A estas aturas de la historia, son pocos los que pueden tener dudas razonables sobre que la Iglesia ha sido edificada realmente sobre roca, ya que ni los terremotos, tipo pederastia, ni los vendavales, tipo ilustración autónoma o ciencia extralimitada, pueden con ella. Y, refiriéndonos a lo más cercano, tampoco puede con ella el descenso alarmante de los “practicantes” españoles (los que se bautizan, se confiesan alguna vez, van a misa los días preceptuados, se casan por la Iglesia, reciben los últimos sacramentos y, desde luego, celebran en ella sus funerales), pues la Iglesia sigue muy viva en la sociedad española, como inspiración y motor de muchas conductas solidarias.

Es obvio que esa vitalidad no proviene del comportamiento de los dirigentes religiosos españoles, por más que, tras descubrir el papel que juegan en la sociedad los medios de comunicación, copen sus primeras páginas y desde ellas reivindiquen sus funciones y defiendan sus ricos patrimonios. Sus exóticos ropajes, propios de épocas en que pudieron tener algún significado simbólico, hoy más bien parecen carnavalescos, aunque muchos piensen que el hábito hace al monje. Por otro lado, los ritos que practican, cansinos y repetitivos, apenas meten en el ajo a la comunidad cristiana, por más que se hayan hecho muchos esfuerzos para reformar la Liturgia.

No, la actual fuerza y viveza de la Iglesia española no está ni en el clero ni en las ceremonias religiosas, sino en el pueblo español mismo, ese que, por ejemplo, en esta época de pandemia llena las despensas de Cáritas y colabora en la solución de los muy graves problemas que están padeciendo muchísimos ciudadanos. Y seguro que algunos de ellos ni siquiera están bautizados. La verdad es que, en cualquier parte del mundo donde haya amor y se hagan cosas en favor de los hombres sin ánimo de lucro, allí está Jesús y se construye su Iglesia.

Lo que precede viene a cuento de la celebración hoy de la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo, conmemoración del martirio de ambos en Roma, una de las mayores celebraciones religiosas para los cristianos católicos y ortodoxos, fiesta muy propicia para que los dirigentes de unos y otros acerquen posturas al amparo del imparable espíritu ecuménico reinante. Pedro es el cimiento rocoso de una Iglesia que resistirá cuantos vendavales traten de derribarla. Pablo es el armazón o el nervio doctrinal que sostiene su carne y su sangre (aquí utilizados intencionadamente como especies sacramentales), es decir, su Evangelio, si bien ambos se sienten siervos inútiles fortalecidos por un mismo Espíritu, el de Jesús.

Pedro, laboriosamente armado por Jesús, es testigo presencial del mensaje de salvación, y Pablo, animado por su Espíritu, es el vocero que señala el camino y da los primeros pasos con desarrollos doctrinales que sientan las bases para toda la dogmática posterior. El dinamismo y la tensión del mensaje que brota de la crucifixión del Maestro desencadenan conflictos ya en su primera andadura. Aunque sabemos que son conflictos que acompañarán toda la trayectoria eclesial, nos sorprenden y escandalizan en nuestro tiempo. Mal que les pese a muchos, que se tienen por doctos teólogos y que pontifican sobre Dios y su obra con una desenvoltura que asombra, lo obvio es que Jesús no nos ha legado un “cuerpo doctrinal” cerrado y perfecto, sino una forma de vida, un “cuerpo vivo”, que es “pan de vida”, y una “sangre regeneradora”, que es “bebida de salvación”. Se trata de una forma de vida que fluye y palpita también en el corazón de los más humildes y que los convierte, también a ellos, en mensajeros o apóstoles de salvación.

El día nos pone encima de la mesa otras efemérides que nos sirven para adornar la trascendencia que para nuestro tiempo tiene una acertada comprensión de la “autoridad eclesial” de Pedro y de la “doctrina dogmática” de Pablo, sabrosos platos fuertes que deben ser debidamente cocinados en cada época, tal como ellos mismos hicieron en la suya al establecer que el evangelio cristiano debía ser predicado también a los paganos.

Y así, un día como hoy de 1900, se crea en Suecia la “Fundación Nobel” para destinar la fortuna del inventor de la dinamita, Alfred Nobel, a premiar cada año los mejores logros de la física, la química, la fisiología y la literatura. Sin duda, ha sido una iniciativa que incentiva como ninguna otra desarrollos científicos y culturales en beneficio de toda la humanidad. Ser premio Nobel es una de las más altas distinciones que un ser humano puede alcanzar por su trabajo profesional. Digamos de paso que, por haber hecho del amor su leitmotiv, el cristianismo es una de las instituciones que más promueve la excelencia de los comportamientos humanos.

Que hoy se celebre el “día internacional de los Trópicos” atrae nuestra atención sobre el problema permanente de la sostenibilidad de la vida en la Tierra a causa de la explotación abusiva de sus riquezas de todo orden. La zona comprendida entre los trópicos de Cáncer y Capricornio, un 40% de todo el globo terráqueo, “alberga una extraordinaria riqueza: aproximadamente el 80% de la diversidad biológica del planeta y gran parte de su pluralidad lingüística y cultural”. Dada la explotación abusiva de los recursos a que nos arrastra el consumo excesivo de las sociedades occidentales, es preciso insistir en que dicha explotación sea regulada para que no los agote y sea sostenible en el tiempo.

Por otro lado, en el mundo hay aproximadamente cuatro millones de personas que padecen la enfermedad rara del “endurecimiento de la piel”, cuyo deterioro afecta, además de la piel, a algunos órganos internos. La alusión viene a cuento de que hoy se celebra “el día europeo de la esclerodermia” en memoria del pintor Paul Klee, que murió de esa enfermedad en 1940. El lema “de la mano, para un futuro mejor” invita a la colaboración de los no afectados por esa enfermedad para lograr un futuro mejor para los afectados por ella. Que los afectados sean porcentualmente pocos no nos exime de la obligación de atenderlos también a ellos como es debido. 

Y justo es que en esta mesa tengamos hoy un recuerdo especial para Katharine Hepburn, la enérgica e independiente actriz estadounidense, muerta un día como hoy de 2003, que tantos gozos nos ha regalado a través de las grandes y pequeñas pantallas. Fue una primera actriz en Hollywood durante más de sesenta años. Intervino en géneros que iban de la comedia alocada a dramas tomados de importantes novelas. Obtuvo cuatro Óscar a la mejor actriz, todo un récord. El American Film Institute la reconoció en 1999 como la mayor estrella femenina de la historia de Hollywood.

Grandes temas nos han salido hoy al paso: desde las bases mismas del cristianismo, que son los testigos de Jesús, Pedro y Pablo, a las alturas del quehacer humano, que clama por la sostenibilidad de los Trópicos, pasando por la excelencia de los premios Nobel y por el buen hacer de profesionales tan consagrados como la Hepburn. En este día, tras mirarnos en tan hermosos espejos, a los “cristianos de a pie” se nos invita a aportar nuestro propio granito de arena, el precioso diamante que es  el testimonio de una vida ahormada por el Evangelio de un Jesús que, en tiempos de tantas calamidades y necesidades, vive intensamente, por ejemplo, en Cáritas y en el corazón de cuantos pasan por el mundo haciendo el bien sin mirar a quién.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com