Denso y nutritivo el desayuno que estos títulos prometen. El día nos invita a armarnos, valga la contradicción, de una gran contrafuerza para contrarrestar desvíos y excesos. Oponerse y contrarrestar todo aquello que nos daña o que simplemente no nos conviene requiere a veces mayor fuerza que la que se quiere contener, reducir o eliminar. La mañana nos invita a fijarnos en dos fuerzas que pueden resultar sumamente corrosivas, pero que es preciso encauzar porque se trata de dos grandes riquezas que la naturaleza pone a nuestro alcance y a nuestra disposición: la nuclear y la sexual.

En cuanto a la primera, partimos del hecho de que hoy se celebra el “día internacional para la eliminación total de las armas nucleares”, armas que nacieron de la perversión de un atrevido proyecto de desarrollo de energía que se torció por los inevitables intereses egoístas que se derivan del poder de dominar a muchos para beneficiarse de sus haberes y de sus habilidades. En los primeros años 30, cuando se estudiaba la fisión nuclear como fuente de energía, Leó Szilárd registró la patente de la reacción nuclear en cadena pretendiendo vanamente salvaguardarla de su utilización como arma bélica.

Como arma, la bomba atómica solo ha sido utilizada dos veces en 1945 con efectos devastadores. Ciertamente, su fuerza destructiva va pareja con su fuerza disuasoria, fuerzas que afortunadamente se han contrarrestado para mantener el siempre difícil equilibrio de la vida humana. Ello ha dado lugar a que llevemos más de setenta años viviendo una paz precaria, cimentada en arenas movedizas. Hasta hemos denominado eufemísticamente este acontecer como “guerra fría”, como una guerra larvada o aletargada, aunque pronta para su rápida eclosión, llegado el caso. La ONU ya tocó el tema de la necesidad del desarme nuclear en 1946. Mucho después, en 1917, se adoptó el tratado de prohibición de armas nucleares, tratado que no ha arrojado los frutos deseados por no haber sido suscrito por algunos países, entre ellos los Estados Unidos, el más decisivo a ese respecto.

La celebración de este día, que se hace a iniciativa de la ONU, pretende la eliminación de las aproximadamente dieciocho mil cabezas nucleares que poseen nueve países y de las que más del 95% pertenecen a los Estados Unidos y a Rusia. Los otros siete países son:  Francia, China, Reino Unido, Pakistán, India, Israel y Correa del Norte. ¡Ojalá que pronto el mundo se vea libre de este peligro de autodestrucción! Lamentablemente, parece que hemos asimilado este peligro y hasta nos hemos adaptado a él como si fabricar y mantener armas nucleares fuera moralmente bueno debido a su extraordinario poder disuasorio. Realmente, la única garantía para que este tipo de armas de destrucción masiva no se usen es destruir las que hay y no fabricar más.  ¡Insensatez y locura del hombre que, armándose de poder, no solo puede autodestruirse, sino también arrasar toda vida sobre la Tierra!

A este de por sí fuerte plato de entrada, la mañana añade el de la sexualidad humana ejercida en toda su profundidad en edades muy tempranas. La preocupación por este tema nos la ofrece el hecho de que hoy se celebre el “día mundial de la prevención del embarazo no planificado en adolescentes”. Obviamente, la adolescencia no es una edad propicia para la procreación por más que los activos de la sexualidad ya hayan madurado y necesiten entrar en juego. Se trata de una celebración que se inició en Uruguay en el año 2003, cuando varias instituciones públicas y privadas se sintieron alarmadas por la cantidad de embarazos precoces que había en las escuelas. Las estadísticas nos hablan de que un 11% de los niños que hoy llegan al mundo lo hacen desde el vientre de niñas cuya edad oscila entre los 15 y 19 años, enormidad a la que hay que sumar los más de 3 millones de adolescentes que abortan cada año.

Es obvio que estamos ante otra especie de “bomba nuclear” cuya explosión corroe las entrañas de la vida humana. A este propósito, la OMS se ha propuesto objetivos para contener, si no evitar del todo, la barbarie humana de los embarazos de adolescentes, que van desde prohibir los matrimonios antes de los 18 años y desaconsejar a los jóvenes que tengan hijos antes de los 20, hasta perseguir los abusos sexuales y fomentar la utilización tanto de preservativos como de los apoyos ginecológicos y sanitarios que ofrece la sociedad. A todo ello cabría añadir una educación pertinente sobre la importancia de la sexualidad para la vida humana y sobre el mejor uso que puede hacerse de ella. Desde el punto de vista cristiano, la mejor solución apunta, sin duda alguna, a la necesidad de una cierta madurez, en esto como en todo lo demás, a la hora de servirse tanto del placer que la sexualidad produce como de su extraordinaria función de transmisión de la vida.

Y, si de poder de explosión energética y demográfica hablamos, no deberíamos olvidar la fuerza que la comunicación tiene para que los seres humanos actuemos como comunidad o como sociedad. Lo digo porque también hoy se celebra el “día europeo de las lenguas”, celebración que se inicia en el año 2006, momento en el que más de la mitad de los europeos hablaban más de una lengua. En Europa hay más de doscientas lenguas, aunque solo veinticuatro sean oficiales y haya unas sesenta regionales. No debemos olvidar que una lengua es la puerta de entrada a un mundo, a una cultura y a una forma de vida nuevos que enriquecen considerablemente a quien la traspasa. Los beneficios de hablar más de una lengua son tan obvios que no es preciso insistir en ellos o que los detallemos aquí.

Apuntando en la misma dirección, el desayuno nos ofrece todavía una delicia más al celebrarse hoy, además, el “día interamericano de las relaciones públicas”, celebración que se inició en México en el año 1960 para unir los esfuerzos de los países latinoamericanos y caribeños para su mejor desarrollo. La interconexión en que hoy vive todo el mundo hace que estas relaciones estén presentes y den sus frutos durante las 24 horas de cada día del año. Al vivir en un mundo en el que todo se hace “mercancía”, no debemos olvidar que el auténtico poder está en las manos de los consumidores. Ahora bien, a través de un simple teléfono móvil se pueden compartir, criticar o apoyar, en pocos segundos, millones de causas o marcas. De ahí que el encargado de las “relaciones públicas” deba conocer a fondo no solo las calidades de la marca que pretende vender, sino también los gustos de sus potenciales clientes. Mientras el dinero siga siendo el dios que adoramos, las relaciones públicas son el único culto que le complace.

El espacio ya consumido apenas nos deja holgura para otras delicatesen matinales, como deleitarse con el hecho de que fuera un día como hoy de 1957 cuando se estrenara el musical “West Side Story”, con su explosión de música, amor y guerra juvenil, o como adentrarnos en las profundidades, no siempre claras, del “ser y tiempo” del filósofo alemán Martin Heidegger, nacido un día como hoy de 1889, o como, más sosegadamente, digerir las profundas tristezas de un papa tan trascendental para la iglesia católica como fue Pablo VI, artífice principal del Concilio Vaticano II, nacido justo ocho años después que Heidegger.

Sin duda, estos dos personajes siguen en el trasfondo de nuestros quehaceres y preocupaciones actuales con la luz que sobre nuestros problemas proyectan sus vidas. Todavía hoy seguimos dentro del torbellino que se tragó el pensamiento de uno y el sentir religioso de otro, a la espera de dejar paso o alumbrar un mundo mejor que el que nos hemos fabricado. Aunque el arsenal de armas nucleares ha aumentado una barbaridad, afortunadamente las usamos menos. Algo es algo. La pena es que todavía no hayamos aprendido del todo que el poder corrompe irremediablemente y que el servicio redime siempre. Nuestro empeño, el de los cristianos, sigue siendo el mismo desde que somos tales, el de conseguir que el nervio de la vida humana no sea el poder sino el servicio.  Pero en esto, como en todo lo demás, claro está, el ejemplo tiene que ir por delante de la prédica si se quiere tener audiencia. A pesar de los avances y cambios profundos operados a lo largo de estos últimos años en el seno de la Iglesia católica, lo cierto es que, con el perdón de quien pueda escandalizarse por ello, nuestra Iglesia sigue siendo poder, lamentablemente, en más de un noventa por cien de su ser y de su actuar. Afortunadamente, el maldito coronavirus que nos azota nos está retando a servir a los demás sin miramientos personales. Y, afortunadamente también, nadie podrá desmontar nunca que Jesús vino a servir.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com