Lo que importa – 65 El Dios de la Alianza
¿Personaje de ficción o simple teologúmeno?

Continuamos hoy con la tarea ya emprendida de presentar a los lectores de este blog el libro de mi buen amigo Baldo: Del Dios de Job al Dios de Auschwitz. El Dios de la Alianza, coprotagonista junto a Job del melodrama que, en última instancia, representa el libro en cuestión, responde al desafío que le plantea un actor secundario, Satán, mercachifle que, ante el final feliz de esta película, tendrá que envainársela. En el capítulo 8 de la obra que estoy comentando, Baldo aborda la cuestión de dónde y cómo actúa el Dios de la Alianza, pues en torno a él —personaje central, caprichoso, arbitrario e impermeable al sufrimiento— gira todo el drama de un Job que se siente profundamente herido por haber sido despojado injustamente de cuanto poseía, y reivindica con vehemencia todo aquello que, siendo muy suyo y habiéndose comportado él con rectitud, le ha sido arrebatado sin motivo alguno.
- La Alianza: entre la ficción teológica y la historia dolorosa

La evidencia histórica, sin embargo, muestra que los acontecimientos siguieron un rumbo muy distinto. Si las catástrofes de todo tipo son atribuidas a Dios, habría que desterrar definitivamente la idea de que Dios salva el cosmos. Así, la supuesta intervención de Yahvé en el curso del universo y su pretendida Alianza con un pueblo concreto no serían sino elaboraciones teológicas de carácter literario-fantástico. Dios no arreglará nada, aunque el arco iris siga apareciendo sobre el firmamento (pág. 145).

De todo ello podría deducirse que, si los hechos de la vida diaria demuestran que Dios no cumple las obligaciones asumidas en el contrato con Israel, solo quedan tres salidas posibles: o Yahvé no existe, o, de existir, o bien es un canalla o un holgazán que no interviene en la historia humana. A esto se añade que solo los ricos y privilegiados fueron quienes históricamente se beneficiaron de los frutos de la creación y, por consiguiente, de dicha Alianza. No debe olvidarse, por tanto, el carácter reaccionario y legitimador del statu quo que adquirió el pacto del Sinaí.
2. La Alianza del Sinaí: un tratado asimétrico

La Alianza del Sinaí constituye un tratado entre desiguales. Tanto Yahvé como el grupo humano elegido se comprometen a cumplir determinados deberes. Sin embargo, solo Dios toma la iniciativa y establece unilateralmente las condiciones del pacto. No se trata de un acuerdo entre iguales ni de un consenso entre libertades equivalentes.
3. El pueblo, siempre interpelado; Dios, siempre ausente

Solo el grupo de fieles es objeto de reproches, amenazas y maldiciones proféticas. El amor a Yahvé se interpreta, en este marco, como lealtad, fidelidad, obediencia, sumisión y servicio exclusivo por parte del pueblo. Pero, como se ha indicado, Yahvé incumple sistemáticamente los compromisos que la teología de la Alianza proclama. Pese a las afirmaciones de la tradición sacerdotal sobre el episodio del Sinaí, no se percibe que el grupo liderado por Moisés fuera elevado en gloria, fama y honor sobre todas las naciones; más bien, sufrió desde la salida de Egipto sucesivos sometimientos, deportaciones y exilios. El pueblo fue tomando conciencia de que Yahvé nunca cumplía sus promesas ni respetaba sus compromisos.
4. El silencio de los profetas ante el fracaso divino

Jamás reconocerán los profetas, sacerdotes o teólogos que las promesas del Dios de la Alianza fueron desmentidas de forma sistemática por los fracasos históricos de Israel. Siempre intentaron mitigar los desengaños del pueblo prometiendo que, en un futuro indefinido, alcanzarían una tierra que manaría leche y miel, como Canaán, que acabó siendo un territorio seco y estéril.
Durante el exilio en Babilonia, irrumpe la voz del gran profeta Deuteroisaías, quien proclama que Yahvé es el único Dios, Soberano de la historia. Su mensaje fue, en lo inmediato, una palabra de consuelo para un pueblo abatido. Pero su entusiasmo, sus promesas y su teología no pasaron de ser humo de pajas: una nueva ficción, tan grandilocuente como irreal.
5.Las metamorfosis interesadas de la Alianza

a)Ante el evidente incumplimiento divino, las sucesivas reinterpretaciones de la Alianza introdujeron nuevos contenidos, definidos por las élites dirigentes de Israel, para intentar sostener el supuesto pacto de Dios con el pueblo que marchaba de Egipto hacia Canaán.
b)Desde sus orígenes en el Sinaí hasta sus adaptaciones posteriores, la Alianza fue modelada por los intereses de los poderosos. Natán, por ejemplo, pone en boca de Dios una promesa dirigida a la dinastía davídica (2 Sam 7, 11), con una clara intención propagandística: legitimar a David como representante divino con autoridad para gobernar y establecer orden. Así se impuso la identificación entre el pueblo de Dios y el Estado monárquico davídico, sin escrúpulo alguno para reajustar el contenido de la Alianza a conveniencia.

La teología deuteronomista replicó el mismo patrón, sobrecargando la Alianza con obligaciones legales impuestas por el estamento sacerdotal. Según esta visión, la obediencia a la ley era la condición necesaria y suficiente para cumplir la Alianza. La interiorización de la Torá en el corazón humano se convirtió, para los profetas, en el elemento constitutivo de una nueva Alianza: una norma ineludible cuya transgresión era castigada internamente.
A la vuelta del exilio, Israel centró su religiosidad en la reconstrucción del templo, donde el culto y el sacrificio adquirieron carácter central como medios para restablecer la relación con Dios. La ley, junto con el culto, se volvió la fuente normativa de la vida religiosa judía. El judaísmo se convirtió en custodio estricto de ambos, gracias al impulso de sacerdotes y profetas. La rigurosa reforma impulsada por Nehemías y Esdras consolidó la exclusión de lo gentil y la depuración étnica del pueblo, dotando a la Alianza de un carácter excluyente.

c)Para el creyente cristiano, la única Alianza auténtica es la que inaugura Jesús de Nazaret. Constituido en Juez, se identifica con el desnudo al que hay que vestir, con el hambriento al que se debe alimentar, con el extranjero que merece acogida, y con el enfermo que espera ser visitado (Mt 25, 35–46). Jesús invita a establecer una Alianza con los marginados, porque es en ellos donde habita realmente su Abba. La Alianza que él propone —y que sella con la entrega total e incondicional de su vida— es la de la absoluta gratuidad de la salvación ofrecida a toda la humanidad. Su única condición: el amor fraterno sin cortapisas ni miramientos.
5. El libro de Job, ¿drama irónico y subversivo?

La mayoría de los críticos sitúan el origen del libro de Job en la época postexílica (siglo VI a.C.). El exilio supuso un fracaso rotundo de la elección divina y de la promesa contenida en la Alianza. De ahí que quepa la posibilidad de que Job sea un drama irónico que diga, en el fondo, lo contrario de lo que expresa formalmente. De confirmarse esta hipótesis, se debería replantear radicalmente el mensaje que tradicionalmente se ha atribuido a este texto bíblico.
Sin embargo, esta interpretación tropieza con un obstáculo insalvable: el "happy end" del relato, especie de beso final entre sus protagonistas reconciliados, que representa la reafirmación más pura del dogma de la retribución divina, en contradicción con la gratuidad total de la salvación que propone Jesús.
6. Concluyendo
Como colofón a esta reflexión, reproduzco el siguiente texto (pp. 169–170), en el que Baldo contempla nuestro presente desde las profundidades atroces de Auschwitz:

Dios no libera nunca directamente de la esclavitud y del despojo. Siempre lo hace a través de intermediarios, como Moisés. Es la fe teologal la que atribuye a Dios esa liberación. Por tanto, aliviar el sufrimiento y remover sus causas es una obligación ineludible para quienes creen en Yahvé. Pero esa teología no está presente en el libro de Job. Tampoco lo está en el relato de los horrores del Holocausto, donde la culpa no fue de Dios —que no pudo evitarlo— sino de quienes lo perpetraron y de los que, mirando hacia otro lado, consintieron con su silencio. Hoy, el hambre de millones, la humillación de razas consideradas inferiores, la discriminación de la mujer —especialmente entre las pobres—, la injusticia social institucionalizada, la alta mortalidad infantil, los desaparecidos, los presos políticos, el sufrimiento de pueblos que luchan por su vida, los exiliados, los refugiados, el terrorismo y las fosas comunes llenas de cadáveres tienen responsables muy concretos. Contra ellos tienen que ir los creyentes, no contra Dios, que no tiene nada que ver con estas horrendas inhumanidades.