A salto de mata - 52 Éxtasis navideño

Feliz Navidad a los autores y lectores de Religión Digital

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Como ha venido siendo habitual en estas fechas, también este año deseo convertir esta reflexión semanal, ya próxima a la Navidad, en una felicitación navideña cálida y afectuosa no solo para los sufridos y atrevidos seguidores de este blog, sino también para todos los autores y lectores de Religión Digital. En este momento, nada me impide recrearme contemplando este medio de comunicación y a cuantos lo hacen posible, bien reflejando en él lo mejor de su sentir cristiano, bien siguiendo con devoción sus contenidos, como si de un hermoso “belén” se tratara. No por recurrente pierde atractivo y fuerza la idea de introducir un “belén” en nuestra vida, y más en una vida profesionalmente cristiana.

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La hermosa tradición secular cristiana de montar nacimientos por doquier, sirviéndose de luces, musgos, puentes, ríos, palacios, casitas, pesebres, asnos, vacas y camellos para acunar al Niño nacido en el pesebre no puede tener un impacto más poderoso que el de remplazar tan nobles materiales por los más candorosos sentimientos humanos, rayanos con lo infantil, que es lo que a fin de cuentas más color y viveza aporta al evento. Los nacimientos vivientes, montados con personas y animales de carne y hueso, añaden al misterio la magia de transformar lo más correoso y siniestro de la conducta humana en diáfanas sonrisas y cálidas dulzuras.

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Puesto a buscar una palabra que, en las actuales circunstancias sociales y económicas, dé sentido y anime la Navidad un año tan opaco como el que estamos viviendo, seguramente no encontraré otra con tantas virtualidades y resonancias como la de “servir”. De hecho, la alegría ritual con que envolvemos el largo período de Navidad semeja una golosina cariñosamente ofrecida a los niños o una delicia gastronómica como homenaje a los adultos. Lo último se debe a la fuerza metafórica que una buena cena tiene, celébrese en casa o en el restaurante, para plasmar la fraternidad. En cuanto a lo primero, ¿acaso no son golosinas los regalos que estos días nos hacemos unos a otros con elegancia y sensibilidad?

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Para vivir a fondo la Navidad, invitemos imaginariamente a todos los hombres de buena voluntad a celebrar el hecho sin parangón de que Dios nace en nuestro hogar para traernos la salvación. El rumbo de vida que llevamos necesita ciertamente mucha salvación. Las dificultades de la vida actual nos hacen suspirar por la venida de un líder o mesías que nos socorra y aligere el insoportable peso de la superfluidad en que nos hemos instalado. Más aún, pues, desazonados por la barbarie dominante, gritamos asqueados y airados que se detengan de inmediato las matanzas en Ucrania y en tantas otras partes del mundo. Cada conflicto bélico, además de llevarse por delante a miles de niños y adultos inocentes, dificulta seriamente la vida de todos los demás. ¿Quién nos enseñará que viviremos mucho mejor amándonos que odiándonos? ¿Quién nos librará de la altanería de no pocos gobernantes descerebrados? ¿Aprenderán algún día nuestros políticos que su cometido no es domeñar voluntades, sino administrar debidamente los haberes públicos? ¿Quién nos sacará de la charca en que chapoteamos persiguiendo contravalores corrosivos? El cristiano celebra en Navidad la llegada de un poderoso antídoto contra los venenos que nos hemos acostumbrado a ingerir placenteramente.

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De celebrarla como es debido, la Navidad se convierte en la energía eléctrica a la que enchufamos los millones de bombillas festivas que alumbran nuestras calles como símbolo de la alegría fraternal que impregna la vida cristiana. Alegría fraternal que aflora fácilmente estos días y que debería hacerlo también el resto del año. Energía limpia y barata la que produce la gran fábrica de Navidad. Aunque vivamos en una sociedad pútrida y a nosotros mismos nos vengan mal dadas, las luces de Navidad endulzan los tiempos, aquietan los ánimos, agudizan el humor, tiñen de color los sentimientos y alientan la esperanza de que un mundo mejor es posible. Caminando por las calles iluminadas de nuestros pueblos y ciudades, uno tiene la impresión de recorrer los acogedores pasillos de un cálido hogar.

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La Navidad es un tiempo en el que prodigamos limpias miradas y afectuosos abrazos a nuestros seres queridos y a nuestros allegados para testimoniarles, sin miedos ni prejuicios, el afecto real que les profesamos. Se trata de momentos que incluso hacen reversible el paso del tiempo, pues volvemos a abrazar en el corazón a quienes un desventurado día dejaron vacíos nuestros brazos. La certera sensación de que en Navidad nuestros seres queridos desaparecidos se sientan a nuestro lado y nos miman adereza las exquisitas viandas navideñas e inocula consuelo en el epicentro de nuestra tristeza.  Calor de abrazos que te crujen y dulzura de tristezas que reverdecen la vida mientras damos buena cuenta de auténticos festines. De hecho, en ningún otro período del año se sienten tan vibrantes los abrazos de familiares y amigos, ni son tan cálidas las lágrimas que vertemos por ausencias dolorosas. Y en ningún otro momento saben tan dulces los turrones típicos. Podríamos decir que fuerza creativa y tristeza dulce son los hilos que tejen la Navidad cristiana.

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Insisto en que hoy me complace contemplar el panorama que ofrece Religión Digital como un extraordinario belén, trenzado de ideas y afectos que se expresan para conseguir un cristianismo mejor, más genuino y seductor, en nuestro tiempo. Quienes nos atrevemos a escribir algo en este medio, sea dando cuenta de una noticia, incluso escabrosa o escandalosa, sea ofreciendo pensamientos que dimanan de un Evangelio cuyo esplendor se pretende pulimentar, o sea compartiendo vivencias y sentimientos que brotan de la misma fuente de agua fresca, nos esforzamos por mantener viva la comunión profunda que formamos con los demás creyentes y con el resto del mundo. Y quienes se asoman a sus páginas, aunque muchas veces lo hagan solo para echarles una rápida ojeada o para satisfacer una curiosidad cáustica, se suman a esa misma fraternidad al tiempo que dan cuerpo y mantienen vivo el medio. Tengo la firme convicción de que los escritores y los lectores de Religión Digital al ejercer de tales nos estamos dando un entrañable abrazo navideño, un fuerte abrazo fraternal.

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La Navidad, habida cuenta de la preciosidad con que la imaginación y el corazón humanos conciben el nacimiento del Niño Dios, además de invitarnos a abrazarnos y a felicitarnos unos a otros, es un momento propicio para valorar Religión Digital como un hecho navideño si nos atrevemos a pensar que quienes mantenemos vivo este medio de comunicación, reflexión y oración, formamos un hermoso “belén”. Con la transparencia y la fuerza de esa convicción deseo hoy “feliz Navidad” a cuantos escriben en Religión Digital y a cuantos la siguen, al tiempo que los invito a continuar con su encomiable empeño de enriquecer y embellecer un medio que acuna y vehicula no pocas de nuestras ilusiones personales. ¡Feliz Navidad!

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