En su primera acepción, la RAE se refiere a la “dulzura” como “suavidad, placidez y ternura que muestra o expresa una persona o una cosa y que la hace agradable”. Queda así lo dulce ricamente encuadrado como suave, plácido, tierno y agradable, conjunto de bondades que son aplicables a una persona, por ejemplo, a la Virgen María, y también a una cosa, por ejemplo, al nombre de “María” o a un postre rico. A este respecto y en consonancia con la costumbre que tenemos de hacerlo, al concebir el reino de los cielos como un gran banquete celestial y la Iglesia misma como la Cena del Señor, bien cabría incluir a María, su nombre y su persona, en ambos festines gastronómicos como el mejor postre posible y recitar tras ello una hermosa letanía, al igual que la que se adosa al Rosario, con tantas metáforas y ditirambos, desgranando las dulzuras de los postres de nuestra mejor gastronomía.

Sin duda ninguna, el nombre de María, solo o formando parte de uno doble, es uno de los más hermosos para una mujer y, de hecho, son muchos los padres que lo eligen para sus hijas como demuestra el hecho de que más de un millón de mujeres españolas se llamen María, a secas o a compuestas. Parece ser que la festividad de hoy, la de resaltar la dulzura del nombre de María, se inició en Cuenca por allá por el año 1513, remedando tal vez la tradición de la celebración del “dulce nombre de Jesús”. La celebración del dulce nombre de María unos días después de la de la Natividad, como si de un bautizo tradicional nuestro se tratara, cuajó muy bien y poco a poco fue extendiéndose por el resto de España. El salto a la liturgia universal romana lo dio siglo y medio después, en  1683, como festividad de acción de gracias por “el levantamiento del sitio a Viena y la derrota de los turcos por las fuerzas de Juan III Sobieski, rey de Polonia”.

Es curioso que muchas de las advocaciones con que se honra y venera a la Virgen María vayan asociadas no solo a la superación de calamidades, sino también a ayudas directas en las guerras, como si de una heroína militar se tratara, y especialmente a la consecución de la victoria, como en este caso. Y es que puede que no haya nada más dulce para los atribulados seres humanos que superar una calamidad o alcanzar la paz tras una guerra, aunque se salga de ellas arruinado o malherido. Bien mirado, teniendo cabeza para pensar y brazos para trabajar, no hay bien más preciado que el de la paz. Cuando se declara un armisticio o irrumpe la paz en el campo de batalla, la explosión de alegría es tal que hasta los lisiados por la guerra brincan de alegría y descargan a gritos sus tensiones anímicas.

En ese sentido, con la institución de esta fiesta se persigue que “los fieles encomienden a Dios las necesidades de la iglesia y le den gracias por su omnipotente protección y sus innumerables beneficios, en especial los que reciben por las gracias y la mediación de la Virgen María”. Por ello, tal vez la mejor forma de celebrarla hoy sería la de recitar, saboreando cada palabra, un Avemaría o el Magníficat, o, si la recitación de oraciones de devocionario produce alergias, recreándose en la dulzura del postre de la comida de este día, cosa que sugiero con la venia y el perdón de aquellos que, lamentablemente, no solo no tendrán postre en la comida de hoy, sino ni siquiera qué llevarse a la boca.

Lo último nos obliga a zambullirnos en el subtítulo de este desayuno, el del “sur sureño”, pues hoy se celebra, además, el “día de las Naciones Unidas para la cooperación Sur-Sur”, o, dicho de otra manera, para la salvación del Sur por sí mismo, tratando de alcanzar los objetivos del desarrollo sostenible que la ONU ha fijado en su “Agenda 2030”. Esta celebración trata de realzar la importancia de los “acuerdos establecidos por algunos países del Sur, con el fin de contribuir a mejorar y erradicar algunos problemas relacionados con la pobreza, el hambre y las enfermedades en el mundo”. Recordemos que la celebración de este día se debe a la propuesta que, en la década de los años 70, hizo el gobierno argentino durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cooperación Técnica entre los Países en Desarrollo, al presentar su Plan de Acción de Buenos Aires para promover y realizar la cooperación técnica entre los países en desarrollo.

La denominación sur-sur nos recuerda la de norte-sur, con la que se pedía la solidaridad internacional de los países ricos del Norte para que erradicasen generosamente la pobreza endémica de los países del Sur, solidaridad que nunca llegó a alcanzar un mínimo tolerable. Donde he escrito “solidaridad” debería haber puesto “justicia”, pues de todos es bien sabido que unos países han expoliado a otros, práctica depredadora que desgraciadamente todavía no ha desaparecido. A este respecto, recuerdo al buen canónigo brasileño, compañero mío de estudios en Ginebra en 1969, cuando se quejaba de que los EE.UU. se llevaban de Brasil la materia prima para fabricar diez coches y les pagaban con uno. ¡Con un valor añadido como ese uno tiene que hacerse rico a la fuerza!

Sin duda, hoy se está avanzando mucho en el intercambio de experiencias, conocimientos, recursos económicos y humanos entre los pueblos involucrados en tan encomiable tarea, pero queda mucho por hacer en estos momentos en que el conjunto de la humanidad se enfrenta a grandes desafíos e incluso a muy duras y hasta muy crueles batallas en cuanto se refiere a la salud, que siempre y en toda circunstancia es muy costosa, y a lo que parece que será un largo período de decrecimiento económico, es decir, a más pobreza.

Y sin abandonar el sur, recordemos solo que hoy, por ser el segundo sábado de septiembre, se celebran también el “día mundial de la Arepa” y el “día del bienestar  en el Caribe”. El primero, como fiesta gastronómica de unidad entre todos los venezolanos que se han visto obligados a emigrar a otros países por las vicisitudes políticas y sociales de su país. El segundo, con el propósito de detener las epidemias de enfermedades no transmisibles que suelen propagarse en los países de esa zona del mundo, agravadas hoy por la voracidad de la pandemia que en todas partes se padece. Ni que decir tiene que este blog se suma a la fiesta venezolana y desea los mejores éxitos a los objetivos caribeños como agradecimiento a los muchos lectores que en esos lugares tiene.

Sin la menor duda, el nombre de María viene a endulzarnos hoy una jornada en la que afloran por doquier amarguras que aplanan los ánimos. Por ello y como dulce postre de este desayuno, me atrevo a recitar emocionado: “¡ave, María, bonita! Que tu vida haya sido transida por tantas amarguras y que tú hayas cumplido con tanta entereza y entrega tu exigente misión tiene que armarnos de coraje no solo para sacudirnos de encima el pegajoso bicho que nos acosa, sino también para aunar fuerzas a la hora de ponernos a trabajar en serio para ganar, con el sudor de nuestra frente, el dulce pan nuestro de cada día. Amén”.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com