner el acento en algo más básico, en que sean, sobre todo, “ciudades saludables”, pues no son pocos los que en ellas se ven sometidos a estrés y problemas mentales por razón del largo confinamiento sufrido.

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Tras haber hecho grandes esfuerzos frente al primer envite del coronavirus para comportarnos como ciudadanos modélicos, aquella buena conducta que pronto hemos olvidado, la mañana nos pide que seamos, además, “ahorradores”, por más que uno pueda cuestionarse qué se puede ahorrar en los tiempos de miseria que nos toca vivir. De cualquier modo, hoy se celebra también el “día mundial del ahorro” como comportamiento racional que aconseja no vivir por encima de las posibilidades y, en la medida de lo posible, reservar algo de lo que se gana para hacer frente a futuras compras o a posibles eventualidades problemáticas de la vida. Claro que, en el fomento del ahorro, entran en liza las entidades financieras más depredadoras conocidas, como fueron las Cajas de Ahorro españolas, la mayor parte de las cuales se convirtieron en recintos de divertido juego de consumo para políticos desaprensivos y manirrotos.

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Siendo muy duro ganar y muy divertido gastar, ni que decir tiene que lo apetecible es vivir por encima de las posibilidades, aunque ello exija endeudarse. ¡Es tan placentero que de golpe te llenen las manos de billetes! Y, si bien el particular se anda con tiento porque sabe que el dinero cuesta caro y que las deudas se pagan, de nuevo los políticos nos salen al paso libres de tales preocupaciones al escudarse en que “el que venga detrás, que arree”, aunque su abuso esclavice financieramente a sus propios hijos y hasta a sus nietos. De ahí la insensatez supina y la depredación sin nombre de toda deuda pública que no tenga como destino la inversión productiva y el enriquecimiento de los ciudadanos. Quedémonos, no obstante, con la máxima de “ahorrar para vivir, no vivir para ahorrar”, sobre todo cuando, como ocurre con frecuencia, ese ahorro nuestro no servirá más que para alimentar carroñeros.

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Poderoso “Halloween”, la “noche de santos” anglosajona que hoy irrumpe con fuerza en nuestras vidas, “noche de difuntos” que nosotros celebramos tradicionalmente el día de Todos los Santos, mañana. El mundo de los muertos es inagotable a la hora de poner a trabajar juntos la imaginación y el miedo, sobre todo si los embriagamos con una buena dosis de humor socarrón o incluso les sacamos partido con el interesado juego del “truco o trato”. La intriga y el reto de saber qué hay más allá es tan grande que concienzudos pensadores han llenado su espacio dibujando en él horrorosos infiernos de cuerpos turrándose sin ni siquiera poder refrescar la lengua con una sola gota de agua o con cielos poblados por bobos que contemplan embelesados las nubes. A la vista está que el miedo y la imaginación son libres y que, por mucho que la disfracemos, la muerte nos inquieta y escuece.

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De ahí que todos los pueblos le rindan culto de alguna manera y celebren su presencia diaria en nuestras vidas dedicándole una noche o varios días, según lugares. Imposible reflejar aquí la riqueza de tantas celebraciones, sobre todo cuando son tan densas como la mexicana, que ha merecido que la UNESCO la haya declarado, en 2008, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. El lector me permitirá, sin embargo, que aluda a la preciosa y muy emotiva celebración de la “Noche de Almas Blancas” que, desde hace algunos años viene celebrándose en mi pueblo, en Mogarraz (Salamanca), cuyas calles, callejas y rincones se llenan de miles de velones encendidos para ambientar los cánticos y rezos de cuantos afortunados lo recorren en procesión, acompañados por el tañido de dolor con que, por momentos, las campanas de la torre se suman a la celebración. ¡Sublime! Tras ese permiso, que le agradezco de veras, todavía le pido que me excuse el atrevimiento de haber ilustrado cada uno de los párrafos de esta entrada con una fotografía de ese emotivo acontecimiento.

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Nada tiene de particular que esta mañana también nos salga al paso tan oportunamente el impresionante fresco del “juicio final” de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina, magnífica obra que terminó de pintar un día como hoy de 1541. Sin duda, es una de las pinturas más fotografiadas del mundo y frente a la que más seres humanos se han extasiado como si se tratara de una ventana al más allá. Sin embargo, toda ella no es más que un formidable esfuerzo de imaginación y derroche de talento artístico para plasmar un misterio que, por ser tal, jamás podrá ser reflejado ni por pinceles ni por ideaciones imaginativas.

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La mayor parte de nosotros vivimos en ciudades, realidad tan rica de por sí que no es de extrañar que muchas veces el paraíso se nos pinte como una “Jerusalén celeste” ricamente engalanada, como si de una novia se tratara. Mientras vivimos, el dinero abundante hace nuestras delicias porque satisface el instinto de poseer como forma gozosa de llenar cavidades. Pero mientras vivimos, los virus, el tiempo y otros deterioros, el menor de los cuales no es ese tremendo juicio final al que dicen que todos seremos sometidos en algún momento de la historia humana, nos salen al paso para hacernos pasar por una muerte tan dura y siempre a contratiempo que lo mejor es, sin duda, aliarse festivamente con ella o mofarse de su crueldad. Los cristianos deberíamos saber, sin embargo, que el gran juicio final al que seremos sometidos no es otro que el hecho de vivir, rematado por una muerte que, de un plumazo, da al traste con todas nuestras veleidades y nos pone firmes. Deberíamos saber que, tras la muerte, solo hay espacio para una esperanza radical que recuperará para nosotros no solo cuanto nosotros mismos hemos sido, sino también cuanto han sido todos los demás y cuanto es Dios mismo.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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