Desayuna conmigo (domingo, 29.11.20) Dios rasga los cielos y derrite los montes

Paz para Palestina

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Hoy se inicia el Adviento y, con él, un nuevo año litúrgico que nos retrotrae al Antiguo Testamento, el tiempo de espera de la llegada del Mesías Salvador. Se trata solo de una ficción litúrgica que condensa la andadura cristiana en un año. cuyo inicio es Navidad y cuyo epicentro son los acontecimientos pascuales de la muerte y resurrección de Jesús. Sin embargo, los seguidores de este blog ya me han oído decir muchas veces que todos los días son Navidad, propugnando con ello que cada acontecimiento humano, lo protagonice quien lo protagonice y ocurra donde ocurra, se convierte en carne habitada, en encarnación divina, en Navidad. También ellos saben que, a tenor de lo mucho que ya llevamos escrito sobre el tema, la eucaristía no es solo la estereotipada cena del Señor que se celebra en los templos católicos, sino toda comida en la que realmente se parte y se comparte el pan (léase alimento), cuya hondura nos debe llevar a entender que, junto con Jesús y cual granos de trigo y de uva, todos somos pan, y, por tanto, comida y comensales. Tal amplitud de comprensión y de miras debería fundamentar la más sólida esperanza y la más alborozada alegría que nos aporta a todos una fe cristiana que no es un elenco de creencias, sino un arsenal de vivencias.

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La liturgia de hoy nos presenta un Dios único, sin parangón, que vierte su omnipotencia sobre nosotros rompiendo o rasgando los cielos y allanando o derritiendo los montes para que llegue, hecha papilla y como por autopista sin pendientes ni curvas, a los niños que somos nosotros. Se trata de un Dios que está en perfecta y continua interacción con el hombre, el marchitado follaje que litúrgicamente hoy comienza a revivir un nuevo renacer. San Pablo, por su parte, nos asegura que en Cristo ha sido enriquecido nuestro hablar y nuestro saber y también nuestro ser, pues, yendo tras él, no carecemos de ningún don. Finalmente, el evangelio, lejos de presentarnos lo que parece un señor o espía al acecho para cogernos in fraganti, mano sobre mano y dormidos, nos exhorta a una disposición continuada de recepción de dones que es preciso explotar sin desmayo. En suma, creyendo, somos ricos con riqueza prestada que debe enriquecer a todos, un pueblo de hermanos acuciados por la tarea de hacer crecer la hermandad que nos obliga a salir en auxilio de los más necesitados. En lontananza, pero litúrgicamente cerca, se dibuja ya la silueta de la Navidad, sin que ello sea óbice para vivir a fondo la Navidad que ya es hoy, igual que, también a diario, el cristiano vive los misterios centrales del cristianismo siendo trigo de eucaristía.

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La circunstancia de que hoy sea día 29 de noviembre aporta a nuestra reflexión matinal un tema tan sobresaliente como el de la paz, la misma paz en la tierra de la que hablaba el buen papa Juan y que los ángeles pregonaban en torno al pesebre de Belén. Lo digo porque, un día como hoy de 1947, la ONU estableció que los territorios por los que caminó Jesús e intermitentemente cobijó al pueblo judío y a otros pueblos a través de los siglos deberían ser divididos en dos Estados soberanos, uno judío y otro palestino. Y también porque un día como hoy de 2012, la misma ONU, sesenta y cinco años después de su primera disposición y como un primer pasito titubeante, reconoció a Palestina como Estado observador. Pero la triste realidad es que, en los setenta y tres años transcurridos desde la primera declaración, allí no ha habido más que guerras abiertas, guerrillas o escaramuzas bélicas y terrorismo a mansalva, todo lo cual no ha servido más que para martirizar a ambos pueblos y desestabilizar las relaciones y las economías del mundo entero.

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Los seguidores de este blog saben que, hace unos años, tuve la fortuna de vivir unos meses en Jordania y de visitar Jerusalén. Sin ningún ánimo de cuestionar las legitimidades de Israel a un territorio propio para vivir en él su condición de pueblo soberano, si bien nunca dejaré de poner interrogantes a la fiereza de su exclusivismo étnico, que tanto dolor le ha causado a lo largo de toda su historia, estoy en condiciones de atestiguar el enorme sufrimiento que la prepotencia de Israel ha causado y sigue causando al pueblo palestino. Pude charlar entonces con palestinos de condición pacífica y de mente muy abierta y universal, que aceptarían complacidos la paz y hasta la hermandad con Israel a condición solo de que se les asignara un territorio donde vivir como pueblo soberano y se les indemnizara debidamente por los expolios a que, por guerras o asentamientos, los ha sometido Israel a lo largo de los últimos decenios.

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Creo que, tarde o temprano, la paz ha de venir por ahí a un territorio tan atormentado, en cuyo Gólgota, lamentablemente, sigue estando enarbolada una cruz que chorrea dolor humano. Los palestinos que yo he conocido, algunos de ellos cristianos, lejos de ser furibundos terroristas desalmados, son personas muy normales, sumamente sencillas, hospitalarias y creyentes, y, por lo general, muy sacrificados y pacientes. Uno de ellos me decía un día, poco más o menos, lo siguiente: “Israel tiene poder y armas, pero nosotros tenemos algo que Israel no tiene, tiempo. No nos importa esperar cien o doscientos años, porque sabemos que esta tierra, que fue nuestra, volverá a serlo algún día. Y, además, tenemos hijos, cosa que Israel no tiene”.

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Promoviendo hoy la celebración del “día internacional de la solidaridad con el pueblo palestino”, la ONU urge que sean reconocidos los derechos inalienables de los palestinos, ya proclamados por ella, como el derecho a la independencia, a la soberanía nacional, a regresar a los hogares de los que fueron desplazados y a la restitución de sus bienes.  Yo mismo fui testigo y víctima colateral de la vejación a que fue sometido por los guardianes de la carretera el palestino que nos llevó en taxi de Jerusalén a Belén.  Al efecto de animar la reclamación de tan difícil paz, la ONU organizará pasado mañana, día 1 de diciembre, una exposición virtual, centrada en el muro construido en el territorio palestino ocupado por Israel, ocupación que fue declarada ilegal en 2004 por la Corte Internacional de Justicia.

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La mañana nos pide que dirijamos un momento nuestra mirada a dos personajes excepcionales, muy contrapuestos por su ser y por lo que se espera de cada uno: el primero es un animal, sobresaliente por su condición física, y el otro, un ser humano de atrabiliario cristianismo. Nos referimos, en primer lugar, al jaguar americano, hermoso animal de cuya conservación se celebra hoy el día mundial, y, en segundo lugar, al recalcitrante obispo católico Marcel Lefebvre. Lo del jaguar viene a cuento de que peligra la desaparición de un felino que está en la cúspide de la cadena trófica y es el mayor depredador terrestre de América, el tercero de todo el mundo. Su desaparición, ya consumada en El Salvador y Uruguay, peligra por la caza ilegal y por la pérdida o fragmentación de su hábitat. Lo de Lefebvre viene a cuento de la muerte, un día como hoy de 1905, de un tradicionalista ultramontano, enfrentado abiertamente al concilio Vaticano II y al papa, muerte que debería poner fin a la concepción del cristianismo como cosa redonda y rematada, ya dada del todo y para siempre, para verlo más bien como una preciosa forma de vida que en todo tiempo es ajetreada por el Espíritu para vivificar, no a un puñado de escogidos, sino a todos los hombres, cualesquiera sean sus vestimentas, sus ritos y sus culturas.

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Seguro que el Dios que rasga los cielos y derrite las montañas para acercarse a nosotros sabrá, a través de nuestras investigaciones y contando con nuestros esfuerzos y sacrificios, pararle los pies al coronavirus que nos atormenta. Algunos, yo entre ellos, se atreven a identificar la Navidad con la vacuna que “salvará nuestra vida”. Será una forma muy hermosa de ver cómo, también en esta ocasión y en las circunstancias en que estamos, Dios enjugará nuestras muchas lágrimas. ¡Aleluya!, pues pronto llegará Navidad y pronto habrá vacuna. Confiemos en que esta dulce esperanza, la que hoy, con el inicio del Adviento, comienza a suspirar por la salvación, sea pronto sanación para nosotros y paz definitiva para el pueblo palestino, confiados en que, además, el felino americano salga a flote y en que jamás vuelva a hacerlo el tradicionalismo ultramontano.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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