El gobierno español acaba de poner algunos barrotes más a las puertas y ventanas de nuestra casa, pues a eso equivale, seguramente, la obligación de que muchos trabajadores tengan que quedarse en casa a partir de hoy mismo. Aunque no venga a cuento, me viene a la memoria aquello tan drástico de que, como éramos pocos, parió la abuela. Hemos rebasado ya, con infinita paciencia y ejemplar comportamiento, el primer período de reclusión y, resignados, hemos entrado en el segundo, que todos soñamos con que sea el último, sin saber si tal sueño es solo una ensoñación.

Llevamos ya mucho tiempo así para no sentir el agobio de los espacios angostos, incluso si uno tiene la suerte de vivir en un chalet con espacios abiertos. Los medios sin medios se nutren, ¡y de qué manera!, de las continuas comunicaciones de los políticos y del ingenio de multitud de ciudadanos, ávidos de hacer cosas para comunicarlas a través de las redes a fin de evadirse un rato de los muros de sus viviendas. Sin duda, son muchas las nuevas experiencias gozosas y los descubrimientos de habilidades ingeniosas que gesta la cercanía prolongada entre los miembros de una familia. Pero afrontar tantas horas de reclusión en tan minúsculos espacios provoca inevitables roces y enfrentamientos, a pesar de la buena voluntad que, se supone, todo el mundo está poniendo para hacer fácil lo difícil y llevadera la reclusión y sacarle, si es posible, algo de provecho.

No deberíamos perder de vista esas tensiones que, seguro, muchas veces derivarán en malos tratos psicológicos y puede que hasta físicos. Las circunstancias son propicias para convertir nuestros hogares en cárceles o, lo que es peor, en infiernos reales. Deberíamos prestar más atención, creo yo, a esa deriva, ya que, lamentablemente, solo las desgracias gordas aflorarán a unos medios que tampoco transmiten, para no sobrecargar más los nervios de los ciudadanos, lo que realmente ocurre en los hospitales y en los tanatorios.

Impotente como me siento para aportar algo que pueda aliviar la pesada carga e alguien, pues sigo al pie de la letra lo del confinamiento y no tengo habilidad alguna para confeccionar ningún equipo sanitario, animaré a mis acompañantes en este desayuno a convertir nuestros hogares durante estos largos días en espacios sacrosantos para celebrar en ellos la cercanía fraternal y amistosa que debe existir entre esposos y padres e hijos. No pretendo con ello sugerir que hagamos de nuestros hogares recintos de beatería, montando capillas, encendiendo velas o recitando oraciones con muy dispares intenciones y propósitos. Nada de eso. Apunto solo una idea fecunda, cuya “encarnación” no requiere absolutamente ningún cambio. Es, además, muy oportuna en estos tiempos en que el cristianismo formal echa mano de lo virtual para organizar las misas dominicales y otras prácticas religiosas y que realmente no sabe cómo afrontar la magna celebración de la Semana Santa. La idea o propuesta es muy simple: convirtamos en auténticas eucaristías todas y cada una de las comidas familiares que hacemos al día.  

Digo “auténticas” porque la eucaristía tendría que parecerse mucho más a una cena que el simulacro que celebramos en nuestras misas. Sobre la mesa se pone una comida que todos han ganado, incluso en los casos en que solo sea el padre el que traiga un salario a casa. En cada comida, se parte y se comparte la comida con que cada uno se identifica, pues, como he dicho, es producto del trabajo de todos. Hablando de familias cristianas, la memoria del Señor va de suyo, como la atmósfera que se respira, y el bautismo convierte a todos los comensales en auténticos celebrantes. La idea, que podría apoyar en otros muchos argumentos, es sumamente poderosa no solo para fortalecer la unión de la familia, sino para darle una hermosa proyección de evangelización. Ahí queda para todo el que quiera servirse de ella.

El día nos trae, como si se tratara de una pesada broma en el actual contexto, la celebración del día internacional de las trabajadoras del hogar, las famosas "criadas", hoy más conocidas como "empleadas del hogar". Lo digo porque, de ser esa una actividad que no estuviera prohibida en este tiempo de riguroso confinamiento, contribuiría a agravar los agobios que ello supone. Además, cuando el virus ceda terreno y nos deje en paz, será la suya una profesión en declive, pues la economía de muchos hogares no podrá permitirse lo que hoy se ha convertido en un lujo de familias acomodadas. Fue la de este día internacional una iniciativa tomada en Colombia en 1988 para denunciar la gran discriminación que sufrían las personas que se dedican a esos menesteres, en busca de leyes que las amparasen, de retribuciones dignas y de una protección social adecuada.

Otros acontecimientos ocurridos en un día como este requieren nuestra atención, aunque solo los recodaremos para no extendernos demasiado. Hoy se celebra también el día mundial del trastorno bipolar, esa disfunción de la personalidad que tan pronto sitúa a sus pacientes en el cielo como los hunde en el infierno. Todavía se oye en este blog el eco del suicidio de Virginia Woolf por ese motivo. El trastorno bipolar desencadena episodios serios de manía y depresión, cambios bruscos de temperamento que van de períodos de extrema depresión y desesperanza a otros de exaltación y optimismo injustificados, alternados con períodos más o menos largo de comportamiento normal.

Son muchas las personas a quienes esta disfunción trae por la calle de la amargura. La celebración de este día se debe a otro episodio que hoy también aparece en nuestra agenda: el nacimiento de Vicent Van Gogh un día como hoy de 1853, a quien, como muchas otras cosas de su vida, solo se le diagnosticó después de muerto una posible enfermedad de bipolaridad.  Con este recuerdo queremos dedicarle un homenaje póstumo, al igual que lo fue su reconocimiento y su fama, pues la calidad de su obra monumental, a pesar de haber muerto cuanto tenía 37 años, solo le fue reconocida tras su muerte. En la actualidad, es considerado como uno de los grandes maestros de la historia de la pintura.

Otro hecho relevante, ocurrido en este día, fue la consagración en 1544 como obispo de Chiapas del dominico Bartolomé de las Casas. Los obispos españoles trataron de hacer llegar ayer a los ciudadanos españoles una palabra de ánimo. En este contexto, digamos que Bartolomé de las Casas elevó su voz en defensa de la vida y de la condición humana de los “indios” nativos de América. Cuando solo tenía treinta años, renunció públicamente a los repartimientos y encomiendas de indios que le correspondían y se convirtió en el más acérrimo defensor de los indígenas. Por esa razón, los reyes lo nombraron procurador y protector universal de todos los indios de las Indias hispánicas. El ardor con que los defendió se manipuló para cargar las tintas en todo lo concerniente a la leyenda negra española, pero la crítica histórica ha recuperado su imagen como la de un evangelizador muy consciente de su misión cristiana y, más en concreto, de su vocación dominicana de predicador de la verdad. Le cabe el mérito histórico de ser uno de los principales protagonistas de que las razas indígenas no fueran exterminadas. 

Finalmente, un día como hoy de 1984, falleció el teólogo católico alemán  Karl Rahner, considerado como uno de los más importantes del siglo XX y cuyo trabajó influyó mucho en el Concilio Vaticano II. “Rahner reúne las influencias teológicas y filosóficas más diversas (Tomás de Aquino, Kant, Hegel, Maréchal, Rousselot o Heidegger), lo que le proporcionó un bagaje conceptual nuevo para renovar la doctrina católica y la teología neoescolástica de la generación anterior”. Que sea una de las figuras más relevantes de la teología del s. XX se debe a que fue uno de los más importantes inspiradores del cambio de actitud ante el mundo que  el Concilio Vaticano II trajo a la Iglesia católica y al mundo en general.

Nutritivo desayuno el de hoy, que se inicia convirtiendo nuestros hogares en eucaristías vivas y termina con la apertura de nuestras mentes y costumbres a los problemas reales de los hombres de nuestro tiempo. La pandemia que padecemos no nos hace más presente a Dios, pero sí más conscientes de esa presencia.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com