Desayuna conmigo (viernes, 27.3.20) Escenario de dolor

El aliento divino

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Que hoy celebremos el día internacional del teatro nos monta el escenario de este desayuno nuestro. Se trata de una celebración que se inició el 27 de marzo de 1962, fecha en la que pronunció el primer mensaje característico el poeta, dramaturgo y cineasta francés, Jean Cocteau. En la celebración de este año lo hará el periodista paquistaní, dramaturgo, guionista, director de teatro y televisión y activista de derechos humanos Shahid Mahmood Nadeem. Suyo es lo que sigue:

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“En el mundo de hoy, donde la intolerancia, el odio y la violencia están en aumento y nuestro planeta se está hundiendo cada vez más en una catástrofe climática, necesitamos reponer nuestra fuerza espiritual. Necesitamos luchar contra la apatía, el letargo, el pesimismo, la avaricia y el desprecio por el planeta en el que vivimos. El teatro tiene un papel noble: debe dinamizar y hacer avanzar a la humanidad, ayudarla a levantarse antes de que caiga en un abismo”. Son palabras que bien podrían ser pronunciadas también en el escenario de dolor en el que aparece la humanidad entera llorando la tragedia a que se ven sometidos hoy muchos de sus hijos.

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Sobre este escenario, en este último viernes de Cuaresma antes de que la liturgia reviva los dos grandes viernes del cristianismo, el Viernes de Dolores, con la Virgen como estrella, y el Viernes Santo, con la consumación de la obra salvadora de Jesús, los cristianos asumimos el dolor de toda la humanidad: la soledad de los enfermos en sus camas de hospitales y similares, el sacrificio heroico de cuantos cuidan de ellos y la enervación de tantos niños y mayores recluidos entre los muros y barrotes de sus propios hogares. ¡Menudo ayuno y penitencia que le toca hacer hoy a toda la humanidad!

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El escenario y la imagen que lo ocupa nos dan pie para parar mientes en la fuerza del drama cristiano que es la pasión y muerte del mismo Hijo de Dios. Sin duda alguna, la cruz, que indudablemente es instrumento de martirio crudelísimo, se ha convertido en el estandarte del cristianismo, en signo sacramental del perdón que lo caracteriza. Pero los cristianos haríamos mal en detenernos en ella como para convertirla en meta cuando solo es camino o enseña para que no nos extraviemos cuando caminamos. No debemos, por tanto, pararnos demasiado en ella, como tampoco lo hizo Jesús en su tumba tras haber sido crucificado, limitando su estancia a una cuaresma, a una cuarentena de horas, a los tres días proféticos, incluida la tarde noche de uno y  la madrugada de otro. Cuarenta horas para llorar, seguidas de una eternidad para reír; cuarenta horas de dolor y una eternidad de alegría. El cristianismo es, en la persona de Jesús, resurrección y, en la conducta de sus seguidores debe ser bienaventuranzas.

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Ese cambio de perspectiva, tan esencial y determinante, pues va de la muerte a la resurrección y del dolor a la alegría, es la clave del cristianismo que tratamos de poner de relieve en este blog. Tenemos que despojarnos del hombre viejo que hemos sido, del hombre del cilicio y el flagelo, para presentar ante la sociedad la cara sonriente de la gracia y la esperanza. Si los hombres de nuestro tiempo conocieran de verdad el mensaje que debemos transmitirles los cristianos, lejos de ser reacios a sus consignas y despreciarlo como algo completamente obsoleto, lo buscarían ansiosos, como buscaban los menesterosos a Jesús de Nazaret. Este mundo está necesitando realmente que Jesús de Nazaret vuelva a pasearse por sus calles.

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El día nos sorprende con un hermoso símil que hoy nos sale al paso al reflejar sobre nuestras pantallas la condena por la Inquisición de fray Luis de León, ocurrida un día como hoy de 1572, por el horrendo crimen de atreverse a decir que la Biblia Vulgata contenía errores de traducción: una cruel pena por una bagatela valorada como herejía cuando en realidad solo se trataba de una gracia literaria que reflejaba la sabiduría de un hombre excepcional, de un poeta que confesó que la “poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino”. Y los cristianos sabemos muy bien que donde sopla el aliento divino hay vida.

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Último viernes menor de Cuaresma, viernes de privaciones para tantos españoles recluidos en casa, viernes de dolor para tantos otros postrados en soledad y con sus vidas ancladas a máquinas respiratorias, viernes de sacrificio inmolatorio para tantos que aportan su fenomenal torrente de bondad y gracia, pero viernes, a fin de cuentas, de una primavera en cuyo seno se está gestando una humanidad mejor, más justa y más humana. En este gran teatro del mundo, muchos están desempañando muy bien su papel y, tras la representación, ellos deberán seguir siendo no solo las estrellas, sino también los protagonistas del humano acontecer. Deberíamos recordarlo para discernir mejor en las elecciones que han de venir, cuando, pudiendo decidir, deberíamos fijarnos solo en líderes que sean ejemplares y heroicos como lo son ellos.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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