Desayuna conmigo (sábado, 27.6.20) Dura pelea por la vida

Signo de progreso

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La mañana me trae recuerdos y vivencias obligados, pues no en vano mi vida laboral, desde que en el año 1971 me eché a volar sin paracaídas, ha transcurrido, primero, en el seno de varias empresas “pequeñas y medianas”, en las que trabajé doce años, y, después, tras una parada de casi dos años debida a un accidente de coche, veinte años más en una microempresa como autónomo. Que hoy se celebre precisamente el “día de las microempresas y las pequeñas y medianas empresas” reverdece la trayectoria vital que un drástico cambio de rumbo en 1970 propició que se iniciara tarde.

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Frente a políticas populistas de ensoñación económica, para las que parece ser que los billetes crecen en los árboles o se consiguen con solo darle a la manivela de una impresora, es decir, políticas que saben mucho de gastar dinero, pero poco o nada de ganarlo, el coronavirus ha venido a recordarnos que hoy no valen ensoñaciones de ningún tipo, y menos en lo económico. Individuos he conocido que son geniales para gastar dinero, pero son unos auténticos zotes a la hora de ganarlo. La crisis económica que vivimos nos obliga a repensar y frenar tales procedimientos, pues no hay más camino para la salvación o la recuperación que ponerse a trabajar en serio. Ello requiere que se favorezcan las iniciativas de todo tipo y se facilite el nacimiento y el crecimiento de empresas por doquier, desde las micro o individuales, que emplean a dos o tres personas, hasta las macro o multinacionales, que dan juego a muchos miles.

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Según la versión de la Asamblea General de la ONU, cuando el 6 de abril de 2017 designó este día para dedicarlo a ese colectivo, “los pequeños y medianos empresarios poseen su merecido día mundial en reconocimiento a su labor en las economías locales y globales. Estas empresas, que cuentan con un número reducido de trabajadores (generalmente, menos de 250 personas) y un moderado volumen de facturación, son la espina dorsal de la mayoría de las economías del mundo y desempeñan un papel fundamental en los países en desarrollo”. Se trata nada menos que de un 90% de todas las empresas existentes, que dan empleo a casi el 70% de los trabajadores y en las que se genera más del 50% del PIB.

Sin duda, la mayoría de ellas son microempresas en las que el empresario autónomo es al mismo tiempo promotor y motor. Sin su presencia física en el escenario y su trabajo personal la empresa no funcionaría de ningún modo. A él le toca abrir y cerrar la puerta. Desde que inicia la actividad hasta que la concluye por cierre o jubilación, no hay descanso posible para él. Es más, si algún asalariado le falla, sobre sus espaldas recae la suplencia. Hablo de veinte años de experiencia. De su habilidad para comprar negociando los precios de adquisición de la mercadería, de su maestría para organizarse bien, controlando como es debido los gastos, y de su simpatía a la hora de abordar las complejas relaciones con los clientes dependerá la supervivencia de su empresa y que él pueda llevar incluso una vida holgada.

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Cuando alguno de esos tres elementos falla, es decir, cuando se compra mal y a la ligera o no se controlan los gastos o se avasalla a los clientes, la empresa se asfixia y muere. Son muchos los autónomos que fracasan por no tener ni idea sobre uno o más de esos requisitos. Algunos he conocido que, tras escamotear el trabajo, al llegar la noche hacían caja y, con un dinero fresco en las manos, lo dilapidaban en todo o en parte en una juerga como si la empresa no tuviera frentes abiertos. Y así, claro está, no se va a ninguna parte.

Trabajo, trabajo y trabajo. Importa trabajar, sea para otro o para sí mismo. No hay más salida para la vida. Quienes están impedidos para trabajar y los parásitos viven forzosamente del trabajo de los demás. Bien está que lo hagan los primeros, porque para eso somos sociedad y comunidad. Pero que lo hagan los segundos clama al cielo. Y los parásitos, claro está, abundan en todas partes, desde la alta política y el gobierno de la Iglesia a los atechados sindicalistas y a los “trabajadores de baja intensidad”, a los vagos. Afortunadamente, solo el trabajador formal puede entender que el trabajo dignifica y, si es cristiano, saber todavía más: que el trabajo santifica. A fin de cuentas, todos somos jornaleros en la “viña del Señor” y todos hemos recibido algún “talento” que debemos explotar.

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La mañana nos trae también el simpático recuerdo de nuestro inconfundible y personalísimo “seiscientos”, pues fue un día como hoy de 1957 cuando la empresa española Seat lo puso en venta. Se fabricaron en total unos ochocientos mil.El seiscientos fue signo de un gran paso en el progreso de la economía española, cuando los trabajadores se afanaban por cambiar la bicicleta o la moto por su “primer coche”. Cuando en 1973 salió el último, los trabajadores lo adornaron con una famosa pancarta que proclamaba: “Naciste príncipe y mueres rey”. Todavía recuerdo con agrado un maravilloso viaje en los últimos sesenta cuando en él viajamos siete amigos de Madrid a Torremolinos, aunque lo hiciéramos como sardinas en lata. La ilusión de comprarse un seiscientos era entonces motivo sobrado para que muchos trabajadores doblaran o triplicaran su jornada laboral. Mi bautismo como conductor en 1972 lo hice ya con un 127, coche que significaba un paso importante adelante en el camino del progreso.

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Y como tanta bonanza, como la de tener un trabajo y ser propietario de un utilitario, no puede durar sin algún contratiempo, la mañana nos sale al paso nada menos que con un “bombazo” al recordarnos que, un día como hoy de 1960, una acción terrorista se llevó por delante en San Sebastián a la niña Begoña Urroz, de veintidós meses. Sin entrar en la cuestionada autoría de tan cruel fechoría, digamos que esa niña fue la primera víctima de una dolorosa serie que en los años sucesivos habría de llegar casi al millar. ¡Cuánto dolor y lágrimas se han derramado absolutamente para nada, para que una banda de descerebrados consiguiera a base del dolor ajeno algo de dinero y menos de poder! ¡Ojalá que pronto veamos que en España se ha hecho justicia a tan alocado y cruel proceder!

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Más dolor y sorpresa nos causa esta naturaleza nuestra que a algunos de nosotros los condena o los condiciona a vivir sin ver ni oír, amputándoles los sentidos mayores, los de la vista y del oído, y que al mismo tiempo nos sorprende con que, con el solo apoyo de los otros (olfato, tacto y gusto), se puede salir a flote. Lo digo porque también hoy se celebra el “día internacional de la sordoceguera” para conmemorar el nacimiento de Helen Keller, la valerosa mujer que, tras verse así a los dos años, pudo llegar a graduarse en la Universidad. Saber que en el mundo puede haber en torno a un millón de personas sordociegas debería concienciarnos hoy sobre las dificultades a que se enfrentan tales personas para no quejarnos demasiado cuando sufrimos algún ligero deterioro. Alecciona ver lo que consiguen hacer algunas personas con un mínimo de posibilidades.

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Como cristiano, el día me deja la sensación de que el trabajo en la viña del Señor no es fácil, pero sí muy reconfortante. El mundo tal como se nos muestra ahora, con todas sus maravillas y posibilidades, es en gran medida también obra nuestra. Se percibe en él un claro “mano a mano” del hombre con Dios que nos permite sentirnos co-creadores. El empresario emprendedor, el utilitario seiscientos y el sordociego que se abre camino en la vida con su solo tacto son importantes creadores o constructores de nuestras envidiables condiciones actuales de vida. Los otros, los parásitos y los terroristas, son solo “derribos”.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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