Audaz relectura del cristianismo (69) Crispación quística

Peleas de gallos

Las dos Españas
La crispación es rasgo sobresaliente de la sociedad española, por lo general, tan convulsa e irritada como apática y plácida. Ahora bien, siendo el nuestro un país de climatología no solo tolerable, sin inviernos gélidos ni veranos tórridos, sino incluso muy agradable, con primaveras deliciosas y otoños de ensueño, y, aunque no rico, con recursos suficientes para llevar una vida sin austeridades sofocantes, uno no ve razones objetivas para que los españoles tengamos que estar tan encabronados y enfrentados.

Jamón ibérico de bellota

Cebollas o jamón de bellota

¿Qué nos ocurre para que en el reciente pasado nos hayamos linchado unos a otros y hoy, olvidadas solo en parte las indescriptibles penalidades de nuestra infausta guerra fratricida, nos enzarcemos en trifulcas verbales que nos tientan a realizar escraches y a repartir mamporros? Parece que no nos encontramos cómodos en un país de ensueño por su benignidad climática y por su forma de entender la vida.  Políticos muy mediocres enzarzaron a nuestros padres en una pelea de exterminio fratricida insensato y políticos no menos mediocres se empeñan hoy en tirar por tierra los frutos de tantos esfuerzos y austeridades. Algo extraño hay en nuestras cabezas al preferir cebollas a jamón ibérico de bellota. 

Cebollas

Es preocupante que en el pasado se haya hablado tanto de dos Españas y que hoy se resucite un lenguaje que certifica tan radical división y envenena las relaciones sociales. Durante largos años de niebla hemos asistido impotentes al espectáculo de unos españoles, orgullosos por vencedores, y de otros, aherrojados al ostracismo por vencidos. La victoria de unos, lejos de ser integradora y generosa, fue apisonadora de exterminio, y la derrota de otros, en vez de aleccionadora, sedimentó ansiedades vengativas. Felizmente superada tan oscura etapa y acometida una transición modélica, valorada incluso como milagrosa, enseguida hemos vuelto a las andadas, a enfrentamientos que, por fortuna, apenas han sobrepasado las palabras.

No se entiende que, en nuestro tiempo, cuando las ideologías fenecen en pro de la mejora de la vida en los ámbitos de la salud y la economía, los españoles nos emperremos en cimentar las dos Españas irreconciliables o nos divirtamos jugando a fragmentar nuestros pueblos para debilitarlos y empobrecerlos. Lo están demostrando las actuales trifulcas políticas entre gobierno y oposición a despecho de atender debidamente sus funciones institucionales. 

democracia

Esencias democráticas

El 15 de septiembre celebraremos el día de la democracia. ¡Ojalá sea un día luminoso! Ambos, gobierno y oposición, son necesarios para la buena marcha de la nación. Urge que su radical enfrentamiento evolucione hacia una fructífera colaboración. Según mis rudimentarias convicciones democráticas de simple ciudadano de a pie, lo propio de un gobierno es administrar la nación, sacándole el mayor provecho común al dinero de un presupuesto al que todos contribuimos con gran sacrificio. A este trasluz, la oposición debe limitarse a denunciar los posibles errores, las equivocaciones y las actuaciones partidistas del gobierno. Esas deberían ser sus únicas bazas para, llegado el momento, esperar que los ciudadanos, votando, rubriquen sus respectivos papeles o los cambien.  

Al parecer, a unos y otros les importa un bledo el bienestar del pueblo a juzgar por las descalificaciones que el gobierno hace de la oposición hasta el punto de negarle capacidad para ser alternativa, mientras que la oposición se empeña en tumbar al gobierno por considerarlo incapaz de ejercer la responsabilidad que le ha confiado el pueblo. Nuestra desgracia es que posiblemente ambos tengan razón en sus mutuas descalificaciones.

Despilfarros políticos

Política problemática y cara

¿Hemos elegido los españoles un gobierno y una oposición para  ejercer una política razonable o convertido nuestra nación en un corral de pelea, en un encarnizado espectáculo circense? A juzgar por lo que en él se dice, nuestro parlamento semeja un circo de triste diversión, valga el oxímoron. Y los ciudadanos, por lo que nos toca, en vez de valorar las ideas y las propuestas programáticas, aplaudimos, cual embobados papanatas, el escaso ingenio y la fingida gallardía que los políticos exhiben en sus ramplonas descalificaciones mutuas.  Nos divierte que un político fajador gane un debate dialéctico quizá solo para chinchar a nuestros propios contertulios oponentes. Pero los tristes espectáculos de tan vulgares bufones nos salen muy caros. Nada tiene de extraño que los españoles no valoremos a nuestros políticos como los mejor posicionados y más capacitados para resolver los problemas comunes, sino como uno más de los grandes problemas que nos afligen.

Urge rectificar perspectivas y adoptar otros procedimientos. La mejor apología de un gobierno es conseguir el mayor nivel de vida de los ciudadanos con el menor costo posible. Gobernar debe resultar siempre rentable. Esa es la clave por la que deberíamos guiarnos al votar. La rentabilidad de un buen gobierno se cifra en la buena administración del presupuesto, y la de una oposición de ley, en la “denuncia” de los desvíos y desmanes del gobierno y en la “madurez” de su condición de alternativa. Lo demás es circo barato, torpe camuflaje de intereses inconfesables o vulgar demagogia para entretener a ciudadanos ociosos.

Si la nación española está crispada y, además de perder nivel de vida, los españoles andamos a la greña, se debe, sobre todo, a una clase política, tan lista como depredadora, que se dedica descaradamente a lo suyo. La tensión que hoy sufre España, salvo la derivada de la inquietud y el esfuerzo propios de la vida, es producto de la falta de conciencia de una clase política mediocre, empeñada en salvaguardar sus propios privilegios y prebendas.

Sabios y santos

Sereno juicio de valor

De emitir un juicio de valor como paciente, la situación política española me decepciona y me hastía, pues el precario gobierno y la fragmentada oposición actuales distan mucho de estar a la altura de los tiempos. Si los políticos españoles pudieran oírme, les pediría que se dediquen solo a gobernar con franqueza, honestidad y acierto. Ello requiere que se olviden de florituras literarias en sus cansinos discursos, tan socorridas solo por diletantes; que no nos castiguen con tantas descalificaciones mutuas y que, además, desmonten la privilegiada casta tras la que se atrincheran.

De no atender tan sabios consejos, más vale que se recluyan en estancias insonorizadas para picotearse y despellejarse a placer, sin que los ciudadanos tengamos que soportar el lamentable espectáculo de sus berrinches y vendettas de adolescentes inmaduros.

Sepan que nos escandalizan sus opulencias en tiempos de austeridad y que es hora de mirar el pasado con ojos críticos para darnos cuenta de que seguir enfrentándonos, tal como hicieron nuestros padres en una guerra fratricida, se debe a que aún no hemos superado una problemática adolescencia política. La condición de católicos que muchos exhibimos con orgullo y convicción, además de ayudarnos a discernir bien las opciones, debería aportarnos un largo plus de sentido común, de coherencia humana y de perdón incondicional.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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