Aunque somos trabajadores de la viña del Señor sin salario, nuestra remuneración será del ciento por uno (Mc 10: 28-31). Pablo y los isleños que lo socorren van parejos en cuanto a generosidad se refiere, utilizando cada uno aquello que tiene en favor de los otros: los isleños, atenciones y suministros; Pablo, curaciones. Un ejemplo claro de cómo, dando lo poco que se tiene, uno termina teniendo lo mucho que tienen los demás. Para entender este “ciento por uno” ni siquiera hace falta remontarse al otro lado del tiempo, a cuando la eternidad haya engullido nuestro tiempo, para pensar en la gloria como una recompensa que nadie puede ni siquiera imaginar. Es aquí, en este lado del tiempo, donde se produce el fenómeno de premiar la generosidad tan magnánimamente, pues ser un buen cristiano añade un plus de calidad y riqueza a la vida humana.

El autor de Hechos nos describe una interesante escena de intercambio de regalos enriquecedores para ambas partes:Se daba la circunstancia de que el padre de Publio estaba en cama aquejado por unas fiebres y disentería. Pablo fue a visitarlo y, después de orar, le impuso las manos y lo curó. A la vista de esto, acudieron también los demás enfermos de la isla, y Pablo los curó. Fueron muchas las muestras de aprecio que nos dispensaron los isleños que, al hacernos de nuevo a la mar, nos suministraron todo lo necesario.

La reflexión sugerida para hoy nos adentra en la razón de por qué los seguidores de Jesús han de ser invariablemente generosos, la de transmitir a los demás lo que ellos han recibido gratuitamente:  Esta historia está llena de dar y recibir. Pablo recibe una solicitud poco común de parte de los isleños; Pablo ofrece curación al padre de Publio y a otros; habiendo perdido todo en la tempestad, los 276 reciben abundantes provisiones al hacerse de nuevo a la mar. Como cristianos estamos llamados a una solicitud poco común. Pero para poder dar tenemos que aprender primero a recibir –de Cristo y de los demás–. Más frecuentemente de lo que pensamos, somos receptores de actos de cariño de personas que son diferentes de nosotros. Estos actos apuntan hacia la generosidad y la sanación de nuestro Señor. Los que hemos sido sanados por el Señor somos responsables de transmitir lo que hemos recibido.

Volvemos a encontrarnos aquí con una idea clave del cristianismo, basado en la generosidad divina que entrega a la humanidad al hijo de Dios para que lleve a efecto una magna obra de salvación. Quienes creemos que el mundo es creación de Dios no acertamos a descubrir más razón de tan excepcional acontecimiento que una generosidad cuya profundidad y alcance se nos escapa por completo. Primero, Dios se da en la creación y, luego, en la recreación o redención. Dios crea un mundo cuya consumación –así lo creemos- es el ser humano, un ser viviente dotado de discernimiento y voluntad, pero que se equivoca con frecuencia al atenerse a intereses meramente epidérmicos, tanto a la hora de discernir como a la hora de actuar. Jesús viene para iluminar un nuevo camino y nos ayuda a recorrerlo. Él es el ciento por uno que se nos da gratuitamente como un gran premio por nuestro trabajo o como un gran correctivo por nuestra desidia.

En la oración de este día, último de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, día en que celebramos la conversión de San Pablo, agradecemos a Dios el ciento por uno del premio que es su gracia: Dios, dador de vida, te damos gracias por el don de tu amor compasivo que nos alivia y nos fortalece. Pedimos que nuestras Iglesias estén siempre abiertas para recibir tus dones de las demás. Concédenos un espíritu de generosidad hacia todos mientras caminamos juntos por la senda de la unidad de los cristianos. Pedimos esto en el nombre de tu Hijo, que reina contigo y el Espíritu Santo. Amén.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com