Audaz relectura del cristianismo (41) Encrucijada de la pederastia eclesiástica

Retos inaplazables

Es obvio que la cumbre antipederastia de la Iglesia católica, celebrada estos días en Roma, ha conmocionado el mundo. Su impacto y trascendencia van parejos con el dolor profundo que las descarnadas informaciones sobre los abusos sexuales del clero producen en quienes de verdad aman la Iglesia católica. Pero ni el inmenso dolor de muchos fieles, ni el perdón pedido por los jerarcas, ni los golpes de pecho de tantos responsables alivian el drama de quienes, siendo niños o adolescentes, fueron víctimas de los apetitos sexuales de eclesiásticos y se vieron marcados de por vida por horrorosos estigmas. Que el tema haya lanzado un audaz reto a la Iglesia me obliga a detenerme en él esta semana, posponiendo el acercamiento ya emprendido al pensador Chávarri, aunque a más de uno de mis lectores no les pasará desapercibido que la pederastia es un corrosivo contravalor (todos los contravalores lo son) que pudre la dimensión sexual del ser humano.

Hace solo unos días, saliendo al paso de unas declaraciones del papa, recogidas en RD, en las que decía que "los que pasan la vida acusando a la Iglesia son primos del diablo", escribí el siguiente comentario:

“Por lo que me concierne (me refiero al propósito general de mi blog Esperanza Radical), me gustaría distinguir entre acusación y reto, si se prefiere, entre descalificación y relectura. No se puede desear que algo sea más bello y más eficiente si no se lo ama con pasión. Quienes deseamos la descarga del enorme fardo dogmático y moralista de las espaldas de los sacrificados cristianos no lo hacemos porque seamos unos golfos que buscan la molicie y el placer sin medida, orillando una Iglesia empecinada en predicarnos la cruz, el cilicio y el flagelo, sino porque deseamos que la Iglesia sea el efectivo instrumento del mensaje evangélico de salvación que debe ser para los hombres de nuestro tiempo. Si le pedimos a la Iglesia, a sus dirigentes, que aborde de una vez por todas en positivo el tema de la sexualidad humana y que desconecte sus propios ministerios de salvación del sexo (la abolición del celibato para los sacerdotes y la incorporación de las mujeres a todos ellos) es porque vemos que adolece de las enormes fuerzas que todo ello sumaría. La Iglesia católica debe salir de una vez para siempre de las alcobas de los seres humanos para, gateando por la cruz, predicar sin complejos la resurrección. Vivimos en una sociedad demasiado triste para, encima, pretender arrebatarle consuelos legítimos y no aportarle los gozosos aleluyas que arrastran consigo el hecho de vivir y la esperanza de la resurrección. La pederastia, por ejemplo, hiede ya demasiado: ¡cirugía y a otra cosa, mariposa!”.

El trauma de las víctimas

La cirugía a que aludo al final de ese comentario implica acciones contundentes, justo lo que están pidiendo a gritos las víctimas de la pederastia. Afortunadamente, nunca he sido víctima de ningún abuso sexual, pero pude haberlo sido cuando un desvergonzado mozalbete, teniendo yo unos ocho años, desplegó ante mis ojos atónicos la fuerza de su hombría demostrándome que la pilila servía para algo más que para mear. ¡Ridícula hombrada! Aunque a esa edad los críos del pueblo ya estábamos muy despiertos y hasta éramos muy maliciosos, la gesta de aquel imbécil me dejó frío e indiferente.

Tal vez por ello, descubrir la plaga de la pederastia eclesiástica ahora, cuando mi edad multiplica por diez la de entonces, me revuelve las tripas y me encorajina. He hablado de cirugía y no estaría mal que pudiera practicarse sin edulcoraciones metafóricas, pero ni propongo ni deseo que se castre a nadie.

La pederastia es un vicio o una inclinación sexual enfermiza que va muy unida a la autoridad que el pederasta tiene sobre su potencial víctima. A mayor autoridad, mayor gravedad. Desde luego, la gravedad es enorme cuando se produce en el seno familiar, pues es mucho el poder que los familiares, sobre todo los padres, tienen sobre los niños. La gravedad aumenta cuando los pederastas son educadores. Y su paroxismo se alcanza cuando quienes la practican son personas religiosas que dicen actuar y hablar en nombre de Dios. Sin duda, la religión no es el ámbito donde más campea la pederastia, pero es el campo en el que resulta más bochornosa, escandalosa y grave.

Desafíos inaplazables

Desde la recoleta tarima de este blog y aunque sea gritando en el desierto, por si pudiera llegar algún débil eco a oídos de los responsables de cortar por lo sano y de hacer que las aguas desbordadas retornen a sus cauces, con preocupación y dolor expongo a continuación algunos retos que, a mi modesto entender, requieren respuestas y actuaciones inaplazables.

1. Urge que la Iglesia haga una relectura audaz de la sexualidad humana para poner de relieve que es un gran don del Creador no solo como colaboración a su magna obra de transmisión de la vida, sino también como factor determinante para que los seres humanos desarrollen una vida humana equilibrada y gozosa. El gozo sexual es también un gran don divino.

2. Urge igualmente que la Iglesia abra su mente y acepte los modos en que la naturaleza concreta los distintos desarrollos sexuales y los tenga presentes a la hora de administrar, a través de sus rituales sacramentales, el gran tesoro de salvación evangélica de que es portadora.

3. Tras llevar a efecto satisfactoriamente tan necesarias tareas, la Iglesia estará en condiciones de descubrir por sí misma que la imposición del celibato para ejercer el ministerio sacerdotal es una encerrona para algunos de los elegidos que, al claudicar de la manera que sea, se ven forzados a llevar una doble vida nada edificante. También deducirá fácilmente que prohibir el desempeño de sus ministerios a las mujeres la empobrece sobremanera, pues la priva seguramente de las mejores fuerzas de evangelización que hay en su seno. Cuanto más tarde la Iglesia en abolir el celibato obligatorio y en incorporar las mujeres a los distintos ministerios, tanto peor para ella.

4. Desde la serenidad, la elegancia y la alegría que producirá la consecución de los retos anteriores, ni los jerarcas eclesiásticos ni los simples fieles tolerarán de ningún modo las conductas desordenadas en el ámbito sexual, ni las de dentro ni las de fuera de la Iglesia, por su enorme gravedad, por sus traumáticas secuelas y por sus repulsivos escándalos.

4. 1. Los fieles dejarían de ver como normal y justificado el amancebamiento y el puterío de muchos sacerdotes. “¡Demasiado crudo lo tienen esos pobres hombres para satisfacer sus necesidades humanas básicas!”, piensan. El sacerdote, célibe o casado, tiene que ser ejemplar en todos sus comportamientos, especialmente en los relacionados con el sexo.

4.2. La pederastia soterrada, cuyos perniciosos efectos han venido padeciendo no solo las víctimas directas, no se habría producido, al menos en las dimensiones que parece tener, porque los responsables eclesiales, en vez de guarecerse en terrenos de nadie, habrían contado con el instrumental preciso para llevar a efecto una cirugía correctora y sanadora. Aun a riesgo de poner en manos de niños y adolescentes el arma mortífera de las falsas acusaciones para vengarse de algún superior incómodo, todo indicio de pederastia debe ser minuciosamente examinado y todo abuso sexual debe ser perseguido sin componenda alguna. La gravedad y la trascendencia del tema requiere que la Iglesia excluya sin contemplación a los infractores de todo ministerio eclesial y que la sociedad les imponga sin miramientos pesadas cargas para reparar en lo posible los daños causados.

5. Es obvio que la pederastia se está produciendo en todos los ámbitos de la sociedad. Sin necesidad de entrar en estadísticas, a nadie debería resultarle difícil apreciar que la pederastia eclesial, la más grave y escandalosa, no representa más que un mínimo porcentaje de la que realmente se produce en toda la sociedad. Pues bien, la Iglesia católica, por su naturaleza y misión, tras limpiar a fondo su propia casa, debe convertirse en adalid de la limpieza general de la sociedad. Por ello, la acción purificadora de la cumbre de la antipederastia, reunida estos días en Roma, debe extenderse a toda la sociedad. El pecador arrepentido (la Iglesia católica en nuestro caso) debe convertirse, por la fuerza del perdón pedido y del arrepentimiento que este requiere, en redentor de la sociedad entera

Palabras de aliento

Tras la cumbre, los dirigentes eclesiásticos reunidos no deberían salir con las orejas gachas, sino con el espíritu en llamas para proclamar a los cuatro vientos que la vida humana está por encima de cualquier otro objetivo y que la infancia y adolescencia de nuestros niños deben ser protegidas y cultivadas como es debido. 

¡Ojalá que, no tardando mucho, los obispos, los curas, los frailes y las monjas, cuando paseen por nuestras calles, no sean vilipendiados como pederastas reales o potenciales, sino valorados como operarios humildes y sacrificados de un reino de paz y bondad, que es lo que de hecho son la inmensa mayoría de ellos!

¿Falta todavía mucho para que nuestra querida Iglesia deje de ver la sexualidad humana como los tentáculos del demonio pegados a nuestros pobres cuerpos de barro? Ese debería ser, posiblemente, el mayor reto de la cumbre que acaba de celebrarse en Roma: valorar la sexualidad humana como un magnífico don divino para que todos, incluidos los célibes voluntarios, nos comportemos humanamente.

Volver arriba