Desayuna conmigo (lunes, 8.6.20) Desazón

Falsificación y terror

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Amarga es la miel que hoy echamos a la leche de nuestro desayuno. El título y el subtítulo así lo anuncian. Muy posiblemente, la vida afloró a la tierra desde el mar, convertido en el vientre materno de todos los vivientes. Y el mar, desde sus más abisales profundidades hasta la mansedumbre del extremo de la acariciadora ola que se filtra suavemente en la arena de la playa, es vital. La “desazón” del título viene de la constatación, mediante los miles de fotografías que difunden los medios de comunicación, del trato que los humanos damos al mar en esta época de consumo desenfrenado. Sea por comodidad, sea por el lucro rápido y fácil, estamos convirtiendo nuestra fuente de vida en un basurero.

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Hoy celebramos el “día mundial de los océanos” bajo el lema de “innovación para un océano sostenible”. Innovación requiere imaginación, esfuerzo e inversión para seguir sirviéndonos del mar sin mancharlo ni matarlo. Ensuciar, como gastar dinero, es muy fácil; limpiar y ganar dinero, muy difícil. Vivimos tiempos de grandes retos, pues es mucho lo que deberemos limpiar si queremos seguir viviendo y, en una época de aguda crisis como esta, también es mucho el esfuerzo que exige salir adelante. Tras el coronavirus y la despreocupación con que hemos vivido en muchas partes del mundo, no será fácil afrontar retos que pondrán necesariamente freno a muchos de nuestros desmanes anteriores.

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Al declarar el 8 de junio “día mundial de los océanos”, la ONU nos recuerda que “la salud del océano está íntimamente ligada a la nuestra”. Los océanos “son los pulmones de nuestro planeta, la mayor parte del oxígeno que respiramos”. Esta celebración pretende “concienciar a la opinión pública sobre las consecuencias que la actividad humana tiene para los océanos y poner en marcha un movimiento mundial ciudadano a favor de ellos; movilizar y unir a la población mundial entorno al objetivo de una gestión sostenible, pues los océanos son una fuente importante de alimentos y medicinas y una parte esencial de la biosfera, y, finalmente, celebrar juntos su belleza, su riqueza y su potencial”.

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Por si la tarea de limpiar los océanos no fuera suficiente, otros inmensos quehaceres, no menos exigentes, nos salen hoy al paso. El primero se deriva de la urgente necesidad de frenar la suma facilidad con que los humanos nos hacemos trampas en el solitario, pues hoy celebramos también “el día mundial de la falsificación”. Es un día que viene celebrándose desde 1988 con el propósito de luchar contra la falsificación, referida a productos manufacturados, y de piratería, referida a la usurpación de la propiedad intelectual mediante reproducción y distribución de ejemplares de producciones intelectuales. Si, refiriéndonos al mar, hablábamos de la contaminación incluso de sus profundidades, en este ámbito hay un inframundo económico que se nutre de falsificaciones de todo tipo.

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El segundo nos la trae a colación un chispazo de la época del terror en Francia, pues, un día como hoy de 1794, el terrible Robespierre inauguraba una nueva religión para la Revolución Francesa a base de dar culto a la razón y a un ser supremo un tanto despistado. No se trataba de implantar la sinrazón del ateísmo, sino de crear una especie de religión laica para contrarrestar el cristianismo a base de rendir culto a “la grandeur” del hombre y a un extraño ser supremo que no interactuaría con el mundo. A tal efecto, se programaron “numerosas fiestas cívicas, destinadas a reunir periódicamente a los ciudadanos y a promover valores abstractos de carácter social, como la amistad, la fraternidad, el género humano, la infancia, la juventud o incluso la desgracia”. Fueron iniciativas que tienen alguna resonancia en los ridículos intentos de algunos de nuestros” ilustrados” políticos cuando no saben qué hacer para desacralizar los bautismos y las primeras comuniones de nuestros niños a fin de convertirlos en celebraciones sociales. El aplanamiento sacro de la Revolución Francesa solo logró mantenerse algún tiempo en el caso de la celebración de la “fiesta de la naturaleza”.

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Por si el avasallamiento del ser humano fuera poco, hoy nos sale al paso George Orwel con la publicación, un día como este de 1949, de su famosa novela “1984”. En ella Orwell nos adelanta, denunciando actitudes represoras y totalitarias, la irrupción de una sociedad, conocida hoy como la “sociedad orweliana”, en la que se manipula la información y se practica una vigilancia total de los ciudadanos, a los que se somete a una fuerte represión política y social. Dado el gran parecido de la "sociedad orwelliana" con la que hoy vivimos, uno podría preguntarse si se trató solo de una certera previsión o de un profetismo inspirado o de un sencillo análisis de lo que ya entonces se estaba cociendo. Puede que las tres cosas.

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Son más los sobresaltos que la efeméride de este día nos ofrece en el pasado: en 1972, el fotógrafo Nick Ut, de la Associated Press, publicó la famosa foto, que dio la vuelta al mundo y fue premiada con  el Pulitzer, de la  niña Phan Thị Kim Phúc quemada por el napalm, corriendo desnuda por una carretera. Y, unos años antes, en 1967, el ejército israelí entraba en Hebrón y en la Tumba de los Patriarcas, desencadenando la “guerra de los seis días”, guerra en la que Israel se anexionó la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este  con la ciudad vieja y los Altos del Golán. La triste realidad es que, aunque se hable de una guerra de seis días, el conflicto lleva camino de convertirse en otra guerra de cien años a juzgar por el ritmo con que se trabaja en la deseada armonía entre los pueblos judío y palestino para su asentamiento en paz en una tierra que es madre de todos ellos.

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En nuestro sobrecargado escenario de desazón, falsificación y terror irrumpe hoy, además, el recuerdo de la muerte de Mahoma, ocurrida un día como hoy del año 632. En la religión musulmana, se considera a Mahoma como el último de los profetas de una larga cadena de mensajeros enviados por Dios al mundo para actualizar su mensaje, entre cuyos predecesores se cuentan Abraham, Moisés y también Jesús de Nazaret. Recuerdo tal evento porque, en el contexto de este desayuno, si bien el islam es profesado por cientos de millones de devotos creyentes que hacen de Alá el centro de sus vidas, el fanatismo de algunos de ellos les ha llevado a concebir y practicar, como si de la voluntad misma de Alá se tratara, el terrorismo más terrible que se pueda imaginar, el terrorismo indiscriminado que practica quien, en su cerrazón, se cree un “mártir”.

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Tal vez el cariz dramático de este desayuno nos haya sido impuesto por la intromisión de un día invernal en el norte o por el miedo de afrontar ya de cara (hoy hemos entrado aquí en la tercera fase), casi a pecho descubierto, los estragos de salud y de economía que el covid-19 nos está causando. Lo cierto es que los humanos somos sucios (oímos bramar al mar de dolor), falsificadores (robamos a mansalva), terroristas (no escuchamos, avasallamos), orwellianos (borregos acomodaticios), guerreros (crueles hasta utilizar el napalm) y fanáticos adoradores de un dios justiciero (mártires de la sinrazón). Desde luego, hoy no es un día propicio para echar las campanas al vuelo, pero no perderemos la esperanza, al menos en este blog, de saber que, a pesar de todo, somos la imagen más nítida del mejor de los dioses imaginables y el más confortable sagrario en el que Dios mismo se complace en habitar.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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