Desayuna conmigo (martes, 17.3.20) Constructores de humanidad

Por una sociedad mejor

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Hoy, tercer martes de marzo, se celebra el día mundial del Trabajo Social. La misión que se fija el trabajador social es la mejora de grupos humanos que van de la familia a la comunidad local y a la sociedad en general. Tras detectar los problemas de las distintas comunidades, el trabajador social aprovecha cuantas fuerzas puede para aportar mejoras a las familias, a los vecinos y a los ciudadanos. Su tarea, en la corta y larga distancia, es mejorar el mundo en que vive.

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El lema de la celebración de este año (“Promoviendo la importancia de las relaciones humanas”) pone punto final a las preocupaciones de todo un decenio programático sobre ese tema y abre paso a otro que se fijará en su momento, al tiempo que, por las circunstancias, apunta directamente al corazón de nuestras inquietudes actuales.

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Quedémonos hoy, cuando precisamente nuestras relaciones sociales han sido cortadas de cuajo para frenar lo más posible los contagios por coronavirus, con su decisiva importancia para la calidad de nuestra propia vida. Al vernos enclaustrados estos días en casa, la falta de relaciones sociales tal vez sea lo que más nos cueste. Aun viviendo rodeado de familiares, no poder relacionarnos con las personas con las que lo hacemos habitualmente a lo largo del día es posiblemente la losa más pesada que la actual alarma ha puesto sobre nuestras espaldas. Entre vecinos, tenderos, camareros, repartidores, compañeros de trabajo o de juegos, incluso en los casos de no prodigarnos en este tipo de relaciones, seguro que entramos en contacto con más de cien personas cada día sin contar los conocidos con los que nos cruzamos en la calle y a los que saludamos y preguntamos cómo le van las cosas. Vivir unos cuantos días sin verlos siquiera puede que sea lo que más echemos en falta al estar encerrados en casa. Que los vecinos, asomados a las ventanas de sus patios o de sus fachadas, se pongan a aplaudir a una hora determinada para reconocer la labor de cuantos, con peligro para su propia salud, se están ocupando de pararle los pies al coronavirus o a cantar o incluso a jugar puede que sea una manera de alimentar esas relaciones sociales y de suplir su carencia. Los polivalentes móviles actuales vienen también en nuestro socorro al ponernos el mundo al alcance de la mano. No es de extrañar que echen humo estos días. Al hacer un repaso mental de las personas con las que suelo relacionarme cada día, me salen muchas más de cien. No sería poca cosa que la reclusión de estos días nos ayudara a valorar como es debido esas relaciones.

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Este aislamiento, tan riguroso que exige razones justificadas para salir a la calle, se hace particularmente frustrante en el caso de los duelos, debido a la gran importancia que el acompañamiento de amigos y vecinos tiene para quienes sufren la pérdida de un ser querido.  Ayer mismo padecí semejante frustración, pues murió una señora con cuya familia mantenemos una excelente relación social. En su esquela de defunción, además de que no se informaba sobre ninguna honra o celebración fúnebre, se leía que, “por motivos de seguridad sanitaria, la familia no recibe”. Y, si bien se decía que sería incinerada, ni siquiera se informaba sobre la hora para hacerlo. Miré por curiosidad algunas esquelas mortuorias más de otros fallecidos en mi localidad y en todas me encontré con lo mismo. Todo ello es muy comprensible, dadas las circunstancias, pero ¡qué impotencia y frustración!

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El día de hoy nos ofrece, por lo demás, algunas noticias históricas que, tirando un poco de imaginación, podríamos contaminar o contagiar con el indeseable ocupa que ha venido a cerrar a cal y canto no solo nuestras viviendas, sino también nuestras mentes.

Siguiendo un orden cronológico, el 17 de marzo de 1584 murió Iván “El Terrible”, el primer zar ruso, cuyos logros políticos fueron parejos con sus crueldades, pues no respetó a nadie, ni siquiera a su propio hijo, a quien mató con sus propias manos en un arrebato de ira. ¡Menudo virus de destrucción masiva!

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En este día de 1813, salió de Madrid el rey José Bonaparte, “Pepe Botella”, el hermano mayor de Napoleón. No hay duda de que los insultos de ludópata y borracho se debieron mucho más al hecho de ser un ocupa de España que a su comportamiento. El solo hecho de ser un rey usurpador hace que hoy nos permitamos la libertad de valorarlo como un virus más de los que es preciso liberarse cuanto antes. A veces pienso que Jesús de Nazaret debió de ver a los romanos invasores como un virus agarrado como una lapa al pueblo judío.

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Y, finalmente, un día como hoy de 1992, en Sudáfrica se decidió en referéndum el fin del “apartheid”. Ese sí que podemos decir que fue un virus doloroso y mortífero para la población negra de ese país, cuya desaparición fue un gran alivio para esa nación y para el resto de la humanidad. Nelson Mandela, tras su larga reclusión en la cárcel, se construyó merecidamente una importante personalidad de líder mundial y de mesías de la libertad humana.

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Desayuno importante el de hoy, en el que han venido a acompañarnos en nuestra soledad domiciliaria un montón de pequeños héroes españoles, todos los que están ocupándose de cuantos ya han sido atrapados por el coronavirus, convertidos por la necesidad dramática del momento en auténticos “trabajadores sociales vocacionales”. Hoy es, sin la menor duda, su día y nosotros, tras aplaudirlos, les damos las gracias y nos unimos a su celebración en este día en el que ellos están escribiendo una página gloriosa de la mejor España que podemos soñar y desear.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail-com

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