Desayuna conmigo (lunes, 24.8.20) Fuego a los pies de la Madonna dell’Arco

Despellejamientos

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La mañana me sorprende con gratos recuerdos viejos, de por allá por la Semana Santa de 1966, cuando algunos de los futuros doctorandos del Angelicum de Roma íbamos a echar una mano en los quehaceres religiosos del santuario de la Madonna dell’Arco durante esos santos días. Aun acostumbrado a ver y vivir las dolorosas peregrinaciones de mis paisanos a la Peña de Francia, lo allí vivido me sorprendió sobre manera: jornadas pírricas de diez horas de confesonario, estandartes flameantes de billetes y, de forma especial, ver tantos pies y rodillas destrozados por un peregrinaje impuesto o prometido como castigo corporal. Puede que la temperatura de aquellas vivencias religiosas fuera mayor que la de la lava lanzada sin piedad por el vecino Vesubio sobre Pompeya, tragedia ocurrida unos siglos antes. La visita a Pompeya fue otra enorme sorpresa, aderezada por el morbo, sobre todo para unos jóvenes estudiantes de teología célibes, de no poder visitar ciertas estancias de las que el vulgo decía que eran muy escabrosas debido a que la lava había sorprendido a cuantos en ellas celebraban una orgía.

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Con el deber cumplido, con el regusto de haber contemplado sin peligro los destrozos moralizantes del gigante Vesubio y con algunas liras más en los bolsillos para atender nuestras más primarias necesidades culturales, regresábamos satisfechos a nuestros libros y estudios teológicos en la urbe papal. ¿Había detenido aquella Madonna la lava que, en un día como hoy del año 79, llegó casi hasta la que habría de ser puerta de su Santuario? Dejando los milagros para quienes necesitan apoyos o argumentos para una fe cuya estructura, sin embargo, está hecha toda ella de confianza, aleguemos que uno puede extasiarse ante la vida como el mayor milagro de cuantos a diario suceden a nuestro alrededor. Pero vivir necesita alicientes que favorezcan la vida, no que la destruyan, como ocurre con todos aquellos que le prenden fuego con substancias psicoactivas o con ambiciones desmedidas. En fin, la vida necesita Madonnas dell’Arco, no Vesubios.

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El paso firme que hoy llevamos nos conduce a Thomas Edison, quien, un día como hoy de 1891, obtuvo la patente para la primera cámara fotográfica, algo así como la primera “célula viviente” de la nueva vida en que iba a convertirse la información documental a base de imágenes, de esas que dicen que una sola vale más que mil palabras. Este polifacético hombre de negocios americano, cuyas patentes pasaron de mil, seguro que no pudo imaginar el paraíso de comunicación en que hoy vivimos, por más que se trate de un paraíso que lo mismo puede endulzar que amargar la vida, porque la comunicación, neutra de suyo, es piqueta que construye o destruye.

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Y, desde luego, quienes sí construyeron, ¡y qué hermosos monumentos!, son otros tres protagonistas que hoy nos salen también al paso. El primero de ellos, fray Bartolomé de las Casas, el intrépido dominico, defensor de la condición de personas con derechos de los indios de la América descubierta cuando él era todavía un niño, pues había nacido un día como hoy de 1484. En 1510, llegó a La Española y, dada la situación que atravesaban los aborígenes, la comunidad entera redactó un documento valiente, el irrefutable sermón que fray Antonio de Montesinos pronunciaría en la Iglesia en el Adviento de 1511 ante las autoridades locales. Recordemos algo de su contenido y demos alguna cuenta del tono de su denso verbo:

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“Para dároslo a conocer (lo que pasaba), me he subido yo aquí, que yo soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla, y por tanto me conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás pensasteis oír… Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes, que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer y curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y criador, y sean bautizados, oigan misa y guarden las fiestas y los domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en esta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto que, en el estado en que estáis, no os podéis más salvar, que los moros y turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”. He recogido tan directo alegato porque, con algunos matices, tiene hoy completa vigencia para diagnosticar la situación que vivimos y denunciar los abusos que los ciudadanos padecemos.

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Otro Bartolomé, el apóstol de Jesús, nos saluda hoy con la piel de su cuerpo colgando de su mano, tal como imaginó su martirio Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, lo que viene a demostrar que ser apóstol o discípulo de Jesús tuvo y tiene su precio. Este apóstol de Oriente pagó cara su fe al serle arrancada la piel a tiras por no adorar a los ídolos de turno. Es muy posible que los apóstoles, de haber conocido su trágico final  al ser llamados por Jesús, no se hubieran atrevido a seguirlo, pero la confianza depositada en el Maestro resultó en todos ellos mucho más fuerte que la muerte. Recojamos como curiosidad que solo en España unos quince mil hombres lo honran llevando su nombre.

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Finalmente, hoy nos sale también al paso la gran Teresa de Ávila, pues fue un día como hoy de 1562 cuando ella puso la primera piedra de la reforma del Carmelo, iniciada al fundar el convento de san José en Ávila, edificio que hoy es la sede del Museo Teresiano de las Carmelitas Descalzas. La reforma teresiana no es más que una vuelta a su rigor primitivo, adaptado lógicamente a los nuevos tiempos. Teresa misma explica sus razones:  “Venida a saber los daños de Francia de estos luteranos… fatiguéme mucho… lloraba con El Señor y le suplicaba remediase tanto mal… Y como me vi mujer ruin e imposibilitada de aprovechar en nada en el servicio del Señor… así determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo”. Obviamente, en la mente de Teresa anidaban los mismos anhelos que hoy sienten muchos cristianos que esperan que su Iglesia sea consecuente con lo que predica y acople su desarrollo, incluso el institucional, a los consejos evangélicos. La reforma deseada hoy no requiere meter a la gente en conventos y someterla a ayunos y penitencias, que bastantes lleva consigo la vida, sino alentarla llana y simplemente a hacer el bien, a humanizar la vida. De hacerlo así, ningún líder podrá remedar la autoridad que confieren los evangelios.

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Hermoso recorrido el que va de la Madonna dell’Arco a Teresa de Ávila, recorrido de fe que parte del fuego divino que brota de la montaña santa de los mandamientos, enardece los ánimos de quienes tienen la sagrada obligación de defender los derechos de todos los hombres, aunque para ello se expongan a que les arranquen la piel a tiras, y del que dejará un testigo imborrable la pragmática sabiduría de Thomas Edison. Hoy sabemos muy bien cuáles son nuestros males, es decir, tenemos un diagnóstico certero sobre ellos. Solo falta aplicar un eficaz tratamiento que, por desgracia, afronta dificultades mayores que el logro de una vacuna contra el coronavirus, pues, mientras este requiere pacientes horas de trabajo en laboratorio, aquel necesita una profunda reforma de las mentalidades imperantes. No es fácil convencerse de que es mejor dar que recibir, trabajar que vegetar, servir que mandar y caminar ligero que con un pesado fardo a la espalda.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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