Desayuna conmigo (lunes, 20.1.20) Esperanza incombustible

Tercer día de la Semana de oración

Esperanza

Si tuviera que condensar la pulsión que hoy brota del corazón mismo del cristianismo, diría que no nos aflijamos por el naufragio que se cierne sobre nosotros, sino que nos alegremos por la realidad que ya vivimos, pues, a pesar de las apariencias, realmente ya “somos uno”. No lo somos por nosotros mismos, sino por el lazo que nos une, por el Cristo-Jesús que nos incorpora a sí mismo y por el impulso unánime de continuar su obra de salvación de la mejor forma posible.

El eslogan o frontispicio elegido para este día es la palabra “esperanza”, cifrada en la seguridad que producen las palabras de Pablo en Hechos: 22-34: De todos modos, os recomiendo ahora que no perdáis el ánimo, porque ninguno de vosotros perecerá, aunque el buque sí se hundirá… ni un cabello de vuestra cabeza se perderá. ¡Qué significativo es eso de que el buque se hundirá, pero ninguno de vosotros, ni siquiera un cabello de la cabeza, perecerá!

Tupida red de manos y brazos

Los promotores de la oración nos ofrecen hoy la siguiente reflexión: como cristianos pertenecientes a Iglesias y tradiciones que no están plenamente reconciliadas unas con otras, frecuentemente estamos desanimados por la falta de progreso hacia la unidad visible. Incluso algunos han abandonado toda esperanza y ven esta unidad como un ideal inalcanzable. Otros ni siquiera ven la unidad como parte necesaria de su fe cristiana. Mientras rezamos por el don de la unidad visible, hagámoslo con fe resuelta, paciencia constante y esperanza firme, confiando en la providencia amorosa de Dios. La unidad es la oración del Señor para la Iglesia y él nos acompaña en este viaje. No nos perderemos.

Tras haber pasado toda nuestra vida afincados en la convicción de que la salvación es selectiva y que está limitada únicamente a los “fieles” de nuestra propia confesión religiosa, única que valoramos como verdadera, nos resultará muy difícil entender que ninguna otra “facción” humana pueda abrogarse con todo derecho ser, también ella, continuadora de la obra de Jesús. Pero el haber sido creados es fundamento sobrado para sostener, contra viento y marea, que todos pertenecemos a Dios y que nadie, bajo ninguna circunstancia, nos arrancará de sus manos. Pensar, por ejemplo, como confesamos sin saber lo que hacemos, en un infierno como territorio de exclusión de la presencia de Dios durante la eternidad para quienes no hayan querido someterse a sus mandamientos resulta tan ilógico como hacerlo en un Padre bueno que se divierta martirizando cruelmente a sus hijos.

Mapa_religiones

¿Qué pedimos entonces cuando oramos por la unidad de los cristianos? Pedimos algo tan sencillo como el valor de despojarnos de intereses espurios para unir manos, corazón y sentires a fin de continuar, todos juntos, la misión salvadora de Jesús, de obrar como él obró, de pasar por este mundo haciendo el bien. Y puesto que no puede haber uniformidad en el mundo cultural que nos nutre y conforma, tampoco la podrá haber en nuestra forma de actuar, razón por la que debemos valorar como secundario que existan distintas confesiones o administraciones jurisdiccionales religiosas e incluso que profesemos distintos credos o realicemos distintos rituales. No debemos confundir unidad con uniformidad. Los distintos dones del Espíritu no se refieren solo a los individuos, sino también a sus instituciones. No estoy diciendo que lo mismo da so que arre, sino que caminemos todos en la misma dirección, la de “hacer siempre el bien”.

La trascendencia de esta Semana de oración radica en la oportunidad de “orar juntos”, persuadidos de que la oración es motor para actuar, para acoplar nuestra conducta a lo que pedimos. Y no me hartaré de insistir en que el patrón a seguir es el comportamiento que Jesús tuvo con los judíos de su tiempo: aliviar sus sufrimientos y favorecer su vida. ¿Acaso podríamos pedir a Dios que aumente su divinidad? ¿Necesita que lo consolemos por sentirse solo? ¿Tiene una personalidad tan débil que se afianza con nuestras lisonjas? Es aberrante creer que somos necesarios para Dios cuando únicamente lo somos para nuestros semejantes: ellos son los que necesitan crecer, ser consolados y ayudados.  Pero es muy lógico pedir a Dios que abra nuestras mentes para entender que el Cristo que nos une a todos en su cuerpo eucarístico delega en nosotros la continuidad de su obra de salvación.

Uno en Cristo

Volviendo al eslogan de este día, nadie podrá arrebatarnos la esperanza de salir ilesos de las embestidas de la tremenda tempestad que nos sumerge en las olas y en la oscuridad, aunque en ella perdamos la nave. Teniendo a Dios de nuestra parte, nadie podrá con nosotros. Y la esperanza lo es todo en este blog, una esperanza radical, totalmente confiada a una promesa, pues jamás nadie ha visto la “acogida humana” que Dios nos depara tras esta vida.  

Partamos de la convicción de que la unidad por la que Jesús oró está siempre ahí, sólida y efectiva, pues a Dios no le caben más opciones que escuchar y cumplir esa oración. Una oración sincera por la unidad requiere que todos acoplemos nuestras vidas, que trabajemos “sin salario” la viña del Señor y que le confiemos toda nuestra hacienda.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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